viernes, 28 de mayo de 2010

Haití no estuvo aquí

Entre los ecos de la fastuosa celebración del bicentenario de la Revolución de Mayo, uno que todavía me repimporotea es el de la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, inaugurada el último 25 de mayo por la presidenta Cristina Fernández en la Casa Rosada. Se trata de 24 retratos de figuras políticas de distintos países de América Latina, algunos de los cuales, hay que destacarlo, hubiera sido impensable ver expuestos en ese contexto.

No es la intención hacer una crítica sobre la selección de esas figuras, porque desde Althusser y sus aparatos ideológicos del Estado en adelante, es una perogrullada andar llorando sobre lo selectivo que puede resultar, por ejemplo, el contenido de una proyección histórica sobre el Cabildo, como clamó entre lágrimas el diario La Nación. Cualquier historia está matizada por una ideología. La que escriben los que ganan y las otras historias, a-discursivas, orales, corporales y jalonadas desde abajo por los pueblos. Algo de esas otras historias, dinámicas, en constante movimiento, comienza a filtrarse en los resquicios institucionales y, de una u otra manera (edulcorada, empalagosa o sin aderezos), aporta a la construcción del mito de las naciones latinoamericanas. De hecho, se homenajeó a personalidades que debieron esperar añares para ser reconocidas por estados a los que, en su configuración actual, tal vez hubieran combatido, como Tupac Amaru, Tupac Katari, Bartolina Sisa, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Farabundo Martí y Augusto Sandino.

Dentro de esa selección uno puede entretenerse haciendo la sub-elección que más le guste para su propio altar, porque algo de museificación también tiene. Esa diversa posibilidad de combinatoria habla menos de contradicciones que de especifidades de cada momento histórico y en cada país. Porque no es lo mismo abrazar el trinomio San Martín-Rosas-Perón, que al tridente San Martín-Evita-Ché Guevara. Lo cierto es que allí hay una diversidad amplia de pro-seres con proyectos disímiles, nacionalistas, internacionalistas, populistas, agraristas, libertarios, comunistas, indígenas, criollos. La galería, por más selectiva que sea, también tiene ausencias y omisiones que implican cuestiones políticas más actuales, como la de Pedro Albizu Campos, independentista portorriqueño del siglo XX que luchó por emancipar a la isla caribeña del control administrativo que todavía hoy ejerce Estados Unidos.

Pero quizás la omisión que trasunta un olvido más recurrente y significativo, según ya lo ha señalado Eduardo Grüner, es Haití y la cultura afrodescendiente. Dijeran Gilberto Gil (que estuvo presente en el Paseo de Julio) y Caetano: "O Haiti não é aqui". Y no, Haití no estuvo aquí, ni allí, ni ahí(ti). La primera revolución anticolonial de América Latina, propulsada por esclavos negros que tomaron las armas y dieron vuelta la tortilla permaneció invisibilizada. El 1° de enero de 1804, Dessalines proclamaba la independencia de Francia luego de casi trece años de levantamientos y batallas, alentado por las ideas que había ventilado la propia Revolución Francesa. Además, confeccionó la primera bandera e instituyó el nombre que hasta hoy lleva Haití, tierra montañosa en lengua arawak. Una nación afro enmarcada por un término indígena, que desplazó hacia oriente a Santo Domingo, hoy Dominicana. Esa gran isla que Colón había bautizado La Española, pero que antes había llevado el nombre de Quisqueya, madre de todas las tierras.


La isla que fue madre de todas las revoluciones de la Matria Grande americana hubiera merecido un homenaje más explícito. Esa galería podría haber tenido a un François Toussaint-Louverture, quien fue el iniciador, la obertura del levantamiento negro, y que luego fuera fusilado por Napoleón; o a un Jean-Jacques Dessalines, con su nombre tan jacobino y su apellido inmortalizado en el himno haitiano, La Desalinienne; o a un Alexandre Pétion, que a pesar de haber alentado el asesinato de Dessalines para controlar el poder interno, colaboró con armas y municiones en las campañas emancipadoras de Bolívar por la América de Sur. Todos generales libertadores que habían nacido esclavos.

En el marco del bicentenario, esas ausencias institucionales tuvieron un compensación en las calles. La Marcha de los Pueblos Originarios marcó un punto de inflexión en la visibilización que la nación argentina tiene de su población de raíces precolombinas. Que en nuestro país no constituye la proporción que habita en Bolivia, Perú o Ecuador, pero que, como tal, existe y pervive. Y aunque tuvo un tibio apoyo en cuestiones de políticas materiales, se hizo de un importante espaldarazo simbólico a nivel social.

Sin embargo, la cuestión afro sigue postergada, aun cuando miramos hacia atrás en conmemoraciones y festejos. Los afrodescendientes exterminados mayormente en la guerra de la Triple Alianza y durante las epidemias de fiebre amarrilla fueron protagonistas urbanos (como los indígenas lo fueron desde su resistencia territorial en ámbitos rurales y que, a pesar de su derrota, emergen hoy nuevamente) de esa fragua diversamente nacional. Una fragua plurinacional.

No se trata de una moralina, de que incluir en un homenaje oficial a indígenas, mujeres o afrodescendientes es políticamente correcto. Porque ese reconocimiento llegará haciéndose sentir y ejerciendo presión desde otro ámbito. De hecho, lo étnico estatal no es garantía de nada. Hasta la negritud como etnicidad de Estado manipuló y exterminó. El intelectual haitiano René Depestre, durante su exilio cubano en los sesenta, decía sobre el dictador François Duvalier, que éste había articulado su acción política en base a un factor étnico, instaurando lo que llamó un tipo de "negritud como fascismo antillano". Pero la etnicidad tomada positivamente como construcción política ligada a las bases y a los movimientos sociales, como ocurre por estos tiempos en Bolivia (o por aquellos de 1804 en Haití) y en otros países con los inmigrantes, constituyen gran parte de las luchas (inter)nacionales emancipadoras de hoy.

jueves, 27 de mayo de 2010

Escritores del mundo


Acá va el link de una página-blog colectivo en el que participa un amigo, con textos literarios, periodísticos, crónicas y otras hierbas. El número de este mes incluye "Ché rondamón", publicado recientemente en este blog, pero con varias modificaciones porque todo (aún) fluye: http://www.escritoresdelmundo.com/

lunes, 17 de mayo de 2010

Seso y pesca


Sabés lo que pasa, la naturaleza es sabia, si la luz viniera de allá abajo nos cagaríamos muriendo del terror. Imaginate ver en un flash toda la vida que hay debajo del agua.

Claro, esto es como una cortina de humo... de agua, bah.

Exacto, pasame un buñuelito de seso, Betty. Entonces, esto de la superficie acuática es una especie de velo, imaginate que fluoresciera... yo me hago capullo y me viste.

Es como si escucháramos el sonido ese de los perros, ese sonido mudo que los deja piolas.

Exacto. Un especie de exceso perceptivo.

Sí, sí, es como si te pasaras de rosca con la bebida o con el rapé, ¿no? Como que te gusta el trago y esnifar a piacere y mucho y mucho y... y bueno, quedás ex-seso.

Pero atendeme, ¿vos te das cuenta que sin agua la convexidad del mundo sería concavidad predominante? ¡Todo cráteres de vida pululante!

Óscar, callate y seguí pescando. Los peces se asustan si hablás de esas cosas.

Claro, tiene razón Teresa. Es como si de repente nos vieran desde allá abajo y flashearan mal, no sé, que estamos hablando mal de ellos. Igual, ya lo dijo Kusturica, los peces no piensan, los peces saben todo.

jueves, 6 de mayo de 2010

Mateo

El 16 de mayo se cumplen veinte años de la muerte de Eduardo Mateo, el músico uruguayo que será recordado por haber combinado los ritmos del candombe con las melodías y estructuras de las canciones beat. En el imaginario, el inventor del candombe-beat –porque siempre se define lo nuevo como una fusión de estilos ya rotulados– y de toda la música uruguaya subsiguiente.

Luego de haber integrado el mítico Kinto, junto a Rubén Rada, a fines los años sesenta, se dedicó a la producción solista. Siempre con un tambor candombeando el fondo y los complejos acordes en la guitarra, arpegiados como en un mantra-abrazo monótono y delirante; o rasgueados siguiendo los acentos ternarios del candombe. Y su voz lastimosa, desafinada, pero tierna como la de un purrete que, según su biógrafo, respondía a un estilo de voz natural que copió de los cantos hindúes. También sus letras absurdas, minimalistas y cargadas de poesía naïf redondearon su estilo (Se va la chola / chola se va / mano saludará / qué soledad).



Aunque grabó un par de discos, entre los que se destaca Mateo solo bien se lame, de 1972, éstos salieron a la luz gracias a manos ajenas, porque se acostumbró a dejarlos a medio hacer. Luego de un período de paranoias, desocupación, psiquiátricos, estupefacientes y calabozos, en plena dictadura uruguaya, Mateo ya no volvió al mundo de la sociabilidad musical. Y allí quedó, en la calle como cuidacoches o rebuscándose un pucho entre los admiradores que lo reconocían, porque nunca perdió la lucidez, y tocando cada tanto en alguna movida colectiva para no perder las mañas.

Otro músico maldito, esa categoría que suele servir de olimpo outsider para las y los artistas bohemios, alcohólicos, drogadictos o gays, y resistidos o decididamente ignorados por el canon y la élite. Mateo era un reventado con una sensibilidad enorme al que le importaba poquísimo la fama y que los músicos y músicas de los bajofondos populares lo adularan como a un mito en vida que merodeaba las calles, barsuchos y casas tomadas de Montevideo.

***

Este verano, de paseante por Montevideo me topé con un espacio para recomendar: Diomedes Libros, en Paullier 1030 casi Bulevar España, a un par de cuadras de Parque Rodó. Una librería de usados con muchas perlitas. Ahí encontré el librito Zafiro (yo sólo quería ser el cantante de una banda de rock and roll), de Maca (Gustavo Wojciechowski), publicado por Ediciones Uno, editorial poética que reivindicaba a Felisberto Hernández y a Juan Carlos Onetti por sobre la figura pedominante de Mario Benedetti, dentro de la llamada generación del '45 uruguaya. Zafiro es una novela fragmentaria y poética de 1986 que describe a un grupo de jipi-punks que se juntan en el bar Sorocabana e intentan infructuosamente armar una banda destinada al fracaso. Y en un fragmento se topan con Mateo (quien tocó para la presentación del libro junto a Fernando Cabrera):

(...)
Así va fantasma fantoche féretramente.
Mateo que de tan solo se creyó que era 2, tras un desgarrador juego, como quien se inventa un espejo, como quien se dibuja una mujer y la ama, así se hizo 2, digo se partió.
Ambigua dualidad la tuya, de ser, al mismo tiempo limosna y flor.
Mateo, perdida luna de vez.
Como decía Horacio, cuando se largaban gorriones de ternura en los cuartos de baño.
Y vos que una vez dijiste: dejá, los locos mueren solos.
Y Horacio que continúa diciendo: y cada encuentro era un apretón de canción.
Mateo, me cacho, uh... qué macana, ¿estás en invierno? ¿ya no queda Pocitos? Uh... qué macana.

***

Uno de los temas más bonitos de Mateo es Esa cosa. Las influencias de Lennon son patentes en el arpegio (también en Tras de ti). Ese punteo que el beatle se trajo de sus zapadas con Donovan en la India, una síncopa entre los bajos y las cuerdas agudas con un color folk y melanco. Es muy curioso cómo otro músico de la hostia pagana, Elliott Smith, también influenciado hasta el tuétano por Lennon, usaba ese tipo de arpegio. Para comparar, acá primero se puede degustar Esa cosa.



Somebody that I used to know, de Elliott Smith, una variante del punteo más ritmado y climatizado con esa voz de susurro grave y desgarrado.



Julia, de The Beatles, pero en realidad de John Lennon. Como en Dear Prudence, saca a relucir el arpegio hindú-folk con firma propia.