La noche nos había encontrado a la entrada del Valle de la Luna, a 17 km., en un paraje desierto llamado Los Baldecitos, luego de la visita al Talampaya. La noche fue la más estrellada, la más fugaz y la más extraña en cuanto a lo meteorológico (nubes y relámpagos en el horizonte y caída de alguna nota húmeda sobre nosotros, bajo un cielo sin nubes). Pero quedamos varados y tuvimos que armar la carpa junto a la ruta, a la espera de un nuevo día, de algún auto que nos alcanzara al Valle y de que ninguna víbora nos envenene el sueño.
El policía de la garita rutera me levantó a las 8 y media de la mañana avisándome que pasaría la camioneta de Parques Nacionales hacia el Valle de la Luna, pero cuando salí de la carpa se estaba yendo. Facu, Kurt y Novi se levantaron una hora después, desarmamos la carpa y comimos unas galles con coca bajo el sol que ya rajaba el paisaje seco y sanjuanino. Luego de un rato sin novedades sobre el asfalto, a las 12 pasó Daniel, un obrero del parque, con su esposa, su hija y su tío Ángel. Nos llevó hasta Ischigualasto y en la entrada al parque se ofreció a llevarnos también en el recorrido. Careteamos la entrada a la mitad ($10) y fuimos junto al guía pasando las distintas formaciones (Rastros, Ischigualasto y Barrancas Coloradas), observando fósiles y cerros con formas imaginarias que nos interpelaban cual tests de Rocharch. En la caravana contábamos con un émulo de Lorenzo Lamas y la familia tan macanuda con la que compartimos hostilmente la excursión por Talampaya. La mala noticia fue la caída de un mito de los noventa: le pregunté a Víctor sobre la posibilidad de que tocara Pink Floyd en el Valle de la Luna. "No, ¿acá en el parque? De ninguna manera".
Pegamos la vuelta con Daniel, que se ofreció a llevarnos hasta su pueblo, Chamical, en la provincia policial de La Rioja, del cual ninguno de los cuatro teníamos idea sobre su existencia, y desde el cual empezaríamos el regreso. Merendamos en una Esso y allí se nos acercó un profesor de gimnasia que hacía trofeos (¡¿?!) y al que le despertamos tanta compasión que nos invitó unas cervezas y nos regaló su gorra (¡¿?!). Luego fuimos a placearla al Centro, donde nos enteramos de la inminencia del corso chamicalense. Antes que nada, nos anticipamos al control policial extremo que se cernía sobre la provincia menemista y fuimos a la comisaría más cercana a registrarnos como visitantes, antes de que nos ganaran de mano como las veces anteriores. Cenamos en la pollería de El Padrino un pollo con fritas y un vino montonero, e hicimos un balance exhaustivo del viaje que terminaba. Después nos fuimos pa'l corso.
Caímos con las mochilas como cuatro extraterrestres en corso chamicalense, como búlgaros en rumba, a tal punto que llamábamos más la atención de los locales que las comparsas. Aprovechamos nuestros quince minutos de fama y conocimos a Beto, que nos hizo un breve repaso sobre las últimas necrológicas del pueblo y nos hizo un ranking de minas que le cabían, en el que la Alfano ocupaba los tres lugares del podio. Después, ya en medio de la multitud, nos llenaron de nieve, hasta que nos cansamos de la impavidez y fuimos a comprarnos unos pomos (si es carnaval...).
La noche seguía. Volvimos a la plaza y conocimos un pibe de Comodoro Rivadavia (¡¿?!) que nos conseguía entradas para el boliche. Aguantamos con ferné-cola, bebida regional por excelencia, y ubicamos las mochilas en el auto de Pil, dueño de la boîte. Recién a las 3 la adolescencia empezó a entrar en Zambra Disco, y nosotros lo logramos a las 4, a pesar de nuestra vestimenta y nuestra pulcritud. Nada de baile, claro. Salimos a eso de las 6, barrileteados y exhaustos, agarramos las mochilas y nos fuimos a dormir a la estación de tren abandonada.
Una vez más, el itinerario azaroso nos regalaba un día extraño.
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2 comentarios:
se fueron a registrar a la comisaría???
:0
setirse intruso en pueblo chico es pura parranda.
salud
Sí! Así era la poli del Canlo. Bentham un poroto al lado de la provincia-desierto panóptica de La Rioja. Pero quién te quita la parranda...
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