Los diarios y formadores de opinión buscan fórmulas sencillas y directas para la difusión de ideas, o de meras consignas que serán repetidas en el ascensor y en la charla ocasional por la calle. En su nota de opinión "El gobierno decidió reescribir el Nunca Más", publicada en el diario
Clarín el último 16 de septiembre, el historiador Luis Alberto Romero dice:
"Marx ha escrito que la historia se repite: la primera vez en forma de tragedia y la segunda como farsa. Ojalá no se haya equivocado. Que aquello que vivimos la primera vez como tragedia sangrienta concluya, en esta segunda experiencia, como farsa. Porque los signos actuales de la intolerancia, las amenazas y agresiones, y hasta la violencia velada son cada vez más alarmantes." Y la cierra con la siguiente frase:
"Cabe preguntarse quién defenderá nuestros derechos cuando lo necesitemos. Quién evitará que la farsa se convierta en tragedia."
Apenas pocos días después de haber inaugurado nuestra etiqueta de posts tragicómicos, en honor a la cita marxiana (de otro planeta), ya tenemos materia de discusión en torno a ella y sus infinitas y antojadizas interpretaciones. Claro, a pesar de que darle con un caño a personajes como Romero, de los que actualmente abundan, ya resulta aburrido y redundante. Pero nos la dejó picando.
El famoso "clima destituyente" que ventilaba el gobierno nacional hace un par de años, en pleno conflicto con los productores rurales (que para algunos era un mucho más drástico y paranoico "se viene el golpe"), ahora lo asumen algunas personas que, como Romero, están más bien identificadas con la oposición, pero invirtiendo la postura victimizante. De esta manera, pretenden ubicarse en el medio de los dos grandes actores antagonistas como terceros damnificados por esa posibilidad que, en Latinoamérica, encuentra cada vez más recreaciones que exceden el mero cuartelazo militar. Sin embargo, más bien se ubican claramente de un lado de ese conflicto que, construido como una gran tensión entre dos polos, tiende a reducirse a una pelea entre ambos bloques protagonistas que neutralizan tanto las medias tintas como las críticas y las síntesis superadoras o, al menos, humildemente propositivas.
Romero, como académico con vía libre para opinar, tiene una responsabilidad que no puede eludir. Y hacerse cargo de una afirmación es asumir la carga. Pero leída entrelíneas, la actitud del autor de la nota no es sólo de víctima, sino más cercana a una advertencia.
Igualar los niveles de violencia y represión que precedieron al golpe de 1976 es caer, precisamente, en lo que don Marx criticaba de la revolución francesa en 1848 con respecto a la referencia que sus líderes hacían sobre la de 1789. A cada nombre antiguo le correspondía uno nuevo, caricaturesco y farsante, que buscaba repetir la fórmula del éxito avalada por el imaginario social. Ese pasado en realidad ejemplificador, inspirador, motor de la historia, tal como Benjamin sostuvo en sus tesis. Pero si Romero ve una posible repetición trágica de la historia reciente, según su propio criterio estaría encarnando entonces una farsa de algunos de los varios periodistas e intelectuales que agitaron las páginas de diarios y revistas con profecías previsibles, en pleno naufragio institucional capitaneado por Isabel Perón.
Rememorar esa tragedia isabelina en la nota aludida tiene motivos muy claros. Además de abonar a la teoría de los dos demonios, la cual pone en un mismo pie de igualdad a los atentados guerrilleros con el terrorismo de estado. Esa especie de bi-teísmo, o bi-demonismo; o mejor aún, de bi-leviatanismo. Porque el Leviatán de Hobbes como metáfora del Estado, ese monstruo, ese diablo o dios, que es lo mismo, reúne todas las voluntades individuales que concurren en un pacto social, del cual él es el propio árbitro. Y ante un incumplimiento o atropello, tan común en su calidad actual, más posmoderna, de
máquina, alienta el resquebrajamiento y la rebelión. La represión desmedida de la última dictadura respondió al mandato por el cual todo estado ejerce el monopolio de la violencia. Las anteriores dictaduras y gobiernos parapoliciales ya habían preparado el terreno para que, directa o indirectamente, la espiral de violencia social, la famosa violencia de abajo, levantara polvo. Es cierto que la violencia popular organizada muchas veces provoca víctimas civiles no involucradas directamente en el conflicto, pero esa lucha deberá atenerse a las reglas del tablero en el que se desarrolla, es decir, al estado de derecho o hecho que sólo maneja el único Leviatán existente con sus códigos penales y su poder punitivo.
La respuesta a su última pregunta, digna del Chapulín Colorado, bien la sabe Romero: a él lo defenderá ese demonio, duplicado en una repetición farsante y fantasmática. Y que tal vez sea la de su propio reflejo.