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sábado, 21 de enero de 2012

Son los tirapiedras filosofales

Foto: Nicolás Pousthomis

Se trata de una transubstanciación. Me transformo; o mejor dicho, toda mi existencia se va con la piedra que arrojo. Un gesto agresivo que, en ese refucilo zen, troca en autodestructivo. Y heterodestructivo, por supuesto. El destino de la piedra, mi destino, era una paloma a la que, de todas maneras, no le iba a acertar. Pero en la traslación pétrea que agita los aires, me veo transitando una parábola que domina una avenida ancha, de varios carriles, sin autos que la recorran porque su trazado de asfalto está interrumpido por barricadas y columnas de fuego que coronan el cielo gris de espesas humaredas. La única certeza es que antes, cuando solté la piedra, cuando me arrojé a mí mismo por el éter para chocar contra una paloma o un policía, emergí del limbo onírico que comenzaba a ahogar la única burbuja de vigilia que parecía que me podría mantener vivo. El instante de arrojo, el desgarramiento del objeto que paso a habitar petrifica, en una tensión de cuerda destemplada, todos mis nervios. Y me despierto estatua.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Quién me presta una escalera, para subir a Puerto Madero

De pronto, me sentí parte de la clase alta. No me estaba comprando un jet ski ni me codeaba con modelos en un boliche top. Me estaba deteniendo un prefecto. Perfecto, pensé sonriente. Sonriente también en mis pensamientos.

El ascenso social estaba al alcance del guante de cualquier ladrón de poca monta como yo, aunque se lograra a costa de una porción de libertad. ¿Y eso cómo se corta? No sé, pero la porción que cedí pronto se transformó en, digamos, la mitad o un poco más de una torta de milhojas, así bien secota y plagada de pliegues milenarios.

Luego de un vaso de agua que me aclaró la cabeza y me lavó la sed de la celda, me empezó a rondar una duda: cuál es el requisito para resultar sospechoso a los ojos de alguien, un prefecto si vamos al caso, una persona educada para creerse institución, que con el chiste de conseguir trabajo a como dé se calza una gorra, un uniforme y un fierro y tiene la capacidad de señalar a dedo a alguien que no le gusta y joderle la vida. Todo había sucedido gracias a la existencia de límites, fronteras jurisdiccionales que no se ven pero que, aparentemente, esos secuaces de la letra respetan a rajatabla. Claro, respetan las fronteras de poder; después, cuando lo tienen a uno fuera de la vista de la plebe, de la plebectula, pueden hacer lo que se les cante.

De todas formas yo había buscado levantar sospechas.

martes, 9 de agosto de 2011

Pescado Podrido

Documental sobre la situación de las y los trabajadores fileteros en Mar del Plata. Un conflicto de larga data y con muy poca difusión que retrata la persistencia del trabajo informal y a destajo en una industria en decadencia. La otra cara de la In-Feliz.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El reflejo del demonio


Los diarios y formadores de opinión buscan fórmulas sencillas y directas para la difusión de ideas, o de meras consignas que serán repetidas en el ascensor y en la charla ocasional por la calle. En su nota de opinión "El gobierno decidió reescribir el Nunca Más", publicada en el diario Clarín el último 16 de septiembre, el historiador Luis Alberto Romero dice: "Marx ha escrito que la historia se repite: la primera vez en forma de tragedia y la segunda como farsa. Ojalá no se haya equivocado. Que aquello que vivimos la primera vez como tragedia sangrienta concluya, en esta segunda experiencia, como farsa. Porque los signos actuales de la intolerancia, las amenazas y agresiones, y hasta la violencia velada son cada vez más alarmantes." Y la cierra con la siguiente frase: "Cabe preguntarse quién defenderá nuestros derechos cuando lo necesitemos. Quién evitará que la farsa se convierta en tragedia."

Apenas pocos días después de haber inaugurado nuestra etiqueta de posts tragicómicos, en honor a la cita marxiana (de otro planeta), ya tenemos materia de discusión en torno a ella y sus infinitas y antojadizas interpretaciones. Claro, a pesar de que darle con un caño a personajes como Romero, de los que actualmente abundan, ya resulta aburrido y redundante. Pero nos la dejó picando.

El famoso "clima destituyente" que ventilaba el gobierno nacional hace un par de años, en pleno conflicto con los productores rurales (que para algunos era un mucho más drástico y paranoico "se viene el golpe"), ahora lo asumen algunas personas que, como Romero, están más bien identificadas con la oposición, pero invirtiendo la postura victimizante. De esta manera, pretenden ubicarse en el medio de los dos grandes actores antagonistas como terceros damnificados por esa posibilidad que, en Latinoamérica, encuentra cada vez más recreaciones que exceden el mero cuartelazo militar. Sin embargo, más bien se ubican claramente de un lado de ese conflicto que, construido como una gran tensión entre dos polos, tiende a reducirse a una pelea entre ambos bloques protagonistas que neutralizan tanto las medias tintas como las críticas y las síntesis superadoras o, al menos, humildemente propositivas.

Romero, como académico con vía libre para opinar, tiene una responsabilidad que no puede eludir. Y hacerse cargo de una afirmación es asumir la carga. Pero leída entrelíneas, la actitud del autor de la nota no es sólo de víctima, sino más cercana a una advertencia.

Igualar los niveles de violencia y represión que precedieron al golpe de 1976 es caer, precisamente, en lo que don Marx criticaba de la revolución francesa en 1848 con respecto a la referencia que sus líderes hacían sobre la de 1789. A cada nombre antiguo le correspondía uno nuevo, caricaturesco y farsante, que buscaba repetir la fórmula del éxito avalada por el imaginario social. Ese pasado en realidad ejemplificador, inspirador, motor de la historia, tal como Benjamin sostuvo en sus tesis. Pero si Romero ve una posible repetición trágica de la historia reciente, según su propio criterio estaría encarnando entonces una farsa de algunos de los varios periodistas e intelectuales que agitaron las páginas de diarios y revistas con profecías previsibles, en pleno naufragio institucional capitaneado por Isabel Perón.

Rememorar esa tragedia isabelina en la nota aludida tiene motivos muy claros. Además de abonar a la teoría de los dos demonios, la cual pone en un mismo pie de igualdad a los atentados guerrilleros con el terrorismo de estado. Esa especie de bi-teísmo, o bi-demonismo; o mejor aún, de bi-leviatanismo. Porque el Leviatán de Hobbes como metáfora del Estado, ese monstruo, ese diablo o dios, que es lo mismo, reúne todas las voluntades individuales que concurren en un pacto social, del cual él es el propio árbitro. Y ante un incumplimiento o atropello, tan común en su calidad actual, más posmoderna, de máquina, alienta el resquebrajamiento y la rebelión. La represión desmedida de la última dictadura respondió al mandato por el cual todo estado ejerce el monopolio de la violencia. Las anteriores dictaduras y gobiernos parapoliciales ya habían preparado el terreno para que, directa o indirectamente, la espiral de violencia social, la famosa violencia de abajo, levantara polvo. Es cierto que la violencia popular organizada muchas veces provoca víctimas civiles no involucradas directamente en el conflicto, pero esa lucha deberá atenerse a las reglas del tablero en el que se desarrolla, es decir, al estado de derecho o hecho que sólo maneja el único Leviatán existente con sus códigos penales y su poder punitivo.

La respuesta a su última pregunta, digna del Chapulín Colorado, bien la sabe Romero: a él lo defenderá ese demonio, duplicado en una repetición farsante y fantasmática. Y que tal vez sea la de su propio reflejo.

lunes, 12 de abril de 2010

Adiós a Las Armas


viernes, 22 de enero de 2010

Urbanismo lúd(d)ico

Manera sencillísima de destruir una ciudad

Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario.

Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos.



Este fragmento pertenece a un libro publicado en 1967 que es lo más parecido a un blog en papel, un verdadero anticipo ludopático plasmado en distintos escritos-fragmentos-mundos.

Una vuelta al día que me encontraba en Córdoba capital, porteño y culiáo, levanté la vista y me encontré con esa nube de la especie cúmulo, que retraté defectuosamente con una vieja cámara Canon sin zoom. Luego, recordando el pasaje cortazariano en un flash de lucidez terrorista y luddita, fui rápidamente a buscar mi bolso. Primero saqué el arco y lo tensé para probar su alcance. Pero, pucha, me dije y carcajeé, justo me vine a olvidar el carcaj, ¡juá!


lunes, 5 de octubre de 2009

Matar a una calandria

Entre sueños, una arpía -cabeza de mujer con cuerpo de ave- canta a los gritos despellejados hasta que despierto. Una vez más. Para no volver a dormir. Por un momento, temo al recuerdo escurrido del personaje monstruoso protagonista del semi-sueño. Hasta me tomo el trabajo de abrir la ventana para cerciorarme de que la pajarraca mítica no esté ahí, colgando de una rama con sus dientes feroces y sus ojos sanguinolientos. Pero sólo veo un simple pájaro. Este es un caso para Freud, pienso sumido en las sombras más densas de la madrugada. Después decido tomar las armas.

El insomnio primaveral me dicta una consigna: matar a una calandria. O a varias. Igual, siempre se trata de una. Dicen por ahí que es un ave que se destaca por imitar el canto de cualquier otro pájaro, e incluso el silbido del hombre; y que tiene un prestigio legendario por tratarse de un familiar directo del cenzontle o sinsonte, ave sagrada de los mayas que tantos reconocidos poemas puebla. Y también cuenta con una defensa políticamente correcta desde la literatura, en la novela Matar a un risueñor, de Harper Lee. Allí, el título funciona como metáfora de lo que sería un acto cobarde por la supuesta inocencia del ruiseñor, ave muy similar en cuanto a las características cantarinas de la calandria.

El tema es que cuando este bicho arranca con su parloteo ininterrumpido a las 2 de la mañana, cuando no cantan ni las lechuzas que no habitan Buenos Aires, y los grillos susurran su anonimato, el insomne comienza su día. Primero hay una brevísima esperanza de que el monólogo silbado se apague. Luego, uno puede contarle rosarios al agnostiscismo para que la madre natura haga de las suyas, y se presente en la escena nocturna algún animalejo de la cadena alimenticia que pueda engullírsela de sopetón. Sea murciélago, elefante o dragón. Más tarde, mientras la mentada continúa cantándole a nadie y despertando hasta los gallos, se activa el instinto asesino. Ya no hay Greenpeace ni Vida Silvestre que pueda interponerse.

lunes, 27 de julio de 2009

La fuente del elixir


Ante tremebundo panorama viñatero, cualquier persona puede encontrarse con una revelación semejante a la que produce la lectura del "¿De dónde venimos?". O dios no existe, o anda necesitando dadores a troche y moche. En todo caso, Dionisos es un alto vampiro, y el señor una joven pálida y gótica con el cuello cubierto de chupones color uva.
¡Un brindis por Pierrot y el suelo mendocino!
¡Saluc!

sábado, 20 de junio de 2009

Marche un magnicidio

Ver a Nicolae Ceausescu o a Saddam Hussein rehuyendo a la muerte con la ropa desaliñada y la barba crecida, días después de haber manejado los hilos de sus respectivos países con una firmeza digna de la parca, genera un morboso extrañamiento. El poder político inviste a personas pero puede dejarlas de un día para el otro, como una novia arrepentida de los galones ofrendados. Fueron ejecuciones captadas por cámaras y televisadas que se produjeron poco tiempo después de que esas figuras políticas fueran derrocadas de un plumazo; y su espectacularización tuvo el plus de mostrar los rostros grisamarillos y desencajados de esos personajes desinflados de poder.

Estas condenas a muerte, legales en el marco de una justicia ficcional instituida temporalmente por un grupo de poder recién llegado, también deberían considerarse magnicidios (y hasta el "hetero-magni-suicidio" de Slobodan Milosevic en su prisión de La Haya). Así como la pena de muerte contra un "delincuente común" es un asesinato (en la escala valorativa del lenguaje que solemos utilizar, ¿sería un nanocidio?).

Los magnicidios, desde el siglo XX, se consuman ya por una estrategia imperialista, una intriga cuartelera o una revuelta popular, circunstancia ésta que sucedió las menos de las veces. Y los escenarios suelen ser esos estados que muchos liberales optimistas ven rielados en las vías del desarrollo, pero en realidad divagan como locomotora en la arena. El caso tercermundista más cercano tal vez sea el linchamiento del presidente boliviano Gualberto Villarroel en 1946, quien fue quemado y colgado de un farol de la Plaza Murillo de La Paz. Aunque claro, tenemos también los casos de JFK en los Estados Unidos o Aldo Moro en Italia. Pero por más relevante que sea el asesinato político, no necesariamente va a implicar en sí mismo una transformación sociopolítica drástica, si no es acompañado por un movimiento popular que aspire a revolucionar las estructuras, para decirlo de manual.

Si adoptamos la postura del periodismo deportivo, que de todo hace una estadística, nos encontramos con que el continente africano es el más propenso a los atentados presidenciales; o para decirlo con una metáfora parca, el que más condena a sus mandatarios a aparcar la vida de espaldas a un muro. Lo cierto es que en los últimos sesenta años, "África registró un tercio de los magnicidios", según un cable de la Agencia EFE. En ese período, cuarenta y siete dirigentes fueron asesinados, diecisiete de ellos en el continente cuna del homo sapiens.

En general, y para los demócratas (liberales optimistas) que ven en África sistemas políticos jóvenes que aspiran a encauzar sus democracias, esta inestabilidad en el continente persistirá sin la ayuda crediticia de occidente que permita actualizar el coloniaje. Pero no tienen en cuenta que el problema de fondo es anterior a la constitución de los sistemas políticos. Los países centrales fueron pésimos planificadores de fronteras; o tal vez las hayan trazado de modo tal que el conflicto sea eterno. Los límites políticos africanos -armados para afianzar el control central: dividir y reinar- fueron tan caprichosamente guiados por conveniencias económicas con respecto a los pueblos o naciones que habitaban sus territorios, como lo fueron en América con respecto a los pueblos indígenas, en Medio Oriente con respecto a los palestinos o en tantos otros lugares. Como afirmara Rodolfo Walsh en su excelente nota "La revolución palestina", los países colonizadores se retiraron de las colonias independizadas dejando "la semilla de un conflicto inagotable".

Tal vez los magnicidios en continente africano más recordados sean el del presidente egipcio El Sadat en 1981; el del presidente liberiano Samuel K. Doe en 1990, cuya guerra civil desatada fue documentada por Arturo Belano, en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño; el "dos pájaros de un tiro" de los presidentes de Ruanda y Burundi en 1994, cuando el avión en el que viajaban fue derribado por un misil, lo que dio inicio al genocidio tutsi por parte de lo hutus; y el del presidente de la República Democrática del Congo, Laurent Kabila (aquel líder guerrillero cuya indecisión en los sesenta llevara a la desesperación del Che Guevara y su posterior huída de esa extraña campaña por el África), en 2001. El último fue João Bernardo Vieira, de Guinea Bissau, en marzo de 2009, por componendas con el jefe militar que había sido asesinado un día antes.

Así, África es noticia por su inestabilidad política y sirve de referencia para algunos analistas advenedizos que pretenden asustar a los votantes en tiempos de elecciones diciendo que África es "nuestro destino". O bien sale en un especial del suplemento Ñ que muestra esa cara "ignorada" del continente (en cuyo ocultamiento colaboran los propios medios por omisión) de manera folclorizante. Pero detrás de esa fachada que construye occidente, los tambores no sólo suenan para "clamar ayuda a los países centrales", sino que, ejecutados por actores políticos (el pueblo, otra vez de manual), muchos percuten en la lonja versiones superadoras de nuestro "Hay que matar al presidente".

sábado, 9 de mayo de 2009

Siglo Rojo

El último 1º de mayo pasó sin pena ni gloria el centenario de la Semana Roja, aquella represión policial encabezada por el jefe de policía, coronel Ramón L. Falcón, que dejó un tendal de obreros muertos. En el marco de la crisis mundial de 1907, que como toda crisis comenzó ajustando los salarios de la clase trabajadora, las represiones masivas eran moneda corriente en el continente. Por ejemplo, la masacre de la escuela Santa María de Iquique, Chile, que en diciembre de 1907 dejó miles de muertos; o las huelgas violentamente sofocadas en México, que iban a confluir en el inicio de la revolución de 1910.


En Argentina, ya en 1907 se había producido una huelga de inquilinos reprimida por el recientemente nombrado Ramón Falcón. En 1909, en ocasión de conmemorar el 1° de mayo (no el 30 de abril como en la actualidad), obreros anarquistas nucleados en la F.O.R.A. se manifestaron en la plaza Lorea. A tiro de máuser, la policía dejó 12 muertos y alrededor de setenta heridos. Durante los días siguientes, los socialistas y los sindicalistas se sumaron a la huelga general y al reclamo de destitución de Falcón. En el entierro de los muertos del 1° de mayo, una multitud de 60 mil personas llevó los féretros hacia la Chacarita, y nuevamente fueron reprimidos por orden del jefe de policía. Hubo que esperar hasta noviembre de ese año para que Falcón abandonara su cargo, ya no por voluntad propia, sino por el atentado cometido por el obrero ucraniano Simon Radowitzky con una bomba casera, en la recoleta esquina de Callao y Quintana. La violencia que genera violencia: el mismo axioma que se repetiría con los responsables, entre otros hechos, de la matanza de Iquique (Silva Rennard, quien sobrevivió al atentado), de la Patagonia Trágica (Héctor Varela) y la Masacre de Trelew (Hermes Quijada).



Falcón, además, había combatido en el ejército durante la llamada conquista del desierto. Y por haber sido el fundador de la primera escuela de policía del país, fue premiado post mortem con denominaciones de pueblos, calles e instituciones con su nombre, monumentos y placas. Como la que todavía hoy se emplaza semi-oculta en la esquina donde lo mataron. Como no fue nombrado durante un gobierno de facto, a pesar de haber cometido crímenes de estado, no hay ley que permita retirar su nombre de estos espacios. Pero bueno, la violencia simbólica generará violencia simbólica. Por lo pronto, desde el sitio web Chau Ramón Falcón, un grupo de personas se propone cambiar el nombre de la segunda calle más larga de Buenos Aires, que lleva el nombre del militar.

Ramón "Ford" Falcón tuvo su papel en la literatura bajo la tecla de la olivetti de Humberto "Cacho" Costantini, en su novela De Dioses, hombrecitos y policías, escrita en 1975. Allí tal vez se plasma de la mejor manera la conexión que existe entre el apellido del coronel represor y los autos que se encargaron de simbolizar el terrorismo de estado de la última dictadura. En la novela, el dios griego Hermes busca salvar a un grupo de poetas que se juntan en una casa de Villa del Parque, y que fueron signados por el dios subterráneo Edes a morir bajo la tortura de un grupo parapolicial, como pago por la muerte del general Cáceres Monié (hecho real, sucedido en Paraná en diciembre del '75). Hermes baja a los infiernos para tener más información sobre el plan de Edes, se disfraza de militar y se encuentra a Falcón: "Y retorciéndose la guía de su negro bigote habló así el alma del ilustre Ramón Falcón. 'Sábelo, oh distinguido muerto. Hace ya casi tres semanas, el día 15 de noviembre exactamente, infalibles augures anunciaron al poderoso Edes que hoy, 3 de diciembre de 1975, elementos subversivos (seguramente algún ácrata de apellido polaco y valiéndose de una bomba de fabricación casera, casi me atrevo a vaticinar) enviarán a esta negra Mansión al excelente general Cáceres Monié, por muchísimos motivos amado por el insaciable Edes".

Un Dionisos para Radowitzky.

lunes, 19 de enero de 2009

No más farmacias

A pesar de que el Consejo de Seguridad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó detener los ataques, los narco-fármacoestados continúan el bombardeo contra los enclaves de la Logia Decimonónica por el Resurgimiento de la Amapola (Lo De Rama). La guerrilla romanticista, urbana y floral, por su parte, persiste en apuntar sus rudimentarios cañones a las farmacias de varias ciudades del país de Nunca Hamas, donde se transa la droga contemporánea, la efedrina.

Cultor del láudano, Lo De Rama lucha por su despenalización. A su vez, alega que más allá de tratarse de un derivado del opio, sustancia que tanto influencia a los pueblos, su guerra no es religiosa como sí lo sostienen los farmaceutas. Éstos, lejos de considerar la religión como el opio popular, justifican su postura por el supuesto ensañamiento simbólico que tiene Lo De Rama con las cruces de David que coronan sus templos.

Trudi, integrante de Lo De Rama de Castro, Chiloé, nos manda una foto que retrata el accionar clandestino de la agrupación, en honor al bicentenario poético que se cumple hoy. Aprovechamos para saludar nosotros también al homenajeado Edgar, quien fuera abanderado de la flor oriental y dos veces Heroína de la Fiesta de los Derivados Opiáceos. ¡Quién pudiera llegar a cumplir tantos años! ¡A su salud!



lunes, 12 de enero de 2009

Holocausto en el país de Nunca Hamas

Qué diría Benjamin sobre el devenir de la historia judía, construida con los ladrillos derruidos, con las ruinas pasadas de una larga y traumática lucha de un pueblo, pero cuyo estado-nación imita las estrategias de sus pasados verdugos. ¿Se estará revolcando en su tumba de los Pirineos? Y Marx, ¿habría pensado en la posibilidad de una revolución (¡ja!) dentro del estado que cobija a su dispersa nación y el cual nunca llegó a conocer? Es una pena que tantos intelectuales judíos que hubo a lo largo de la historia y que permitieron teorizar sobre el horror del holocausto nazi no estén acá para criticar desde adentro a su estado, del cual tal vez muchos no se sentirían parte. Un estado-víctima que representa a un pueblo perseguido durante años y con un genocidio sufrido a cuestas, y que construye sobre esa base, sobre esas ruinas, un genocidio infanticida y feminicida. El Angelus Novus de la historia troca en el Ángel de la Muerte.

La franja de Gaza '09 podría llamarse esta nueva campaña, una más de las tantas que en los últimos 60 años de colonización israelí ya llevan un número difuso de muertes por parte de ese estado policial, adelantazgo creado por las potencias mundiales luego de la Segunda Guerra Mundial para mantener a raya a los revoltosos de Medio Oriente.

La excusa de la guerra religiosa ya está gastada, cuando las implicancias económicas que coalicionan a las potencias capitalistas son evidentes. Y el papel de víctima en las rencillas geopolíticas, cuando se pasa a ser responsable, está trillado desde que Cobos era una cigota. Hamas es la creación israelí que se le da vuelta, su Frankenstein, su hijo rebelde, como Hussein o bin Laden para los Estados Unidos. Y en la negación a reconocer a esos hijos deseados, el nazismo del siglo XXI parece perfilarse de a poco en el tablero mundial.

Israel actúa como un calco de Estados Unidos. Una posible justificación del ataque que hoy se cierne sobre Gaza, en consonancia con las desopilantemente trágicas excusas de la administración Bushito para sus invasiones a Afganistán e Irak, podría ser: "Según algunas fuentes, los bombardeos del estado israelí sobre la franja de Gaza serían dirigidos contra seguidores del árabe loco Abdul Alhazred, autor del terrorífico Necronomicón. Un grupo de seguidores del demoníaco autor, tantas veces referido por el escritor filo-nazi H. P. Lovecraft, estaría salmodiando sus versos en los túneles de la franja de Gaza para llamar a los dioses primigenios que descansan con sueño endeble en alguna parte de nuestro cosmos. El despertar de estas formas grotescas y viscosas será el apocalipsis. Con lo que el humilde accionar del ejército de Israel nos está valiendo la salvación de la humanidad".

Si el vivir-con-miedo israelí, debido a los misiles asesinos, poco estratégicos y poco inteligentes que lanza la guerrilla Hamas, conlleva esta respuesta, acá en Argentina tendríamos que esperar que el estado comience a lanzar misiles contra las villas, que tanta inseguridad y miedo le provocan al común de la gente. El meta-bala del gatillo fácil se transformaría así en el meta-bomba sobre barrios de chapa y cartón, o sobre casas de seis pisos de ladrillos como las de la villa 31, que, ¡oh!, tanto molestan por su contraste estético junto al resto del caserío bajo, miserable pero rústico.

Así es, la villa asentada en la franja de Gaza, donde muchos de sus habitantes cruzan la frontera a Israel para trabajar y vuelven para vivir en extrema pobreza e incomunicados, está siendo erradicada con misiles que, de tan inteligentes, se cargan a los líderes de Hamas, a sus hijos y mujeres, a sus colaboradores, a sus simpatizantes, a los neutrales y, por último, a los indiferentes. Que realmente deben ser muy pocos. El Nunca Hamas israelí es el otra vez sopa pero de otro gusto, donde hay un solo demonio que no es el estado, y el infierno son los otros; donde las y los niños no vuelan ni son inmortales, y el capitán Garfio lo ve todo con un solo ojo.

sábado, 4 de octubre de 2008

13 de febrero de 1999

La noche nos había encontrado a la entrada del Valle de la Luna, a 17 km., en un paraje desierto llamado Los Baldecitos, luego de la visita al Talampaya. La noche fue la más estrellada, la más fugaz y la más extraña en cuanto a lo meteorológico (nubes y relámpagos en el horizonte y caída de alguna nota húmeda sobre nosotros, bajo un cielo sin nubes). Pero quedamos varados y tuvimos que armar la carpa junto a la ruta, a la espera de un nuevo día, de algún auto que nos alcanzara al Valle y de que ninguna víbora nos envenene el sueño.

El policía de la garita rutera me levantó a las 8 y media de la mañana avisándome que pasaría la camioneta de Parques Nacionales hacia el Valle de la Luna, pero cuando salí de la carpa se estaba yendo. Facu, Kurt y Novi se levantaron una hora después, desarmamos la carpa y comimos unas galles con coca bajo el sol que ya rajaba el paisaje seco y sanjuanino. Luego de un rato sin novedades sobre el asfalto, a las 12 pasó Daniel, un obrero del parque, con su esposa, su hija y su tío Ángel. Nos llevó hasta Ischigualasto y en la entrada al parque se ofreció a llevarnos también en el recorrido. Careteamos la entrada a la mitad ($10) y fuimos junto al guía pasando las distintas formaciones (Rastros, Ischigualasto y Barrancas Coloradas), observando fósiles y cerros con formas imaginarias que nos interpelaban cual tests de Rocharch. En la caravana contábamos con un émulo de Lorenzo Lamas y la familia tan macanuda con la que compartimos hostilmente la excursión por Talampaya. La mala noticia fue la caída de un mito de los noventa: le pregunté a Víctor sobre la posibilidad de que tocara Pink Floyd en el Valle de la Luna. "No, ¿acá en el parque? De ninguna manera".

Pegamos la vuelta con Daniel, que se ofreció a llevarnos hasta su pueblo, Chamical, en la provincia policial de La Rioja, del cual ninguno de los cuatro teníamos idea sobre su existencia, y desde el cual empezaríamos el regreso. Merendamos en una Esso y allí se nos acercó un profesor de gimnasia que hacía trofeos (¡¿?!) y al que le despertamos tanta compasión que nos invitó unas cervezas y nos regaló su gorra (¡¿?!). Luego fuimos a placearla al Centro, donde nos enteramos de la inminencia del corso chamicalense. Antes que nada, nos anticipamos al control policial extremo que se cernía sobre la provincia menemista y fuimos a la comisaría más cercana a registrarnos como visitantes, antes de que nos ganaran de mano como las veces anteriores. Cenamos en la pollería de El Padrino un pollo con fritas y un vino montonero, e hicimos un balance exhaustivo del viaje que terminaba. Después nos fuimos pa'l corso.

Caímos con las mochilas como cuatro extraterrestres en corso chamicalense, como búlgaros en rumba, a tal punto que llamábamos más la atención de los locales que las comparsas. Aprovechamos nuestros quince minutos de fama y conocimos a Beto, que nos hizo un breve repaso sobre las últimas necrológicas del pueblo y nos hizo un ranking de minas que le cabían, en el que la Alfano ocupaba los tres lugares del podio. Después, ya en medio de la multitud, nos llenaron de nieve, hasta que nos cansamos de la impavidez y fuimos a comprarnos unos pomos (si es carnaval...).

La noche seguía. Volvimos a la plaza y conocimos un pibe de Comodoro Rivadavia (¡¿?!) que nos conseguía entradas para el boliche. Aguantamos con ferné-cola, bebida regional por excelencia, y ubicamos las mochilas en el auto de Pil, dueño de la boîte. Recién a las 3 la adolescencia empezó a entrar en Zambra Disco, y nosotros lo logramos a las 4, a pesar de nuestra vestimenta y nuestra pulcritud. Nada de baile, claro. Salimos a eso de las 6, barrileteados y exhaustos, agarramos las mochilas y nos fuimos a dormir a la estación de tren abandonada.

Una vez más, el itinerario azaroso nos regalaba un día extraño.