Las dos veces que estuve de cuerpo presente –cual hostia– en Copacabana, pasé por la inevitable catedral de estilo morisco, tan desproporcionada en relación al tamaño del pueblo del confín boliviano. En ambas ocasiones, en el patio exagerado que antecede a la entrada de la catedral propiamente dicha, pude ver una hilera de cuerpitos achaparrados, mendicantes marchitas de negro, que marcaban el camino hacia la nave principal. Pero en la foto panorámica de Google Earth no aparecen. Por más que giro a un lado y otro, apenas se ven dos vendedoras enfrentadas bajo el portal. Tamaña omisión me convence sobre lo pornográfica que resulta la pobreza, como ya lo sugirieron los cineastas del círculo de Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina, en su cortometraje Agarrando pueblo. Allí, los caleños parodian a dos documentalistas ávidos de imágenes de la miseria, hambrientos de exhibir jarritos de loza con tres monedas que tintinean como maracas. En la misma línea, ya debe haber quien quiera encontrar a las cholitas en la foto de la catedral y mediante algún vericueto tecno dejarle unos pesos con tan sólo un click de su mouse.
Salvo que todo haya cambiado realmente de unos años a esta parte. “Hemos transformado a Bolivia de un Estado colonial mendigo a un Estado plurinacional digno", dijo Evo Morales, precisamente, hace pocos días en Cochabamba durante la apertura del Primer Encuentro Plurinacional. Tal vez ésta es una foto demasiado fiel (o lamebotas) de ese diagnóstico. O tal vez excede los números de la política y fue retocada con la técnica del Pepe Stalin para que el paisaje sea más pintoresco. De un extremo al otro, de la cruda y vitral sobreexhibición al borramiento que habilita una miseria soft tranquilizadora y turística, la pobreza se banaliza.
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