Amanece y
Juan Pluma, mestizo por convicción, busca denodadamente su mirada. Ésa que le
prestó a su hermana noche o apostó en alguna caravana anónima, pero que siempre
recupera con el despunte solar y le permite recomponer su entidad. Como si fuera un hígado prometeico. Porque de
noche, Juan Pluma convida su mirada, la entrega en ofrenda a sus hermanos de
ocasión, transmuta sus ojos en celuloide y se entrega como un film a la visión
y audición ajenas. Es que la música de Juan Pluma y los Cinema se escucha pero
también se ve. Y precisamente algo de eso –de cinema– hay en el elepé que se
avecina.
La banda surgida
a mediados de la década pasada, con su nombre mezcla rara de penúltimo gaucho
pop y primer compadrito rocker, acaba de publicar su segundo simple previo al
lanzamiento de su segundo disco, Trasnoche,
previsto para inicios de 2014. Y en estos dos temas se preanuncia algo de esa mezcolanza.
Una especie de migración del campo a la ciudad; o mejor, del parque en flor
citadino al callejón oscuro y aguardentoso. Porque el paisaje que retratan sus
canciones (incluso las del primer disco, con tonos más folkis) siempre es
urbano.
No por nada
el lado “A” de este simple se llama “Ciudad de plastilina”. Viejo tema de
Agustín Valero, en esta versión las guitarras interplanetarias proponen una
especie de regreso del espacio de Major Tom (protagonista del Space Oddity de
Bowie), junto a un grupo de mujeres venusinas, a una ciudad aterrada por saberse
frágil y moldeable por las “experiencias infinitas” de la música. El estribillo
extático clama eso de que “todo se transforma en celuloide” y logra un menjunje
entre géneros tal, que permite bailarlo al son de la música disco mientras se
agita la cabeza crestosa a lo punk.
El segundo
tema, “Amanecer”, tiene unos punteos de guitarra con delay que remedan el eco
de los pasos en una calle empedrada, de regreso madrugado, y revientan en un
arranque rockero hacia el final. Es así que un tango con ribetes piazzolescos
empieza a ventilar un in crescendo que termina en un nuevo clamor. El de
“Ciudad de plastilina” reclamaba que la miren; el de “Amanecer” reclama la
mirada perdida. “Soy casi un intento de holograma / que se esfuma en la mañana
/ esperando que la noche / me devuelva la mirada”, dice ese estribillo que
describe y resume la trasnoche cinematográfica, donde la exhibición y el
voyeurismo alcanzan una nueva hibridación. Y el celuloide requiere de la mirada
para no difuminarse en un holograma hacia la invisibilidad.
Las dos
canciones de este simple exploran una polirritmia que caracteriza a la banda. Su
música es una especie de inflador que con cadencias sinuosas, a veces sutiles y
otras decididamente vertiginosas, insuflan de aire a las letras, que se echan a
volar como barriletes de colores estrambóticos, en flameos impredecibles.
Pero Juan
Pluma tiene los pies sobre la tierra y camina con el paso explorador del
flâneur. Sólo que, en vez de encontrar su asilo en la multitud, lo hace en la
compañía de sus hermanos de caravana porteña (los hermanos celuloide). Porque Buenos
Aires es la capital del siglo XXI.
La banda
integrada por Agustín Valero (composición, voz y guitarra), Damián Lois
(composición, voz, bajo y flauta traversa), Laura Cutufia (voz y coros), Martín
Hernández (batería) y el maridaje plumífero entre Facundo Ruiz (letras y
recitados) e Irene Sola (letras y sombras), también expresa su espectacularidad
en el hecho de que cada uno de ellos es frontman (y frontwoman) de la música y
la poesía escenificadas.
Juan Pluma y
los Cinema es una banda autobiográfica que rememora otros nombres propios
fallidos, viejas bandas, espacios urbanos de tránsito y esparcimiento,
amistades fugaces y otras anquilosadas. El ser ubicuo de Juan Pluma encarna la
levedad de su apellido glam en imágenes que desfilan por una pantalla sin
abandonar su lugar en la butaca. Como si buscara diversificar su imagen en un espejo roto.
Lo mismo
pasa con el clamor generoso con el que invitan a sus oyentes a compartir su
caravana nocturna. Convidan experiencias alucinógenas porque las saben dignas
de ser vividas. “Suban a la luna de Boedo”. “Miren la ciudad de plastilina”. Pero,
como ya se dijo, la mirada prestada siempre vuelve a su dominio, enriquecida
por infinitas experiencias. La urbe asombra al recién llegado de la noche, al
porteño que se despabila bañado de una luz sucia, y percibe su entorno con
nuevos sentidos y un temblor eléctrico en el cuerpo.