A falta de inspiración, un poema de un auténtico flâneur mixto: Charles Baudelaire. La primavera está fresca y se hace necesario enjugarse de mosto los labios para que, como un rouge natural, impregne su color violáceo en nuestras carnes y nos dé el calor interior necesario para florecer. Como dijo el Polaco Goyeneche en una publicidad de Resero blanco sanjuanino de la década del ochenta, inhallable en Youtube: "Hay que cantar de nuevo al vino".
CVII
EL VINO DEL SOLITARIO
La mirada distinta de una dama galante
que nos llega flotando como el blanco fulgor
que la luna ondulante manda al trémulo lago
si en él quiere bañar su indolente belleza,
las postreras monedas que posee el jugador,
la lujuria de un beso de la flaca Adeline,
el sonar de una música que acaricia y que aquieta
como el grito lejano del dolor de los hombres,
nada de eso es mejor, oh profunda botella,
que los bálsamos fuertes que tu panza fecunda
guarda al pecho sediento del poeta piadoso.
Tú le escancias la vida, juventud y esperanza...
y el orgullo, tesoro para toda pobreza
que nos hace triunfantes, parecidos a dioses.
Hay temáticas que abundan en las letras de la música universal. Pero en esta ocasión, con la excusa de reflotar a un músico de la hostia olvidado, nos vamos a abocar a la de la piratería, tan en boga por estas épocas pretendidamente posmodernas y líquidas; porque para piratearla hay que bogar por superficies líquidas. De manual.
Es sabido que la apoteosis de los abordajes marinos encotró como principal víctima al reino español. Curiosamente, tres temas dedicados a estos personajes tan estereotipados con parche, pata de palo, garfio y loro al hombro, fueron creados por cantautores de la península ibérica. Dos de ellos son de los archiconocidos Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.
"Una de piratas" (En tránsito, 1981), del catalán, es una canción que rescata al personaje con una descripción picaresca y nostálgica; mientras que "La del pirata cojo" (Física y química, 1992), del madrileño, es un rock pretendidamente duro, de aparente chico malo, que ensalza las virtudes del pirata-macho-que-se-la-banca.
Mezo retratado por Hilda Lizarazu
Pero existe una versión sublime, de otro músico al que actualmente se lo etiqueta "de culto", como tantos otros incomprendidos de su época. Hablamos del vasco Mezo Bigarrena, rockero bohemio que hizo de su vida itinerante una historia punk triste, con matices de mito trágico. Un viaje de vida sin vuelta, con inicio en Euskadi en 1951 y final en la Argentina, donde vivió sus últimos ocho años hasta colgarse de un árbol de los bosques de Palermo, en 1993. Conocido por las versiones que Baglietto hiciera de temas suyos, como "Una rosa fantasma", "Adoquines en tu cielo, Rosario" y "En este barrio" (también grabada por Santiago Feliú), Bigarrena no salió del estrellato under, de la constelación astral de subsuelo, aun habiendo publicado dos elepés en dos sellos discográficos, en su etapa argentina. Hoy sus discos son inconseguibles -salvo en Internet- y no sería raro que en un futuro se reediten. En sus temas se mezclaron con mucho tino ritmos y estilos de los distintos lugares donde le tocó en suerte vivir, como Brasil (donde colaboró con Chico Buarque en su disco en español) y Uruguay (donde conoció a los hermanos Fattoruso, a Rada y, en una de esas, a Eduardo Mateo), coronados con mucha ironía, humor y sarcasmo en sus letras. Letras que en muchos casos hacen recordar a las de Sabina, aunque profundamente más poéticas. De hecho Bigarrena decía de Sabina, al que conoció en Inglaterra, que le afanaba las canciones, pero que él le afanaba las minas. Y hasta se dice que Mezo le dedicó el tema "Yuppies" (Te acuerdas cuando cantabas Guajira Guantanamera / y que a veces jurabas ir a morir por cualquiera). Para explorar mejor las andanzas de este músico es recomendable leer la crónica sobre su vida escrita por Ina Godoy y publicada en Radar en 2003.
El tema del que hablábamos es "Viaje de vida", del disco homónimo de 1990. Allí detalla, en lo que también parece ser una especie de autobiografía romántica, la ética solid(t)aria y guerrera del pirata como faro guía en el viaje de vida. Y más allá del excelente arreglo disonante de la segunda estrofa, el clímax del tema, como casi siempre, llega al final. Lo que se perfilaba como un candombe en la marca rítmica desde el inicio de la canción se hace explícito con la aparición sonora de una cuerda de tambores y una estrofa cantada en... ¡euskera! La world music, un poroto mustio. A subir el volumen y escuchar esta perlita negra.