Es indiscutible que la Plaza de Mayo es el lugar simbólico por antonomasia que distinas fracciones de la sociedad argentina eligieron a lo largo de los años como espacio para realizar demandas o apoyar a distintos gobiernos y personalidades vinculadas al poder. El libro de Gabriel Lerman, La plaza política, de la colección Puñaladas de Editorial Colihue, sirve de guía de aquellos hitos que la cultura política cristalizó en ese lugar. No es difícil consensuar que las fechas más significativas que tuvieron a la plaza como escenario fueron el 25 de mayo, el 17 de octubre, el 20 de diciembre y los 24 de marzo. Aunque también existieron movilizaciones hacia la Plaza contrapuestas al valor simbólico e ideológico que esas fechas resumen. Sin ir más lejos, las minoritarias manifestaciones que apoyaron los golpes de estado o la lamentablemente masiva de la nunca declarada guerra de Malvinas.
En cuanto a los grupos sociales exponenciales que le dieron sentido político a la Plaza de Mayo, ocupándola y habitándola, se puede mencionar primero al movimiento obrero que abrazó la política sindicalista de Perón, metonimizado en la famosa figura de las patas en la fuente; y, años más tarde, a las Madres de Plaza de Mayo, que resistieron la represión durante la última dictadura circulando alrededor de la pirámide. Las Madres en su conjunto -a pesar de las internas que sufren los organismos de derechos humanos- ostentan la legitimidad de llevar la posta a la hora de manifestarse en la Plaza, no sólo por ser nominalmente de la Plaza, sino por la extensa lucha que sostienen y el capital político que consiguieron con la Casa Rosada como fondo. Son como habitantes vitalicias.
Pero claro, la Plaza es un espacio público, y en tanto vivimos en un estado de derecho (nos guste o no), sólo el Estado tiene derecho sobre ella. Por eso puede extender un vallado que la corta en la mitad para evitar que las manifestaciones se acerquen a la casa de gobierno, como sucedió en 2001. Y tal vez, quién sabe, así como la dictadura de Videla le agregó canteros para evitar movilizaciones, en un futuro amanezca con una reja perimetral como el resto de las plazas porteñas.
Lo que sucedió el último martes 15 en la Plaza se da en un marco distinto, de abulia, fragmentación, dispersión política, pero con antagonismos marcados y falsamente dicotómicos. La Asociación de Madres de Plaza de Mayo, alineada con el gobierno, se concentró para apoyar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por las amenazas sufridas durante un viaje en helicóptero. Mientras tanto, el dirigente del MIJD (con sus banderas cada vez más amarillo pro, en función de las tierras pertenecientes al ex centro clandestino de detención Club Atlético que el gobierno de Macri le cedió a ese grupo) Raúl Castells se encuentra haciendo una huelga de hambre por los habitantes del Chaco Impenetrable. Por otro lado, y como testigos mudos, ex colimbas durante el conflicto de Malvinas que prestaron servicios en la zona continental, acampan hace meses para que se los reconozca como ex combatientes y puedan recibir un subsidio. Y, para sumar a la heterogeneidad de la concurrencia, el martes 15 se autoconvocó también un grupo de bolivianos que se manifestaban por el asesinato a manos de la policía del albañil Juvelio Aguayo, de esa nacionalidad, al que acusaban de narco, y cuyo cuerpo trasladaron en un cajón para velarlo allí mismo. La frutilla del postre la pusieron, como siempre, los medios de comunicación.
Más allá del exabrupto injustificable de Hebe de Bonafini al querer echar con insultos a los familiares que protestaban por un caso de gatillo fácil, con el argumento de que "la plaza es nuestra" y de que "ésta es la plaza de la vida, no de la muerte", el hecho se degeneró más de lo que estaba en la máquina mediática. En una especie de reedición más pequeña de lo que fue la "toma" ruralista de la Plaza a mediados de 2008 y la posterior "recuperación" por parte de las organizaciones afines al gobierno (¿el regreso decimonónico a la Plaza de[l Frente para] la Victoria?), lo de ayer fue una disputa territorial entre kirchneristas (Hebe) y antikirchneristas (Castells) por un espacio emblemático. Aunque esa disputa tiene varios antecedentes ya desde la década del setenta, cuando las dos grandes fracciones del movimiento peronista se cantaban y se tiraban alguna que otra piedra desde Rivadavia hacia Yrigoyen y viceversa. Pero convivían en la Plaza por un denominador común, curiosamente, de nombre adversativo como la primera palabra de esta oración.
Pero (¡otra vez!) volviendo al martes 15, Castells aprovechó para las cámaras la oportunidad para hacer suyo el reclamo de la familia boliviana, en vistas de que los militantes de la Asociación de Madres creyeron que el ataúd podía ser una provocación opositora. El asunto es que antes de ese encontronazo, hubo problemas entre el MIJD y las Madres por la delimitación de la Plaza y, seguramente, chispazos entre sus respectivos adelantazgos. Y en ese barullo, los medios aprovecharon su posición contraria al gobierno para denostar a Hebe y que sus dichos fueran la noticia. Sus dichos, que fueron un lamentable intento de invisibilizar un reclamo que hace algunos años, cuando no había implicancias con los gobiernos de turno y la comunidad boliviana tenía menos incidencia en el espacio público que hoy, hubiera sido mediado precisamente por los organismos de derechos humanos y levantando como otra bandera de lucha. Días más tarde se supo que los insultos se dirigían contra Alfredo Ayala, presidente de la Asociación Civil Federativa Boliviana, quien está acusado en varias causas judiciales de explotar talleres clandestinos donde trabajan personas en situación de esclavitud. Como todo grupo social, la comunidad boliviana encuentra disputas también en su interior. Es probable que Ayala se hubiera encontrado allí como representante de una de las tantas asociaciones bolivianas para apoyar a la familia Aguayo (apoyo que tal vez haya sido tan oportunista como el de Castells). Y más allá de que la trata de personas es repudiable, no existió en el momento una acusación directa al respecto contra su persona; y en el caso de que se hubiera hecho, no se puede hacer transitiva esa culpabilidad a una familia que está reclamando por un asesinato a manos de las fuerzas de seguridad estatales. Mientras tanto, la Embajada del Estado Plurinacional de Bolivia ya solicitó a la cancillería argentina que investigue el asesinato y los hechos ocurridos el martes. Y seguramente algunos puntos opacos sobre lo sucedido se aclaren con el correr de los días.
La Plaza de Mayo es un espacio de visibilización, y como tal, es el lugar que han elegido distintos grupos sociales a lo largo de la historia argentina para instalar en la esfera pública sus demandas. La comunidad boliviana en Buenos Aires recién en los últimos años pudo generar una cierta repercusión social y una visibilidad de la comunidad hacia el resto de la sociedad, con las distintas movilizaciones que protagonizaron a partir de la llamada guerra del gas en 2003 ocurrida en Bolivia, y que terminó con la caída del presidente Sánchez de Losada. En este caso que comentamos, la demanda de la familia boliviana fue desautorizada por una referente con una autoridad ganada por años de lucha y con la potestad indiscutible de desautorizar a grupos que reivindican la tortura, la represión y el terrorismo de estado (pero resulta incomprensible que lo haya hecho con este caso particular); y, como plus, la demanda quedó invisibilizada gracias a los medios, que resaltaron otros puntos de los sucesos.
Doscientos años después del 25 de mayo los colores de las divisas que alumbra la Plaza de Mayo constituyen un auténtico papel tornasolado. La disputa territorial es puramente política y se debe jugar según esas reglas, que no por eso deja de lado el posicionamiento de fuerzas a través de los cuerpos. De hecho, el espacio público se toma, se ocupa, se pelea y se gana con el cuerpo. El derecho extra-jurídico (que comienza como un desvío marginal frente al orden impuesto por el Estado) a establecerse en la plaza se ejerce con la movilización, su visibilización social y la posterior obtención de un capital político que logra instalar el tema en cuestión en la agenda política. La familia boliviana que fue a velar a su ser querido lejos estaba de pintar de negro los pañuelos de las Madres, como ocurrió con los familiares de los militares muertos por las guerrillas en los setenta, liderados por Cecilia Pando. Las Madres seguirán siendo la punta de lanza de todas las manifestaciones que busquen justicia. Las huellas de los pañuelos sobre las baldosas son indelebles. Pero no como escritura de propiedad, sino como faro para el resto de las luchas populares, por más fragmentadas que estén (y justamente, los pañuelos siempre fueron un gran factor aglutinante). Y no hablamos estrictamente de la lucha de Castells -cobijado hace tiempo por el fascismo partidario, más allá de que personifique el reclamo de personas con necesidades básicas insatisfechas-, sino de las eventuales voces de los sin-voz que toman el espacio público poniendo el cuerpo, para hacerse escuchar con un clamor pelado de justicia o con una denuncia contra los atropellos del Estado, en el vórtice del remolino urbano y mediático.
Apostillas mediáticas sobre el caso:
-Los medios masivos de comunicación, en su mayoría contrarios al gobierno, resaltaron el dislate de Hebe de Bonafini. Todo se redujo a un enfrentamiento entre ella y Castells. Mientras tanto, el caso de gatillo fácil quedó solapado. Una vez más. Como muestra, TN recién al día siguiente puso al aire una nota filmada el 12 de diciembre informando sobre el asesinato del albañil boliviano a manos de la policía, "para que la gente sepa" el origen del "conflicto Hebe-Castells". Si no, difícilmente lo hubieran pasado al aire.
-C5N es el canal de cable de Daniel Hadad, al que accedió gracias a un acuerdo con el gobierno de Néstor Kirchner. Pero es evidente que el acuerdo fue que el canal se comprometía a no criticar la marcha de la economía del gobierno, a cambio de poder decir lo que se les cantara en materia de derechos humanos. Por ejemplo, cubren cuanta marcha organiza Pando y retrataron historias de vida de [gabis, fofós y] miliquitos "caídos durante la guerra antisubveriva". En este caso, mientras filmaban lo sucedido el 15, Eduardo Feimann decía -regalón de epítetos- que por ahí andaba "el parricida Schoklender"; y tomó como fuente para que contara lo ocurrido a Raúl Castells. Éste, más allá de la alharaca que hizo del cruce con la titular de Madres, elogió a Schoklender por haber calmado los ánimos y negociado la delimitación de la Plaza (el fascista Feimann refunfuñó por lo bajo). Y cuando terminaba la entrevista ambos cruzaron este saludo para la posteridad surrealista:
-Buenas tardes, Raúl. Usted sabe que lo estimo.
-Gracias, Eduardo, me siento honrado por su respeto.
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1 comentario:
Exelente crónica.
J
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