martes, 28 de octubre de 2008

supernova de arrabal

destetado de la suburbe

sin mi vía láctea

agonizo

y una estrella lejana

en un futuro lejano

me verá languidecer

martes, 21 de octubre de 2008

Somnio de Novela

Algo se me cae de la mano y se rompe en el piso.

Pero no tengo ganas de abrir los ojos, se está tan bien así. Los ángulos del cuadro pintado debajo de mis párpados son realmente estimulantes para el abandono del cuerpo, me trasladan al momento mismo de mi nacimiento, cuando todo era negro, inmemorial, vacío de sentido.

Algo se me encaracola y esquirla la caparazón

En pleno asalto, Emilia me saca a bailar con nuestros doce años: está vestida de hawaiana y me tiende su mano con una sonrisa, pero mi machismo y suficiencia púber no pueden soportar esa escena: ¿una mujer sacando a un varón? Busco la complicidad de mis amigos con los que estábamos hablando de Freud para reírnos de la situación, para no mancillar mi orgullo, para evitar la vergüenza, y los pibe me salvan las papas con carcajadas e índices humillantes. Emilia vuelve a su silla solitaria con una mezcla de tristeza y bronca.

Algo se sedimenta en mi devenir y astilla la bola de cristal.

Ese momento marca un antes y un después. Un antes feliz e ingenuo; un después de arrepentimiento y desesperanza. La oportunidad... La oportunidad no es más que un instante que nos toma desprevenidos, un bondi que pasa sin que levantemos el brazo para pararlo porque el pucho está muy rico y creemos que vendrá otro muy pronto. ¿Y si lo paro y subo? ¡Ey! ¡Pará, la concha de tu madre! ¡Ey! Sí, eso es. El bufido de la puerta tranquiliza mis bufidos pulmonares y subo los tres escalones con mi ropa chorreando lluvia.

Algo se me seca en la boca y se quiebra como el hielo.

El colectivo está repleto de pasajeros, está Eduardo haciendo morisquetas al espejo del conductor, y hay indios recién salidos de la Billiken, y están mis amigos de la secundaria jugando al teto, y está Genaro con un molino de viento atado a una correa. Pero yo no quería subir a este bondi, ¿a dónde me lleva? ¡Chofer! ¡Pero si soy yo el chofer! ¡Y no sé manejar!

Algo se esfuma en mi mente y parte al sueño en dos.

***

Insomnolescencia

martes, 14 de octubre de 2008

Crisis de novela

El vagón del subte A amenazaba con desarmarse a cada balanceo que daba sobre los rieles. Parecía una caja de cartón cuyos lados se doblaban transversalmente con respecto al techo y el piso. Y dentro de ella, sólo César y una mujer. Pero no era Emilia.

César había tenido que tomar el subterráneo para poder recordar la situación del mundo y la particular en su país. Ya le había resultado extraña la escasez de personas en la calle, más allá de que fuera domingo. Pero la estación Sáenz Peña, desierta de abandono y completamente descuidada, y la larga espera de veinte minutos por un subte de dos vagones despejó la aún nubosa (y con probabilidades de lluvia) razón de César. Muy pocos eran los dueños de las tiendas y almacenes que se animaban a abrir sus puertas al peligro de robos y saqueos. El bar de la esquina de su casa, por ejemplo, abría al azar, y siempre podía verse al dueño apostado detrás del mostrador, apuntando con una escopeta hacia la puerta de entrada. "Va a espantar a los pocos clientes", le decía Eduardo luego de su cortado matinal previo al acotado y cotidiano futuro del día que lo esperaba. "Tómatelas, o te cago a tiros", le contestaba Alfonso, fiel a su mal humor.

"La caída del capitalismo es cosa de horas", "Cuenta regresiva" y "El último que apague la luz" eran algunos de los inverosímiles titulares de los diarios que no se consideraban sensacionalistas y que César había leído en la espera del subte frente a un kiosco de la estación, el único negocio abierto del túnel. Le había parecido gracioso que la caída del sistema económico, social y político pudiera suceder a una hora determinada. Inmediatamente observó su reloj y constató que habían pasado diez minutos del mediodía, diez metros debajo de la tierra en un destartalado vagón.

La situación de quiebre histórico tenía diferentes causas, según quién las defendiera. Pero para los medios de comunicación del mundo, manejados por empresarios ligados a los gobiernos conservadores o liberales de sus respectivos países, era atribuible a la guerrilla neomarxista, al terrorismo y "a todo tipo de manifestación en su contra". Así cualquiera, pensaba César, sin dedicar más tiempo para elaborar una idea al respecto. La versión oficial de la crisis sonaba poco creíble, pero estaba en boca de todos. Supuestamente, todo había comenzado en Estados Unidos dos meses antes, cuando un empleado de la Casa de la Moneda había logrado su ansiado cometido que le había consumido los últimos cinco años de su vida. La agrupación "Eureka", que más tarde se autodenominaría como una "banda dedicada al terrorismo financiero" y "un poco comunista", había desechado casi todas las teorías científicas que mostraban un supuesto camino de liberación y habían puesto sus esfuerzos en el pragmatismo sobre la ficción de los números. El empleado del Tesoro estadounidense Gene Hawthorne, líder del movimiento, había infiltrado una red de sus un poco camaradas (también empleados) en dicha institución, de manera tal que estuvieran una franja de dos horas del día ocupando todos los puestos estratégicos del edificio. Así, estudiando las máquinas impresoras de dólares y todos sus mecanismos de seguridad, lograron montar un taller destinado a reproducir los billetes con los mismos números de identificación que ya habían sido emitidos legalmente, y sin diferencias detectables. Finalmente, luego de años de trabajo, cuando tuvieron la cantidad que consideraron suficiente, dispusieron los fajos en grandes valijas y a cada integrante de Eureka se le asignó una zona del país donde debería hacer la repartija. La modalidad consistió en dejar un fajo en el buzón de cada casa o edificio y luego... esperar. Esperar a que esa masa entrara en circulación y que, de repente, las arcas del Estado vieran reducida su proporción con respecto a ese dinero que ahora pasaba de mano en mano, y con el cual muchas personas se habían "beneficiado" sin nada a cambio.

Pero fuera de las voces y rumores cantantes y populares, la mira apuntaba a los grupos económicos que sostenían como marionetas a la mayoría de los gobiernos, sobre todo de los países históricamente dominados, hasta llevarlos a la bancarrota. Los países más poderosos tenían un declive económico en proporción mucho más grande, debido a conflictos estratégicos entre sí, que implicaban intereses corporativos, y que los llevaba a una nueva etapa proteccionista que hacía decrecer los números en las estadísticas. Las empresas eran el gobierno desenmascarado en todo el mundo. Pero su acción a través de los medios de dominación, como los de comunicación y los de los fusiles, seguía hipnotizando y atemorizando a buena parte de una sociedad de consumo cada vez más consumida.


octubre 2001

sábado, 4 de octubre de 2008

13 de febrero de 1999

La noche nos había encontrado a la entrada del Valle de la Luna, a 17 km., en un paraje desierto llamado Los Baldecitos, luego de la visita al Talampaya. La noche fue la más estrellada, la más fugaz y la más extraña en cuanto a lo meteorológico (nubes y relámpagos en el horizonte y caída de alguna nota húmeda sobre nosotros, bajo un cielo sin nubes). Pero quedamos varados y tuvimos que armar la carpa junto a la ruta, a la espera de un nuevo día, de algún auto que nos alcanzara al Valle y de que ninguna víbora nos envenene el sueño.

El policía de la garita rutera me levantó a las 8 y media de la mañana avisándome que pasaría la camioneta de Parques Nacionales hacia el Valle de la Luna, pero cuando salí de la carpa se estaba yendo. Facu, Kurt y Novi se levantaron una hora después, desarmamos la carpa y comimos unas galles con coca bajo el sol que ya rajaba el paisaje seco y sanjuanino. Luego de un rato sin novedades sobre el asfalto, a las 12 pasó Daniel, un obrero del parque, con su esposa, su hija y su tío Ángel. Nos llevó hasta Ischigualasto y en la entrada al parque se ofreció a llevarnos también en el recorrido. Careteamos la entrada a la mitad ($10) y fuimos junto al guía pasando las distintas formaciones (Rastros, Ischigualasto y Barrancas Coloradas), observando fósiles y cerros con formas imaginarias que nos interpelaban cual tests de Rocharch. En la caravana contábamos con un émulo de Lorenzo Lamas y la familia tan macanuda con la que compartimos hostilmente la excursión por Talampaya. La mala noticia fue la caída de un mito de los noventa: le pregunté a Víctor sobre la posibilidad de que tocara Pink Floyd en el Valle de la Luna. "No, ¿acá en el parque? De ninguna manera".

Pegamos la vuelta con Daniel, que se ofreció a llevarnos hasta su pueblo, Chamical, en la provincia policial de La Rioja, del cual ninguno de los cuatro teníamos idea sobre su existencia, y desde el cual empezaríamos el regreso. Merendamos en una Esso y allí se nos acercó un profesor de gimnasia que hacía trofeos (¡¿?!) y al que le despertamos tanta compasión que nos invitó unas cervezas y nos regaló su gorra (¡¿?!). Luego fuimos a placearla al Centro, donde nos enteramos de la inminencia del corso chamicalense. Antes que nada, nos anticipamos al control policial extremo que se cernía sobre la provincia menemista y fuimos a la comisaría más cercana a registrarnos como visitantes, antes de que nos ganaran de mano como las veces anteriores. Cenamos en la pollería de El Padrino un pollo con fritas y un vino montonero, e hicimos un balance exhaustivo del viaje que terminaba. Después nos fuimos pa'l corso.

Caímos con las mochilas como cuatro extraterrestres en corso chamicalense, como búlgaros en rumba, a tal punto que llamábamos más la atención de los locales que las comparsas. Aprovechamos nuestros quince minutos de fama y conocimos a Beto, que nos hizo un breve repaso sobre las últimas necrológicas del pueblo y nos hizo un ranking de minas que le cabían, en el que la Alfano ocupaba los tres lugares del podio. Después, ya en medio de la multitud, nos llenaron de nieve, hasta que nos cansamos de la impavidez y fuimos a comprarnos unos pomos (si es carnaval...).

La noche seguía. Volvimos a la plaza y conocimos un pibe de Comodoro Rivadavia (¡¿?!) que nos conseguía entradas para el boliche. Aguantamos con ferné-cola, bebida regional por excelencia, y ubicamos las mochilas en el auto de Pil, dueño de la boîte. Recién a las 3 la adolescencia empezó a entrar en Zambra Disco, y nosotros lo logramos a las 4, a pesar de nuestra vestimenta y nuestra pulcritud. Nada de baile, claro. Salimos a eso de las 6, barrileteados y exhaustos, agarramos las mochilas y nos fuimos a dormir a la estación de tren abandonada.

Una vez más, el itinerario azaroso nos regalaba un día extraño.