Presentamos el Mazo de Cartas con Mario Cámara y muestra de pintura y collage de Iván Elías. El viernes 5 de noviembre a las 19.30 hs. en Formosa, Delgado 1235, barrio de Colegiales.
viernes, 29 de octubre de 2010
jueves, 21 de octubre de 2010
Crónicas de época
¡Arriba las manos! Crónicas de crímenes, “filo misho” y otros cuentos del tío. Selección y prólogo de Ariela Schnirmajer. Eterna Cadencia, 2010.
Suele decirse que las modas son pasajeras. Y, para muchos, hoy la crónica está de moda. Pero los mojones previos al producto actual también ocuparon la vidriera de su época. De hecho, la crónica encontró su punto de fragua al calor de la nueva sensibilidad moderna, cultora de modas como pocas.
El título de la antología nos interpela desde ese escaparate como una invitación cifrada a la construcción discursiva del submundo criminal entre 1880 y 1930. Una serie de crónicas policiales seleccionada por Ariela Schnirmajer, donde desfilan motivos y personajes que supieron estar en boga y, en algunos casos, todavía hoy relucen el brillo de su fama. Allí se tematizan tópicos como el sensacionalismo de masas, el costado detectivesco del periodismo, los visos tragicómicos del asesinato, la estafa y el hurto y hasta sus vetas artísticas.
La perlita es un extracto de El crimen de Aguacatal (1874) de F. de Paula Muñoz, en cuyo desarrollo puede descubrirse un eslabón perdido de A sangre fría de Capote. Además, se rescatan textos de poetas como Martí y Nervo; de cronistas de culto, como J. J. de Soiza Reilly; e incluso hay lugar para la pluma policial, desollada por averiguar los códigos del lunfardo y otras prácticas de los “bajos fondos”, como la de Fray Mocho. El bonus track contemporáneo lo brinda una crónica sobre Pepita la Pistolera de Cristian Alarcón y un imperdible relato sobre la excursión a un archivo policial de Lila Caimari.
Nuestra América se dio en llamar la colección de Eterna Cadencia que dirige María Moreno y busca destacar a los precursores latinoamericanos del género. Completa la colección Cosmópolis, crónicas de viajes con selección y prólogo de Beatriz Colombi.
*Revista Veintitrés, N° 635, Año 12, 2 de septiembre de 2010.
viernes, 15 de octubre de 2010
Se viene el Mazo de cartas
Con sobrada excitación pero nulo exitismo, anunciamos la próxima publicación del libro Mazo de cartas (Novela bélica por correspondencia), de (quien ¿sirve?) Luciano Beccaria y Facundo Ruiz/Irene Sola. Editado por Santiago Arcos, tan sólo adelantamos la tapa (a partir de un collage de Iván "Turco" Elías) y el detalle del libro que figurará en la contratapa.
Desaparece un país; aparece un relato. Varios lo cuentan, pocos lo han visto. En una esquina porteña, cierta vez y en condiciones absolutamente irrelevantes, sucede lo imprevisto a la vista de todos: Beto, el país que casi todos recuerdan, se pierde y despierta una ola de búsquedas dispersas, más o menos violentas, y oportunamente televisadas, que lleva a reorganizar el mapa de alianzas cívico-militares y a instaurar el sorprendente escarceo de los malentendidos. Corresponsales especialmente enviados registran y documentan el desarrollo de acciones y razones a todas luces improbables, puesto que lo único cierto e indudable ya no es la búsqueda, sino lo que se encuentra a cada paso: peregrinos y traductores, espías y policías, poetas y boticarios, y una nutrida fauna de visitantes que operan siguiendo órdenes claras, precisas e inverificables. La guerra no es fría, sino sustituible, y los reemplazos se encadenan sin solución de continuidad en una ciudad que pretende mantener la calma desconociendo lo que, naturalmente, ocurre. Como un collar de esquirlas, libidinalmente hilado, la acción es conducida por múltiples personajes cuya voluntad, muchas veces agobiada por fuerzas que los exceden, se rebela contra poderes gnósticos, autorales y lingüísticos.
Como su nombre indica, Mazo de cartas es más que una novela epistolar: es una novela por correspondencia, es decir, una cosa que obra de acuerdo con otra. Pero es evidente: nadie usa o lee un mazo de cartas sin escoger, previamente, un juego, ciertas reglas, alguna relación entre ellas. He ahí el truco: quizás el único.
Macedonio Fernández ha dicho de esta novela, antes de que fuera escrita y por lo tanto con total objetividad y absoluto desinterés: “Arte de trabajo a la vista, es decir para lector consciente, y hecho con recursos ostensibles. De asunto mínimo, sin jerarquía de valores.”
Desaparece un país; aparece un relato. Varios lo cuentan, pocos lo han visto. En una esquina porteña, cierta vez y en condiciones absolutamente irrelevantes, sucede lo imprevisto a la vista de todos: Beto, el país que casi todos recuerdan, se pierde y despierta una ola de búsquedas dispersas, más o menos violentas, y oportunamente televisadas, que lleva a reorganizar el mapa de alianzas cívico-militares y a instaurar el sorprendente escarceo de los malentendidos. Corresponsales especialmente enviados registran y documentan el desarrollo de acciones y razones a todas luces improbables, puesto que lo único cierto e indudable ya no es la búsqueda, sino lo que se encuentra a cada paso: peregrinos y traductores, espías y policías, poetas y boticarios, y una nutrida fauna de visitantes que operan siguiendo órdenes claras, precisas e inverificables. La guerra no es fría, sino sustituible, y los reemplazos se encadenan sin solución de continuidad en una ciudad que pretende mantener la calma desconociendo lo que, naturalmente, ocurre. Como un collar de esquirlas, libidinalmente hilado, la acción es conducida por múltiples personajes cuya voluntad, muchas veces agobiada por fuerzas que los exceden, se rebela contra poderes gnósticos, autorales y lingüísticos.
Como su nombre indica, Mazo de cartas es más que una novela epistolar: es una novela por correspondencia, es decir, una cosa que obra de acuerdo con otra. Pero es evidente: nadie usa o lee un mazo de cartas sin escoger, previamente, un juego, ciertas reglas, alguna relación entre ellas. He ahí el truco: quizás el único.
Macedonio Fernández ha dicho de esta novela, antes de que fuera escrita y por lo tanto con total objetividad y absoluto desinterés: “Arte de trabajo a la vista, es decir para lector consciente, y hecho con recursos ostensibles. De asunto mínimo, sin jerarquía de valores.”
viernes, 8 de octubre de 2010
Insinuación
Un exceso de simbolismo y significación; una metáfora de la historia: tragedia y comedia como representación. Eso es el clip de Innuendo, el tema del último disco homónimo de Queen. Porque ya de por sí, la canción es un golpe a la percepción que contradice su título: insinuación, o bien, lo que por estos pagos entenderíamos por indirecta.
Así que, empapados de sentido, sólo nos queda hacer hermenéutica libre del video clip.
Allí vemos que los autómatas se presentan como actores de la historia en un escenario trágico. No es casual que emulen al autómata de la primera Tesis de la Historia de Walter Benjamin. Esa marioneta de un ajedrecista turco con narguile, que hacía las veces del materialismo histórico, y necesitaba de un enano giboso que lo manejara desde dentro de la máquina, tal como lo relata Edgar Allan Poe en su cuento "El jugador de ajedrez de Maelzel".
Los arlequines y pierrots representan la comedia del arte, sobrevivientes de las noblezas europeas, la risa mágica, lúdica y malabarista, las máscaras de la historia. "Tú puedes ser cualquier cosa que quieras ser (...) Sé libre con tu tempo, rinde tu ego", canta un Mercury lírico.
Desde la letra, Freddie Mercury y Roger Taylor hacen una declaración de principios: seguir intentando hasta el fin de los tiempos, a pesar de las supersticiones y las falsas religiones, y mientras los desiertos tengan arena y el mar se encuentre con la tierra. En el medio, las imágenes del clip martillean con lo suyo: entremedio las guerras, las bombas atómicas y los tíos Sam, Jackson Pollock (Taylor), Leonardo Da Vinci (Mercury), Pablo Picasso (Deacon) y los aguafuertes victorianos (May) moldean las figuras de los cuatro músicos de la banda. Y al tono oscuro del tema, se le suma ese interludio flamenco a cargo de Steve Howe, guitarrista de Yes, acompañado de viejas filmaciones de danzas españolas.
Más allá del clip: tremenda banda y tremendo tema, cercano a la complejidad de Bohemian Rapsody. Sobre todo, por el puente de la batería que une el pasaje del solo y la última estrofa... ¡Por dionisos!
Así que, empapados de sentido, sólo nos queda hacer hermenéutica libre del video clip.
Allí vemos que los autómatas se presentan como actores de la historia en un escenario trágico. No es casual que emulen al autómata de la primera Tesis de la Historia de Walter Benjamin. Esa marioneta de un ajedrecista turco con narguile, que hacía las veces del materialismo histórico, y necesitaba de un enano giboso que lo manejara desde dentro de la máquina, tal como lo relata Edgar Allan Poe en su cuento "El jugador de ajedrez de Maelzel".
Los arlequines y pierrots representan la comedia del arte, sobrevivientes de las noblezas europeas, la risa mágica, lúdica y malabarista, las máscaras de la historia. "Tú puedes ser cualquier cosa que quieras ser (...) Sé libre con tu tempo, rinde tu ego", canta un Mercury lírico.
Desde la letra, Freddie Mercury y Roger Taylor hacen una declaración de principios: seguir intentando hasta el fin de los tiempos, a pesar de las supersticiones y las falsas religiones, y mientras los desiertos tengan arena y el mar se encuentre con la tierra. En el medio, las imágenes del clip martillean con lo suyo: entremedio las guerras, las bombas atómicas y los tíos Sam, Jackson Pollock (Taylor), Leonardo Da Vinci (Mercury), Pablo Picasso (Deacon) y los aguafuertes victorianos (May) moldean las figuras de los cuatro músicos de la banda. Y al tono oscuro del tema, se le suma ese interludio flamenco a cargo de Steve Howe, guitarrista de Yes, acompañado de viejas filmaciones de danzas españolas.
Más allá del clip: tremenda banda y tremendo tema, cercano a la complejidad de Bohemian Rapsody. Sobre todo, por el puente de la batería que une el pasaje del solo y la última estrofa... ¡Por dionisos!
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