martes, 23 de octubre de 2012

Arrojas poesía al Mercosur

Malú Urriola, Silvia Castro y Juan Fernando García con las luces florecientes de la Isla Maciel de fondo (Foto: Sabrina Díaz Potenza).

Las personas que llegaban al Museo Quinquela Martín luego de transitar los adoquines de la Vuelta de Rocha, enmudecían. El silencio reinante anunciaba la inminente consagración de la primavera. Sobre la explanada de la entrada, el director de orquesta agitaba una vara invisible contra un atril menos aprehensible aún, mientras sonaban en volumen muy bajo unas piezas clásicas de Vivaldi, Tchaikovsky, Beethoven y Delibes alusivas. Pero para dirigir una orquesta o capitanear un barco no es necesario el sonido. Tan sólo basta con el rumor de los elementos. Y el mimo lo sabía. Por eso hablaba su cuerpo. O su saco, en el que varios papeles manuscritos pegados clamaban nombres de poetas y escritores. Guiados por Sergio Cofré, actor y docente del Galpón Catalinas Sur, quienes se aventuraron al barrio de La Boca a recibir la primavera y un nuevo ciclo de Arrojas Poesía al Sur, mimetizados con el silencio, comenzaron el ascenso a la terraza del Museo, como desde la raíz hasta la flor. Porque el Día de la Primavera es también el Día del Estudiante y el del Artista Plástico. Y en el recorrido de esa clase de biología pictórica, de dicotiledóneas enmarcadas al óleo de una espátula, el susurro del público se hizo sav(b)ia como la Naturaleza. Las venas abiertas latían.

En el segundo piso del edificio tomó la posta Marisa Corral, del staff del Museo, que ofreció una visita guiada a la Sala de los Mascarones de Proa, para luego tocar en el violín Verano Porteño y Santa Lucía. La última escala de ese tallo fue en el tercer piso, escenario de la edición del Arrojas en el otro equinoccio de 2012, el de otoño. Allí, Zulma Ducca y Laura Boscariol bienvinieron con temas balcánicos en acordeón y charango. Del silencio apenas sugerido a la música untza untza en sólo tres pisos.

En el bloque de poetas anfitriones, Valeria Gómez y Carolina Díaz, coordinadoras del Taller de Escritura de Cooperanza del Hospital Borda, leyeron textos de los internos del hospital ubicado en Barracas, cuyos trabajadores se encuentran en lucha para evitar su cierre, en defensa de la salud pública y de estos espacios de acción con el arte intra y extramuros. A su turno, Julián González, de la cooperativa editorial Eloísa Cartonera leyó poemas del también cuentista y pedagogo Ernesto Camilli, quien fuera publicado por la propia Eloísa; la cual, además, estuvo presente con su stand de libros atendido por Ricardo Piña, Alejandro Miranda, María Gómez y Washington Cucurto.

Mientras las luces de la Vuelta de Rocha, el Riachuelo y las Isla Maciel florecían a través de los ventanales del Museo Quinquela, la actriz y recitatriz Vanesa Maja acaparó las miradas y el escenario para enunciar un fragmento de la obra "Rosa brillando", inspirada en la poética de la uruguaya Marosa Di Giorgio. Con una presencia cargada de erotismo, la maja vestida de blanco, como un lienzo o tabula rasa que sería cubierta de colores sobre el final del encuentro, dejó latente una estela de frutas, flores y sabores a pulpa rioplatense entre los paladares boquiabiertos que la contemplaron.

Luego fue el momento del bloque central del ciclo, el de otros puntos cardinales: tres poetas invitados que soplaron versos polinizados en otros barrios, ciudades y hasta del lado oeste de Los Andes. El poeta y docente oriundo de Necochea Juan Fernando García destacó entre sus versos a su perro Morón, homenajeado en su libro del mismo nombre, el cual dibuja pictogramas con sus huellas y lee territorios y gestos urbanos como un auténtico hermeneuta de cucha. La rionegrina Silvia Castro, poeta, bibliotecaria y fotógrafa, desafió el límite de las palabras y las hizo fragmentarse, confluir, entremezclarse y copular para obtener nuevos significados con su tempestuoso poema inédito Calibán, poema de libaciones caninas. Por último, la chilena Malú Urriola, poeta y guionista nacida en Santiago, cerró el segmento con poemas de su libro Bracea, como el picaresco y melancólico Tres piernas, y el impactante El perro, que refleja la imposibilidad de recomponer los fragmentos de una antigua unidad perruna (de una vida, más bien), por más nombre que lo haya identificado y caninos que lo hayan defendido. Una vez más, palabras en juego como cuerpos, canes y potencias, polen y latencias, pedazos que se descomponen y se funden dando lugar a nuevas entidades. Como flores fluorescentes. Como la Rosa de Hiroshima.

Siguiendo el cauce internacional, el músico paulista, tropicalista e inmigrante –como le gusta presentarse– Dr Morris, tocó algunos temas de su repertorio inspirado en los cuentos fantásticos del escritor Murilo Rubião, como A rosa de vidrio. Acompañado por su guitarra, uno de los exponentes de la escena brasileña de São Paulo en la actualidad dibujó trazos de sus melodías que fusionan jazz, blues, samba, arabescos y florituras. Latinoamérica floreciente en distintos lenguajes estéticos terminó de cobrar forma, de cobrar continente.

Para dar lugar al último acto, Marta Sacco, organizadora del ciclo junto a Zulma Ducca, invitó al público asistente a salir a la terraza, donde el buffet de la Cooperativa Los Pibes del Playón habilitó empanadas, café y otras bebidas espirituosas. Enseguida, la actriz y performer de Barracas Blanca Rizzo, emulando una deidad floral al estilo Ostara, bailó el Lakmé de Delibes en la voz de Montserrat Caballé, ante la mirada pétrea de las esculturas del Museo, las velas palpitantes ofrendadas a la brisa y el público que se sacudía el silencio intrauterino como pichichos recién nacidos. En el vestido florido de Blanca, que tal vez era el mismo vestido blanco que había usado la Maja, parecieron plasmarse todos los colores recitados en los bloques precedentes.

Y como corolario, corola al aire, todo fue consagración a la música primaveral, a ese susurro que creció para terminar en declamación y baile colectivo. Palito Ortega, Manu Chao y Luis Alberto Spinetta volvieron a ser hojas del viento, flores de la madre selva, amores de primavera. Fugaces, fragmentados, polinizados, circulares e intensos. Viento, agua y abejas que favorecen ese pasaje de los estambres al estigma. Elementos al servicio de la Naturaleza que no repara en utilidades ni discrimina lo que no es necesariamente productivo. Polinización sin estigmatización. En una especie de déjà-vu invertido, el Arrojas celebró un nuevo equinoccio en el Quinquela. El ciclo del ciclo sus vueltas derrocha. Y como toda ofrenda material, todo potlatch, todo gasto improductivo, toda poesía da sus frutos.


Video y edición: Juan Diego Romairone

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