Si el barco en cuestión es una letra, podrá argumentarse que ésta no puede tener significado propio, por sí sola. Pero toda materialidad significa. Y en este globalimundo que pretende tener todo al alcance de la mano, los significados siguen multiplicándose sin ánimos de anquilosarse. Algo por el estilo ocurre con la letra zeta.
Las dos plazas de mayo en octubre (dos veces mayo, dos veces octubre) para protestar contra un asesinato y conmemorar una muerte, encontraron a dos multitudes con muchas diferencias políticas, pero que, como dos conjuntos de un diagrama de venn, compartieron una intersección importante (muchos asistentes estuvieron en ambas plazas). El día después de la última plaza convivían graffitis de esas dos movilizaciones pero no necesariamente eran contrapuestos. Los dos más inscriptos, de hecho, eran aquellos que dan vida a los mentados fallecidos. Mariano Ferreyra vive; Néstor Kirchner vive. Eso que Costa-Gavras en su sublime película Z quería plasmar, precisamente, con esa letra inscripta en las calles, para recordar al diputado comunista griego interpretado por Yves Montand, que fuera asesinado por grupos de choque derechistas. La zeta, última letra del alfabeto latino cuyo origen data de la Grecia antigua, donde atribuida a alguna persona muerta significaba que ésta seguía viva simbólicamente (en griego clásico, ζει o zei quiere decir “vive”). Una especie de correctivo de la omega (Ω), recluida en los panteones y cementerios, que marca el final del alfabeto griego y simboliza un poco más trágicamente el final (definitivo) del camino de la vida.

La zeta también fue utilizada para significar, en la ficción, un acto de justicia en manos de un héroe rico que tenía tristeza, como el Zorro. Ese paladín criollo que en tierras mexicanas marcaba la Z del Zorro con su espada sobre las ropas de aquellos que osaban transgredir la ley o enfrentarse en duelo con él. Lo cierto es que esas mismas tierras mexicanas hoy albergan a otro grupo de muchachotes que dejan una Z como marca corporal, pero con medios y fines completamente distintos. Y esa marca no implica ni justicia, ni mucho menos vida, sino todo lo contrario.
Los Zetas, grupo narco nacido en Tamaulipas, es uno de los tantos monstruos creados por Estados Unidos que, luego de unos años de ser funcionales a sus intereses, cobra autonomía para sembrar el terror (como sucedió también con los paramilitares colombianos, las maras centroamericanas, Al Qaeda, entre otros tantísimos). Esta organización surgió de un desprendimiento del ejército mexicano creado para combatir el levantamiento zapatista de 1994, para lo cual recibió entrenamiento de la CIA. Actualmente, ya emancipada, se pavonea de su poder y exhibicionismo morbo con una especie de necro-performance que consiste en plantar cadáveres (el poema de Perlongher quedaría chico) ejecutados por sus propios sicarios, y con la "firma de autor": una Z pintada sobre las remeras de los desafortunados, que remite directamente a su nombre pero que también rememora a la omega en toda su plenitud tanática. La vida y la muerte de la Z a la Z.
Así, México se vuelve una especie de terreno de disputa de sentido en torno a esta letra. No faltará algún nostálgico que, a 100 años de la revolución, clame un ¡viva Zapata! en clave: ZZ.