miércoles, 27 de agosto de 2008

Punto y coma;

-¿Me decís la hora?

-No.

"La puta, esto no me puede pasar a mí a esta altura del partido", pensó E. Se hacía de noche, no tenía mucho para hacer ni le debía nada a nadie, pero tenía una necesidad imperiosa de saber la hora.

Los relojes de la ciudad estaban descompuestos, como si fueran teléfonos, por una epidemia de lentitud que los había hecho retrasarse irregularmente. Y encima de todo, la poca gente que atesoraba un reloj pulsera en su muñeca (los únicos que habían sido inmunes al brote témporo-virósico) rechazaban su pedido de forma despectiva sistemáticamente.

Ahí, por ejemplo, se aproximaba un señor de traje, mirando a uno y otro lado, en actitud furtiva y ocultando con su mano derecha la muñeca izquierda. E. Pensó en algo triste, en su último uno en álgebra, y comenzó a llorar. Tanto que las lágrimas casi lo ahogan, mientras el hombre del reloj pulsera pasaba sin poder ser preguntado siquiera; tal vez apenas haya escuchado una gárgara lacrimal.

Pero lo que no viene por un lado, viene por el otro, como dijo un amigo optimista que fue atropellado en una avenida doble mano. Una señora setentona/tista se detuvo al lado de E. para consolarlo: le secó el llanto baboso vertido con el dorso de la mano; lo besó con rouge, brillantina y lengua; y le preguntó:

-¿Qué es lo que pasa, joven?

-¡Quiero saber la hora! -dijo E. respirando un poco más acompasadamente.

-Ay, haber empezado por ahí, ¡es la hora de comer!

Y de un pique corto, la señora corrió al hombre del reloj pulsera, lo tacleó y se lo engulló de una sola vez.


*dos mil dos, sin hora (a-hora).

miércoles, 20 de agosto de 2008

Liniers no inventó nada

Sigue la publicación de reliquias, esta vez un claro antecedente del Mazo de Cartas (que próximamente saldrá del horno. O de la cajita, en fin...). Un texto en el que el plagiador historietista con nombre de virrey y de barrio debe de haberse inspirado. Claro, esto si hubiera tenido acceso al mismo. Tal vez lo soñó.

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De: Bec Sac
Para: Facuya
Enviado: sábado 5 de febrero de 2000, 15:06
Asunto: secreto

Érase una tarde de 1143, en la que un conejo llamado Sepúlveda se encontró con una serpiente autodenominada Roque.

-¡Pero cómo! -exclamó Sepúlveda-, ¿vos no sos mujer?

-Sí, pero soy una serpiente travestida y perseguida por la logia Lautaro -respondió Roque. ¿Querés entablar una relación conmigo y correr libres por la pradera y viajar de luna de miel a la sabana de Tanganika?

-Sí, quiero -aseveró el animalito de largas orejas sin dudarlo un segundo.

Quién lo hubiera pensado, conocer una serpiente travesti y encima con plata. Realmente era su día de suerte.

-¿Qué esperamos? -dijo Roque con una sonrisa de oreja a oreja (él/ella creía ser como Sepúlveda y tener orejas como para sonreír de una a la otra) y agarrados de la mano (¡...!) se internaron en un frondoso monte. Pero a la vuelta de un árbol los esperaba un ser realmente raro.

-Y tú, ¿qué espécimen eres? -preguntó admirado Sepúlveda.

-Soy una logia y mi nombre es Lautaro. Antes que preguntes lo que me imagino, te digo que soy una logia travestida, y vengo en busca de Roque.

Roque bajó los ojos tristes, suspiró un "Adiós, Sepu" al conejo, y se fue junto a la atenta mirada de Lautaro.

El conejo Sepúlveda, un poco acongojado por el frustrado día de suerte, pensó que la pareja que hacían Roque y Lautaro era realmente rara, pero bué. Y también pensó en qué tendría Lautaro que él no tuviera. Por lo pronto, decidió travestirse. La liebre Sepúlveda siguió su búsqueda de un día de suerte por las praderas neerlandesas por el resto de su vida... (Fragmento de "Una triste historia medieval", de autor medieval desconocido).

miércoles, 13 de agosto de 2008

Carretera perdida


En cada viaje que se emprende uno se muere un poco. Es que cada traslación corpórea implica otras tantas, más movilizantes aún, y ya nada vuelve a ser como antes. Cada viaje fuera del ámbito sedentario es como una suspensión de la realidad, de la acostumbrada realidad, y una inmersión en un océano de extrañezas, como una transportación dimensional.

Los trayectos sin itinerario son como puntos de fuga que se escapan de la lógica, del esquema, del control, muchas veces de la razón, más allá de que se siga un camino ya trazado o una huella tímida de algún viejo adelantazgo. Muchas veces los diarios de viaje intentan apalabrar e iluminar un poco esas travesías para reconocerse en ellos y no perder la propia historia en la inmensidad de los confines.

Pero lo que parece una línea sobre el asfalto puede ser una cinta de moebius. Y las ciudades, pueblos, caseríos y paisajes que se perciben pueden ser tan invisibles como los no-vio Calvino. El nomadismo es una búsqueda sin mapa ni brújula, pero con un cierto afán de conocimiento, de pantallazos sobre el otro lado del espejo, de revelaciones oníricas sobre los sentidos despiertos. Y es también un escape del sopor, un sacrificio del presente progresivo hacia un horizonte previsible, una apuesta al 37 en la rula.

Foto de alguna puerta dimensional en la ruta que atraviesa las Salinas de Ambargasta, Santiago del Estero. Pero seguramente, otro lugar.

martes, 5 de agosto de 2008

Bicentenario poético


Nada de patriótico tiene este llamado a la festividad que se avecina. El próximo enero se cumplen dos centurias del nacimiento del más trovadicto de los escritores. Y tamaña anticipación apunta a juntar voluntades para festejar y homenajear a Edgar Allan Poe como se lo merece: así que a cultivar amapolas y fermentar el amontillado.

Desde este espacio dado a los aniversarios y efemérides, detector de potenciales excusas para el descalabro extático, queremos advertir sobre el natalicio del padre del relato breve (o de la crónica, ese cruce entre literatura y periodismo que tanto le gusta citar a Aníbal "Henry" Ford), creador de tópicos modernos e inspirador de tantos postreros y postreras escribas, musicantes y demás artistas.

Pierrot podría haber sido tranquilamente su personaje, un posible émulo de William Wilson; o bien una satírica imagen de su propia vida, tan lunar y loco, tan romántico y etílico, tan carnavalesco y doble, tan melancólicamente darki. Tan integrante de la banda de los corazones solitarios de Sargent Pepper. Tan flâneur en la multitud.

Salvando su ideología sureña por adopción en la Norteamérica presecesionista -y por ende esclavista-, rescatamos su pluma de ave nocturnal que planeó sobre paisajes y temporalidades extravagantes (como Lovecraft, zarpado cultor de las letras de terror cósmico y subsidiario de Poe, pero tremendo hijo de puta). En fin, un tipo que fue consecuente con el ideal romántico, enfermizo, autodestructivo y enamoradizo de los fantasmas.

Las fichas ya están sobre la mesa. Desde aquí levantamos nuestros trapos: "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", "El gato negro", "Manuscrito hallado en una botella", "Ligeia", "La máscara de la Muerte Roja" y el sanlorencista y canónico poema "El cuervo".