jueves, 29 de marzo de 2012

Es preciso navegar con poesía

Mascheroni, Etchecopar y Mileo, entre sombras y reflejos (Foto: Sabrina Díaz)

Un año después, siguiendo los designios inevitables del tiempo circular, las hojas resecas crujen su último suspiro, replicando aquel deseo del vigía –además del de avistar tierra– acerca de que "va a hacer falta un buen otoño / tras un verano tan largo". Y, efectivamente, las aguas de marzo empiezan a cerrar el estío.

En su primer aniversario, el ciclo Arrojas Poesía al Sur celebró el otoño, el Día Internacional de la Poesía y el de San Benito en el tercer piso del Museo de Bellas Artes "Benito Quinquela Martín" de La Boca, espacio que fuera la casa del artista, promotor cultural y filántropo, también en el mes de su 122° aniversario. Con una recepción previa de canzonettas interpretadas por el acordeón de Laura Boscariol en el hall de entrada, la velada arrancó, como en la edición de 2011, signada con el espíritu de la botella que estalla en el casco de un barco (sin ir más lejos, la arquitectura del museo semeja la superestructura de una auténtica barcaza). Antes de zarpar, se realizó una visita guiada por la casa museo del pintor a cargo de Sabrina Díaz, del staff del Museo, donde también se exponen fotos, noticias periodísticas de la época y cartas a Quinquela, muchas de las cuales giraban en torno a la Orden del Tornillo que entregaba a distintas personalidades del arte y la bohemia. Luego del reconocimiento de la nave que atravesaría las aguas de otoño, el público contempló el atardecer en la terraza-cubierta para después acomodarse en la Sala de los Barcos que alberga, entre otros, un impactante crepúsculo quinqueliano. Ese amplio camarote abrigó el quinto encuentro del ciclo, el cual continuó con otra pieza del acordeón de Boscariol.

Rodeada por los ventanales que dan a la Vuelta de Rocha y el Riachuelo, y coronada por el bajorrelieve de San Benito realizado por Juan Grillo y la escultura de lo que, según se escuchó, es la virgen de los navegantes, Marta Sacco, organizadora del ciclo junto a Zulma Ducca, dijo a modo de anticipar el diálogo de lenguajes por venir: "Bienvenidas, bienvenidos. Esta noche está impregnada de las voces de poetas, músicos, pintores, artistas, que por más de treinta años se reunieron en esta Sala". A continuación, Ducca ofició de maestra de ceremonia y dio inicio a la sección de lectura. La actriz Ingrid Pelicori levó anclas y timoneó el buque de poesía en su primer trayecto, para el cual recitó textos de César Vallejo, Raúl González Tuñón, Alfonsina Storni y Baldomero Fernández Moreno.

Las letras se deshojaron cuando el salón ancló en un nuevo bloque musical. El Trío Boero-Gallardo-Gómez, en bandoneón (Ramiro Boero), piano (Juan Pablo Gallardo) y contrabajo (Manuel "Popo" Gómez), ejecutó la suite Impulso, que consta de tres movimientos inspirados en tres de los más grandes pintores de La Boca: Quinquela, Fortunato Lacámera y José Desiderio Rosso. La joven y experimentada orquesta del buque aportó la brisa necesaria para un nuevo impulso de la nave y ahuyentó, con su estilo combinado de tradición y modernismo, cualquier posibilidad de hundimiento.

El barco-museo, en su viaje imaginario, enfiló luego hacia la sección de los hacedores de poesía de los barrios del sur. Julián González, de la cooperativa editorial Eloísa Cartonera –que estuvo a cargo de la encuadernación de una serie de reproducciones de poemas dedicados al dueño de casa–, leyó el poema "Quinquela" de Celedonio Flores y un soneto de Julia Prilutsky Farny, ambos incluidos en la antología. A su turno, el poeta, músico y pintor misionero Ramón Ayala, invitado como ex alumno de una de las escuelas fundadas por Quinquela que funciona en el mismo edificio del Museo, leyó un texto escrito especialmente para esa noche, en el que recordó sus extensos viajes desde su casa en el Dock Sud, atravesando el Riachuelo desde la Isla Maciel para llegar cada día a la escuela boquense, teñido del hollín del Doque.

Y nuevamente la brisa musical, como canto de sirenas, embargó a los argonautas. Zulma Ducca y Laura Boscariol hicieron una versión de Nieblas del Riachuelo, con guitarra y thunder, envueltas en las luces y opacidades que reflejaban los mascarones de proa quinquelianos en los ventanales que, a su vez, exhibían la rambla del riacho. Fantasmas pictóricos que se sugerían como parte de una vidriera extemporánea a través de la cual el interior y el exterior se fundían: óleo quebradizo proyectándose en la oleaginosa superficie del agua; velas que se encendían y se izaban. Las nieblas invadían la sala, mientras afuera, como en un juego mágico y sinestésico, se escuchaban golpes de martillos y cadenas que ritmaban el balanceo de los grandes barcos coloridos sobre el leve oleaje industrial. De esa forma, la silenciosa música del trajín portuario acompañó como un latido luminoso el tango de Cobián y Cadícamo.

Más tarde, en otro capítulo de la Odisea, fue presentado el bloque de poesía de otros barrios. En ese nuevo puerto se subieron tres poetas de extensa trayectoria, poenautas que ratificaron lo preciso de navegar. María Mascheroni, que además es psicoanalista y orfebre, leyó textos de su libro El cansancio de los hijos, donde las aves, la descendencia y la muerte trazaron una suerte de tiempo circular, la genealogía humana emulando las estaciones, mientras fuera de borda se oían graznidos de gaviotas: "a pesar de todos los esfuerzos esto se termina por sequía y decisión / los cascos avanzan sin descanso en dirección contraria a los acontecimientos / al compás del río que pasa llevando lo matado". A su turno, Dolores Etchecopar, poeta, pintora e integrante, como Mascheroni, del Consejo Editorial de Hilos Editora, eligió poemas de su libro El comienzo más otros inéditos, donde sus dos oficios artísticos por momentos se combinaron en sintonía con el ambiente de la Sala, con un "atardecer laqueado" por aquí y un momento inminente "para que de un golpe la tierra cierre / su abanico de flores". Por último, el poeta y editor Eduardo Mileo, cobijó en su voz profunda y cavernosa una serie de poemas-homenaje a pintores como Hyeronimus Bosch, Vincent Van Gogh, Edvar Munch y Frida Kahlo, orientando nuevamente la brújula hacia el encuentro de poesía y pintura; y otra vez las aves se hicieron presentes, "sombras de pájaros" a bordo de la "madera navegante podrida por la sal".

Como corolario de una noche que promete retoños, Ramón Ayala regaló una serie de temas legendarios de su autoría, como El Mensú, que entonó a capella, y Mi pequeño amor, acompañado por su tremolante y bien litoraleña guitarra de diez cuerdas que punteó, a veces, con reminiscencias de la ciudad delta de Nueva Orléans. Para cerrar a tono con la estación otoñal, el poeta resaltó el valor del instante único con un tema que sentencia: "soy una hoja caída del árbol de la eternidad". El tiempo es circular pero irrepetible.

El salón-barco, ahora disfrazado de litoraleña jangada, llegó a buen puerto. El ancla fondeó el lecho neobarroso del Riachuelo con aplausos cerrados al timonel que bogó aquel tramo final. Por último, Marta Sacco y Zulma Ducca, capitanas del viaje, ofrecieron palabras de agradecimiento e invitaron a los pasajeros a continuar sosteniendo los hilos de la noche, también itinerante. La caravana nómade salió del Museo y atravesó el Caminito desierto hacia la sede del ciclo de primavera de 2011, el espacio de arte Al Escenario, donde Ayala siguió tocando su ritmo de autor, el Gualambao, hasta un improbable momento de retirada en el cual las velas dejarían de arder para no quemar las naves.