martes, 30 de diciembre de 2008

próspero molina dosmilnuevo

El determinismo histórico parece azotar el uso del lenguaje y, sobre todo, de ciertas palabras. Pero en algunos casos, más que histórico, se trata de un determinismo de calendario. El almanaque modela nuestro lenguaje técnico, ese que se restringe a sólo cincuenta palabras o frases hechas para decir básicamente todo lo decible, sin un mínimo vuelo imaginativo, sin explotar el potencial de creatividad de ese código con el que nos comunicamos, sin que la expresión le dé una chance al oleaje poético.

Esas frases y palabras que sobre todo difunden los medios masivos son modismos pasajeros a veces (hot jeans); otras, neologismos pedorros horneados en la matriz, por ejemplo, de la inseguridad (motochorros (y hasta motochorros acuáticos)); y otras, las peores, palabras que figuran en el diccionario pero que sólo se utilizan para una ocasión especial... ¡¡Próspero!! **Sí, esto no es más que un textito para hacer catarsis** La verdad que escuchar esa palabra únicamente para adjetivar al año nuevo que se le desea a ajenos, da ganas de renunciar a felicitar a terceros y esforzarse de una buena vez para hacer carne el deseo de felicidad propio. Me permito exclamarlo nuevamente, ¡¡próspero!! Cada vez que llega fin de año (como todos los inviernos volvemos a leer que 80 camiones están varados en el paso del Cristo Redentor) es inevitable escuchar o leer esa palabra acartonada, que suena tan exótica y forzada en algunas bocas o páginas. Porque felicidad se desea en distintas fechas, pero ¡¡prosperidad!!

¿Alguien sabe qué se desea cuando balbucea ese adjetivo esdrújulo? ¿Esa prosperidad, ese progreso, tiene un criterio económico, ilustrado, acumulativo o qué? Quienes profieren esa palabra no se hacen cargo de ella, y legitiman su uso instrumental, lineal y rígido; se repite como algo dado y hueco sin considerar las posibilidades de transformación que puede tener el lenguaje. Y aunque parezca una cuestión militante y obsesiva sobre un supuesto buen uso del lenguaje, este vómito verbal no está más lejos de eso, por favor, es tan sólo una entreverada explicación sobre el odio que se le tiene a una palabra.

Pero, claudicando y para no quedar al margen del rebaño, espero que prosperen y progresen en este 2009 nuevísimo (o dosmilnuevísimo), digamos, una o dos fases: de la oral a la anal, tal vez; o del primitivismo al ciber-humanismo; o de la clase media al jet set. Y que vayan a Cosquín para seguir el ejemplo de Molina, que se tomó en serio lo de próspero y terminó siendo plaza.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El mito de la media naranja

Por - Partido Obrero Revolucionario

La boca me ardía, llagada de ácido, en plena edad en que la oralidad pulsionaba. Era el noveno gajo que probaba en busca de vaya a saber qué, el ex-centro, alguna pepita de oro, saciar la sed, sufrir el exceso de fósforo del jugo, vivenciar mediante el gusto un pH bajo. Pero la foto sepia no me deja apreciar cuál era la causa de ese fervor con que le daba de a chupones, de a dentelladas, de a sobadas a la naranja, mirando a cámara y llorándole al fotógrafo. Tal vez las ansias de amor depositadas en esas tajadas, o la necesidad de apagar un deseo calenturiento con el jugo cítrico. De todas formas, nada de eso importa, lo que viene al caso es mi pasión temprana por el fruto con nombre de color holandés.

Fue un día de mi adolescencia cuando tía Raquel me contó acerca de la media naranja. Dijo que me veía solo, encerrado, literal, onanista, chupeteando naranjú a troche y moche, y que necesitaba salir de la ermita de mi cuarto para conocer alguna purretita que me moviera el piso, según sus palabras textuales. Yo pasaba el día leyendo diccionarios y escribiendo odas al fruto del naranjo en hojas canson del mismo color. Tía debe haber pensado que contándome lo de la media naranja iba a picar como trucha con mosca. Y la verdad es que era un buen cebo. De hecho años más tarde la felicité por su astucia, aunque ella ni se mosqueó ni abrió la trucha.

–Tulito [así era el diminutivo de mi nombre], tenés que hacerte señor, dieciocho años y el pescado sin vender. Te voy a contar algo, necesitás encontrar a tu media naranja. Tu media naranja es como esa personita en la que vos pensás, y ella al mismo tiempo piensa en vos, o sea, en su media naranja, que serías vos, Tulito. O sea, es el amor de tu vida en reciprocidad. Pero para lograr eso hay que trabajar –dijo, y me entregó una mitad de naranja, la que tomé como amuleto, como mito fundante de mi nueva cosmovisión. Estaba decidido a escribir una nueva página del evangelio.

Y los rituales comenzaron. Al otro día salí a buscar la otra mitad, obnubilado, sin darme cuenta del sentido metafórico de la frase hecha. ¡Y qué hechura! Toda mi vida había sido extremadamente literal y el amor (masc., porque soy bien macho) para mí era el sentimiento de inclinación hacia lo que agrada y se desea gozar. Como una media naranja. Como una purretita.

Mi primer acercamiento con el sexo opuesto con alguna intención que trascendiera el besito en la mejilla fue una chica que se llamaba Sandra. Pero me dejó escandalizada en la primera cita, cuando le mostré mi media naranja y clamé lacrimógeno de emoción por la suya, para ver si se ensamblaban en coito frutal y posterior casamiento, semillitas, hijos, nietos y panteón compartido. Después de ese fracaso rotundo, tía me dijo refunfuñante que no era cosa de encontrar la otra media naranja de un día para el otro. Con ganas de evitar otra frustración, me puse a buscar soluciones.

Así, y por indicaciones de mi diosa-tía, aprendí un poquito más sobre la lengua, la ideología y el mito en autores como Jung y Althüsser. Tenía que encarar los próximos encuentros con un poco más de vuelo en el diálogo, exceder el significado que creía incólume y fijo para siempre, pero siempre intentando encajar en el puzzle; y con garrote, para llevarme la hembra a la cueva y que no saliera más nunca. Pero lejos estaba de ser un iconoclasta con respecto a la redondez naranjal. La segunda muchacha, Valeria, resultó ser un fiasco. Tenía labios como gajos de mandarina y no estaba a la altura prevista de mi arquetipo jungiano. Y la dejé yo, aprovechando para tomarme revancha con el género femenino por el plantón de naranja lima de Sandra.

La tercera purretita, Eva, pintaba para casorio por iglesia maradoniana: sexo salvaje, seso primitivo y civilizada fanática de La naranja mecánica. Pero tenía a sus tocayas en el altar de otro templo. A Evita como líder y a las manzaneras como ejército frente al que se cuadraba. Su tip era la deliciosa de 8,50 el kilo, mucho glamour la chonga. Tanta Eva y tanta manzana que quedé como un Adán Perón cualquiera, secundado como costillita de cerdo a la riojana, y de postre manzanas del árbol prohibido hasta el vómito de compota, con la hoja de parra para taparme el miembro en clara disposición censora del demiurgo, que todo lo dicta y todo le dura. Cuestión que seguí un poco haciendo fachada, bancando la situación hasta que me hartara, hecho que sucedió el día que Eva me fajó con el dorso endosado de su mano. Me puso la firma y me mandó cobrar. Qué humillación… En ese punto yo ya era como la manzana del Guillote Tell. Y la apertura de mundos significantes paralelos me permitió empezar a hacer comparaciones a diestra y siniestra. Pero sobre todo, me permitió entender que el amor no podía encadenarse y eternizarse entre dos cachos de fruta así como así. Y más todavía cuando leí a Roland Barthes. Un auténtico mito muriente.

Yo sabía que este hijo de puta de Barthes la tenía. Imagináte que a una de las mejores marcas de teclados le pusieron su nombre de pila. ¡Qué metonímico! O pensá que se murió atropellado por un camión de una lavandería parisina (lo limpiaron). ¡Qué metafórico! En fin, un día leo Página/12 y veo que hay una nueva sección que se llama Mitologías, muy pro, muy gre, muy a la avant, muy sicobolch, y casi en simultáneo veo en la vidriera de una librería un librito de Barthes que se llama como la sección. ¡Qué analogía! Me lo devoré, imposible resistirse a esa tapa de color naranja; pero antes lo leí, claro. Y valía la pena tragarlo y embriagarse de tanta celulosa y tanta sapiencia. Ahí entendí que Raquel no era más que una tía; y la media naranja, un bolazo. Entendí lo del mito (la mitad de naranja), me percaté del sistema segundo que el mito constituía (Eva mitificada tapaba mi literalidad), supe de los vericuetos de la lengua, de la arbitrariedad palabrera (no pasaba naranja) y del mito como pura forma, y con contenido cristalizado en frases hechas. Es decir, mucho ruido y pocas nueces. Es decir, una maraca muda. ¡Qué oximorónico!

Uno de mis últimos pasos para la desmitificación del par naranjal como amor ideal e inalienable, fue formar una multitud compañera y trotskista, cambiar mi nombre y mi condición de individuo y conformar un sujeto colectivo-partido (a la mitad, per codere). La moraleja a la que llegamos es que la media naranja es artificial y el mito es una forma (semiesférica). Por ende, la media naranja es un mito. Después de tamaña inferencia tiré mi mitad de naranja, ya blancamente enmohecida por los años de desamor, y me fui a escabiar con los pibe.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Pleonasmo



Como un émulo de la epidemia de olvido que asoló McOndo, en Cien años de soledad, y su consiguiente panacea escritural y cartelística para estimular el recuerdo de las palabras que nombraban las cosas, un palafito (esas casas con pilotes sobre el agua) de Castro (Cascho), en la isla de Chiloé, Chile, bienvenía e invitaba de esta manera a inmiscuirse en sus entrañas. La tiranía de la palabra a veces amordaza a las cosas. Pero aun cuando no dice nada, o bien, aun cuando no agrega conocimiento a lo que resulta evidente a los ojos (por qué no un "Pasen y vean"), hay sentencias que nos interpelan. Y nos hacen sacar fotos (-Como te contaba, Trudi, ayer le saqué una foto a una sentencia). La obsesión por la clasificación positivista renace al calor del olvido que impone la realidad virtual sobre las cosas de carne y hueso, y sobre las casas de chapa y pintura, como si fueran carpetas del escritorio de Windows con su debido nombre debajo. Pero igual, qué regio que queda ese cartelito, ¿no? Tal vez un "Esto no es un palafito" al lado y chiche bombón.

martes, 9 de diciembre de 2008

Pirilo


Fugazzeta rellena y moscato.

¿De la casa o Crotta?

Eso no se pregunta.

Uh, perdón, ¡de la casa o Crotta!

Crotta, slurp, crottita.

¡Marche una rellena y un Crotta para el Baba!

Ñam ñam.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Omar, el pícaro gordito


(Hacer click en el dibujito para ver mejorcito a Pulgarcito). Ayacucho, 19-3-1999.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Secos & Molhados

Un cuerpo felino de cuero repujado y maquillado a lo kabuki se bambolea en el escenario. Desde esa figura estilizada y andrógina brota una voz, no menos ambigua ni menos armónica. Cuerpo y voz son uno o una, según el caso. Y desde un tema beat eléctrico hasta una balada acústica, el lirismo-contorneo de esa voz-cuerpo se fusiona con quien la oye o quien lo ve, en una comunión musical que no necesita decodificación.

Ney Matogrosso, antes de Freddie Mercury, antes de Kiss, pero después de Bowie, del tropicalismo y Os Mutantes, fue el pilar de Secos & Molhados durante los dos años apoteóticos de la banda brasileña formada en 1971 por João Ricardo. En su corta vida, el grupo sacó dos discos, Secos & Molhados, de 1973, y Secos & Molhados II, de 1974, en los que João Ricardo musicalizó varios poemas de autores como Vinícius de Moraes, Fernando Pessoa, Julio Cortázar, Oswald de Andrade, y Matogrosso los recitó melódicamente, con un registro que iba del grave libidinoso hasta el falsete soprano.



Tal vez lo más sorprendente de la banda paulista haya sido su repentina masividad mercantil que la llevó a batir todos los records de ventas con su primer disco. Hasta se cuenta que la discográfica tuvo que retirar del mercado y derretir otros discos de vinilo para reeditar los de Secos & Molhados. La tapa de ese primer disco muestra las cabezas de los integrantes de la banda servidas en bandeja, en clara alusión al movimiento antropofágico modernista y tropicalista de la vanguardia brasileña. Brasil, glam, beat, poesía, dark, música acústica, Ney, trova, hippismo, setentas, antropofagia, dictadura, masividad. Una ecuación incierta.

Chingui chingui con guitarras podridas, una cuerda de violines tapando un sintetizador, composiciones clásicas con piano y guitarra, un acordeón y una flauta traversa, alguna batería, cada tanto un bajo. Los estilos son múltiples y casi no se mezclan, como lo indica el título del último tema, Toada & Rock & Mano & Tango & Etc. Pero siempre por delante, un cuerpo extravagante pone la voz, una voz envolvente pone el cuerpo. Una pluma o una rosa sirven de extensión a ese cuerpo en tránsito, mutante; y esos objetos se inscriben en el cuerpo, como en una gramática perlongheriana.



En esos dos discos, resaltan letras como Rosa de Hiroshima, de Vinícius, con las que la banda sienta su posición política. A través de una estética de cuerpos mutantes y anulados, de floras ajadas y cirróticas, la poesía de Vinícius se dirige al mundo con versos fotográficos, con imágenes apalabradas del horror: Pensem nas crianças mudas, telepáticas / Pensem nas meninas cegas, inexatas / Pensem nas mulheres rotas, alteradas / Pensem nas feridas como rosas cálidas / Mais oh! Não se esqueçam da rosa, da rosa / Da rosa de Hiroshima, a rosa hereditária / A rosa radioativa, estúpida e inválida / A rosa com cirrose a anti-rosa atômica / Sem cor, sem perfume, sem rosa, sem nada.

O Tercer Mundo, fragmento de "La Prosa del Observatorio", de Cortázar, en una versión pseudo-flamenca cantada en español. En esa letra de 1972, el escritor argentino perfila al humano posmoderno y la globalización del tercer mundo; la piel humana de la Duncan y la piel mundana de Discepolín frotándose en un baile atemporal y ubicuo: Ahí, no lejos, las anguilas laten, su inmenso pulso, su planetario giro, todo espera el ingreso en una danza que ninguna Isadora danzó nunca de este lado del mundo, tercer mundo global del hombre sin orillas, chapoteador de historia, víspera de sí mismo.

Los temas más destacados de los discos, además de los dos mencionados, son Sangue Latino, O Patrão Nosso, Fala, Flores Astrais, O Doce e o Amargo y Delírio. Muchos de estos títulos ilustran los climas de la banda, como ya dijimos, que puede debatirse alternadamente entre un rock furioso y una melodía española oscura. Pero siempre está presente el éxtasis sanguíneo, la inquietud carnal, el sonido corpóreo que, a la vez, cala el hueso como un punzón frío y deja una herida como una rosa cálida.

Ney Matogrosso se desvinculó de la banda luego del segundo disco y comenzó su carrera solista a cara descubierta, pero con la misma impronta exhibicionista, despojada e impudorosa, más mojada que seca.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Despertario

Abrí los ojos por un vértigo impulsivo que me quiso rescatar de un sueño eterno. Pero ante tanta oscuridad que me rodeaba dudé de si realmente había abierto mis ventanas al mundo. ¿Estaría viendo? Sin mover aún el cuerpo quizás tendido, quizás parado o tal vez agazapado, me invadió una incertidumbre todavía más preocupante y perturbadora: ¿me había despertado? En ese caso no recordaba ni dónde me encontraba ni qué había hecho antes de dormirme. Comencé a torcer los dedos acalambrados de las manos para que la sangre circulara y comprendí que estaba conciente después de mucho tiempo. ¿Y si mi conciencia se había escabullido por los pasadizos que conducen al inconsciente y estaba presenciando un sueño (total estoy soñando)? Pronto me sentí flotando en un espacio denso y húmedo, y mis pensamientos se tornaban más alocados ante la imposibilidad de encontrar una respuesta, al menos irreal. Reconocer el furioso sudor descendiendo por los surcos de mi cara, como indicio de realidad febril pudo haberme tranquilizado, pero continuaba levitando y ahora me rodeaban etéreos fantasmas informes sobre un fondo de negrura nunca visto, y daban vueltas en torno a mí con un zumbido que saturaba mis oídos. Estaba muy atemorizado y mis esfuerzos vanos por saber dónde me encontraba se topaban con una memoria totalmente apagada, que necesitaba un reguero de luz, o al menos una opaca claridad para tener una mínima noción. Entonces creí que estaba muerto, sí, sumergido en ese sueño eterno del cual había creído escapar en el principio de esta pesadilla. O esperando el juicio del que tanto se hablaba en el otro mundo. O esperando ocupar otro cuerpo. ¡Eso! Ahora era una pobre alma-mente que estaba en la inmensa oscuridad...

¡Pero basta de estupideces!, balbuceé forzosamente sintiendo un terrible gusto amargo y pastoso en la boca; y el sudor ya helado, recorrió mi espalda produciéndome un intenso escalofrío. Finalmente había hablado, a duras penas, pero había hablado. Ya no podía creer que sólo era un alma porque hacía rato había concebido que no había sido despojado de mi cuerpo. Mi cuerpo, que ahora sentía en su totalidad y avanzando apesadumbrado hacia un sitio incierto, entre las penumbras que ocultaban el lugar donde me hallaba. Los punzantes estoques que ahora sufría mi cabeza llegaron a tal punto que mis manos se tomaron de ella como queriendo defenderse de puñaladas inexistentes. En el sur corporal, las plantas de mis pies percibieron un piso ligeramente pegajoso, y al separarse de la superficie producían un ruido húmedo, un leve chapoteo. Segundo a segundo iba disipando un poco más las dudas aunque me faltaba dar con la más relevante: dónde estaba. Enseguida di con lo que parecía un muro y paré en seco. Era rugoso y frío, y me dio una inmediata sensación de familiaridad. Todo estaba dando un vuelco hacia la respuesta que buscaba. Casi instintivamente caminé a tientas, mejor dicho, decididamente a un lugar prefijado, donde me detuve. Me despabilé hasta que sonó la última articulación y luego de frotarme los ojos, que recién ahora notaba abiertos y materiales, descubrí una borrosa fluorescencia ante mí. Intenté alcanzarla con los dedos y, sin quererlo, presioné la tecla y me encontré bañado en luz y enceguecido debido al terrible resplandor. Cerré los ojos con todas mis fuerzas para poder vislumbrar con más claridad algo de lo que me rodeaba. Entonces vi la cama, la biblioteca, la persiana cerrada de modo tal que no entrara ni el más mínimo halo de vida exterior, y un desorden de ropa, en fin, mi cuarto. Fue cuando recordé la fiesta de la noche anterior y los numerosos vasos de ginebra ingeridos, creyendo entonces, al reconocer mi paradero, que sería bueno un baño de agua fría.

18 y 19-3-99
Ayacucho, Buenos Aires

martes, 11 de noviembre de 2008

5 de enero de 2004

Nacho se levantó primero, a las 9, y mientras el resto intentaba imitarlo, soltó una frase memorable: "No vuelvo hasta conseguir un dulce para el desayuno". Volvió al rato con una gelatina blancuzca que resultó ser grasa de chancho en boteia de agua mineral, la cual untamos al pan con ahínco indiferente. Aunque lo habían cogido de palgo una vez más, como se suele llamar al hecho de ser estafado.

La puerteamos una última y emotiva vez en la colonial ciudad de Trinidad y nos despedimos simbólicamente de los personajes del barrio: el borrasho y la limada que nos miraba fijamente en silencio de vereda a vereda. Luego de saludar a Maltica, a Iyelén y al beisbolista ausente, nos dirigimos hacia el punto de recogida, con Luciana rezagada por su tobiio lesionado. Allí esperamos a que llegara el "amarillo", funcionario que, otrora de uniforme amarillo y ahora de azul (aunque conservara su apodo original), se encargaba de anotar por orden de llegada a quienes querían viajar a dedo (hacer botella), parar a los coches que pasaban e ir depositándo a los viajantes según destino elegido. En ese momento el comunismo era todo. Luego de reservar lugar para la boteia, nos sentamos a la sombra a esperar un buen rato. Mientras los autos pasaban y el amariio se rascaba (terminó siendo un botón que ni siquiera tenía uniforme de ese color; era necesario eliminar la burocracia caminera), conocimos a la pionera estudiante de secundario que, oh coincidencia, nos vino a contar su obsesión negativa con el uniforme amarillo obligatorio, color que según ella la llevó a alejarse de los establecimientos educativos para acercarce a tareas más lucrativas (es posible que el uniforme de los amariios haya cambiado por los mismos traumas maoistafóbicos).

Cuando el sol pegaba fuelte, después del mediodía, nos paró un camión que iba directo a Cienfuegos por 10 m/n, otra vez gracias al cuento de que éramos estudiantes extranjeros y de ninguna manera turistas, oh no, ni allí. El paisaje desde el acoplado, rebosante de campesinos, era muy lindo, muy rico, pero Flor y Luc sufrieron la ausencia de vinchas para sus pelambres. En el camino subieron algunos muchachos que llevaban chanchos embolsados que trinaban, y que no parecía que fueran a jugar carreras de embolsados, sino más bien a encontrar su destino en una boteia de agua mineral para desayuno. Los bichejos invisibles y sólo audibles que nos acompañaron en el viaje a grito pelado causaron estupor en los sensibles ánimos protectores de Flor y Luciana. Por su parte, ellas fueron observadas todo el viaje por las camaradas miradas masculinas, también sensibles, y con ganas de cogerlas de palgo.

Llegamos a Cienfuegos, que nada tenía que ver con Camilo, y luego de cogel cabaio con una vieja que nos iba a conseguir lugar, sufrimos el acoso de siempre y nos hinchamos las pelotas por lo caro y dolarizado que estaba todo lo oficial-legal. Paramos a comer en el Guamá y, mientras un Nacho inusualmente pilas se movía en búsqueda de lugar para la noche, conoció a otra vieja, Irma, que no paraba de chocal palmas luego de vivar a los líderes. Flor se sumó a la búsqueda y Luciana y Luc quedaron a la espera. Allí conocieron a Alexander, un "operado del corazón" que llevaba una biblia con un dibujo del Che-Jesús, y que no paraba de abrazar a Luc con ánimos de dudosa finalidad.

Finalmente, al anochecer caímos clandestinamente, una vez más, en la casa de Wilfredo, anticomunista acérrimo. Nos cobró u$s 20 a los cuatro por lo que resultó ser un bulincico de mala muerte. Wilfredo no paró de paranoiquear: nos iba a levantar a las 5 de la mañana para salir a oscuras, sin ser vistos por la “policía castrista”. Nos bañamos y fuimos al comedor donde nos zampamos un arroz junto a su amigo Bárbaro (Bálbalo), chapa como pocos, que vestía una camisa de red que no ocultaba su panza hinchada de alcohol; y que flasheaba con Nino Bravo, la música ochentosa, Gaby Sabatini y el gol de chilena de Maradona en el ’89. Cuando se quería acordar de algo se retiraba a una mesa contigua de donde estábamos y se ponía en sobreactuada pose pensativa, con sus ojos también hinchados de etanol. Después apareció yirando un chabón que andaba merqueado por ahí y tiró la movida de la droga cubana (formas de conseguirla, poderes curativos, efectos también por demás sobreactuados), lo que generó una pelea con Wilfredo, que ya se imaginaba una temporada en las Isla de Pinos por culpa de nuestro supuesto oficio espía. Nos fuimos a acostar pero estábamos cagadicos, la casa y sus extraños moradores no nos inspiraban confianza. Una vez acostados escuchamos golpear tres veces seguidas la puelta, cada vez más violentamente. Resultó ser Bálbalo, parece que para preguntarle a Wil por el nombre de un tema que no recordaba. El dueño de casa lo cagó a pedos. Nosotros dormimos apenas un rumor.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Mangieri


Murió José Luis Mangieri a las 83 años, editor incansable y poeta, millitante político y cultural de larga data. Siempre del lado de las editoriales "contestatarias" (o como él decía, "en la actualidad las llaman alternativas"), como La Rosa Blindada y Libros de Tierra Firme, le puso el cuerpo a un trabajo que fue poco generoso con su dedicación. Allí publicó a autores de talla XL como Juan Gelman (cuando todavía era S), Raúl González Tuñón y Fabián Casas, y le abrió las puertas a muchos y muchas poetas jóvenes. Como humilde homenaje, acá un fragmento de una entrevista realizada con unos compañeros en 2005 en su casa de Floresta, para un proyecto de revista fallido. Haciendo referencia a la poesía como el "género literario de la resistencia", con sus máximos exponentes en la Guerra Civil Española y en muchos países latinoamericanos que luchaban contra el yugo militar o imperial, esto decía al respecto:
"...el problema que tiene la poesía es que se dice que la gente no lee poesía y los libreros dicen que la poesía no se vende. Yo creo que son macanas: la poesía tiene un problema. La materia prima de la poesía son los sentimientos, que es la zona oscura que con más o menos dificultad manejamos todos. En la narrativa el lector se siente cómodo porque siente que se habla del otro. Y en la poesía te das cuenta que se está hablando de uno. Porque cuando vos leés poesía te identificás con muchas cosas, habla de lo que te pasa. En cambio, la narrativa es más descriptiva. Además, en la narrativa, el lector puede pegar un bajón y levantarse, pero no se va a dar cuenta; en la poesía se te perdió un verso y se te pudrió todo, es un género implacable. Y además no hay propaganda, fijáte que en los diarios ni se comentan los libros de poesía. Se comenta la narrativa y todos sus best-sellers. Las grandes editoriales no tienen poesía."
¡Salud!

sábado, 1 de noviembre de 2008

Naïf 5 / Primer y último vivo

Una de las cuentas pendientes que sobrellevaba la banda era tocar en vivo. Nos sobraban ideas y material, pero la falta de baterista y la fiaca infantilista ("Desde el living de mi casa / voy mirando la ventana / Quiero tocar las cosas de afuera / pero hay algo que no me deja" ("Día Domingo")) que edificaba sobre malos cimientos (ver "Deconstrucción") al grupo, nos había privado de recital.

Finalmente se dio con el cumpleaños de una allegada a Naïf, quien nos invitó a tocar junto a Doris, banda amiga, en un salón palermitano. Promediaba el primaveral y terrorista septiembre de 2001 cuando la banda debutó para nunca jamás tener una réplica. Es verdad que la experiencia fue un tanto accidentada y comenzó a dar cuenta de las diferencias entre los integrantes.

En el escenario éramos cuatro y una batería solitaria que nos miraba desde atrás. Cuando tocamos "Martillar", donde la bata era indispensable, Agus debió ejecutar la intro en guitarra y luego correr gimnásticamente a darle a la chancha y el redoblante. Lean al bajo, observaba todo desde su turbante palestino, comprometido con los tiempos que corrían, una semana después de la caída de las torres. Fede golpeaba su destornillador sobre su guitarra, aunque por dentro quería golpear a Luc, que ponía cara de circunstancia frente al público, en su desorientación por la bola de ruido de la banda y el chorus y la distorsión que le habían puesto a su voz para "Un día peronista". La frutilla del postre fue justo al final, cuando tocamos "La sudestada", viejo tema de Agus, Fede y Lean (del cual hay una versión de antología cantada por este último, y que también fuera tocado por Ojos de Perro Azul). El final del tema, ruidoso y furioso como la mayoría de los de la banda, fue coronado por un leve estallido de la zapatilla donde estaban conectados todos los equipos. Un orgasmo eléctrico del que nadie se dio cuenta, salvo por la nubecilla con olor a quemado que se elevó como un efecto especial. Qué mejor manera de bajar del escenario para nunca más volver a subir. Después vino Doris y todos contentos.

***
Como regalo, aquí se puede bajar la única grabación rescatada de Martillar, realizada cuando ya contábamos con el Turco Iván en batería. Según León, el mejor tema de Naïf, en tanto "pseudochacarera sónica". El sónido es pésimo y satura porque se trata de un ensayo, así que calma chicha. Nótese cómo Radiohead nos tomó prestado el punteo para su tema "Sit down. Stand up" (Hail to the Thief, 2003).

martes, 28 de octubre de 2008

supernova de arrabal

destetado de la suburbe

sin mi vía láctea

agonizo

y una estrella lejana

en un futuro lejano

me verá languidecer

martes, 21 de octubre de 2008

Somnio de Novela

Algo se me cae de la mano y se rompe en el piso.

Pero no tengo ganas de abrir los ojos, se está tan bien así. Los ángulos del cuadro pintado debajo de mis párpados son realmente estimulantes para el abandono del cuerpo, me trasladan al momento mismo de mi nacimiento, cuando todo era negro, inmemorial, vacío de sentido.

Algo se me encaracola y esquirla la caparazón

En pleno asalto, Emilia me saca a bailar con nuestros doce años: está vestida de hawaiana y me tiende su mano con una sonrisa, pero mi machismo y suficiencia púber no pueden soportar esa escena: ¿una mujer sacando a un varón? Busco la complicidad de mis amigos con los que estábamos hablando de Freud para reírnos de la situación, para no mancillar mi orgullo, para evitar la vergüenza, y los pibe me salvan las papas con carcajadas e índices humillantes. Emilia vuelve a su silla solitaria con una mezcla de tristeza y bronca.

Algo se sedimenta en mi devenir y astilla la bola de cristal.

Ese momento marca un antes y un después. Un antes feliz e ingenuo; un después de arrepentimiento y desesperanza. La oportunidad... La oportunidad no es más que un instante que nos toma desprevenidos, un bondi que pasa sin que levantemos el brazo para pararlo porque el pucho está muy rico y creemos que vendrá otro muy pronto. ¿Y si lo paro y subo? ¡Ey! ¡Pará, la concha de tu madre! ¡Ey! Sí, eso es. El bufido de la puerta tranquiliza mis bufidos pulmonares y subo los tres escalones con mi ropa chorreando lluvia.

Algo se me seca en la boca y se quiebra como el hielo.

El colectivo está repleto de pasajeros, está Eduardo haciendo morisquetas al espejo del conductor, y hay indios recién salidos de la Billiken, y están mis amigos de la secundaria jugando al teto, y está Genaro con un molino de viento atado a una correa. Pero yo no quería subir a este bondi, ¿a dónde me lleva? ¡Chofer! ¡Pero si soy yo el chofer! ¡Y no sé manejar!

Algo se esfuma en mi mente y parte al sueño en dos.

***

Insomnolescencia

martes, 14 de octubre de 2008

Crisis de novela

El vagón del subte A amenazaba con desarmarse a cada balanceo que daba sobre los rieles. Parecía una caja de cartón cuyos lados se doblaban transversalmente con respecto al techo y el piso. Y dentro de ella, sólo César y una mujer. Pero no era Emilia.

César había tenido que tomar el subterráneo para poder recordar la situación del mundo y la particular en su país. Ya le había resultado extraña la escasez de personas en la calle, más allá de que fuera domingo. Pero la estación Sáenz Peña, desierta de abandono y completamente descuidada, y la larga espera de veinte minutos por un subte de dos vagones despejó la aún nubosa (y con probabilidades de lluvia) razón de César. Muy pocos eran los dueños de las tiendas y almacenes que se animaban a abrir sus puertas al peligro de robos y saqueos. El bar de la esquina de su casa, por ejemplo, abría al azar, y siempre podía verse al dueño apostado detrás del mostrador, apuntando con una escopeta hacia la puerta de entrada. "Va a espantar a los pocos clientes", le decía Eduardo luego de su cortado matinal previo al acotado y cotidiano futuro del día que lo esperaba. "Tómatelas, o te cago a tiros", le contestaba Alfonso, fiel a su mal humor.

"La caída del capitalismo es cosa de horas", "Cuenta regresiva" y "El último que apague la luz" eran algunos de los inverosímiles titulares de los diarios que no se consideraban sensacionalistas y que César había leído en la espera del subte frente a un kiosco de la estación, el único negocio abierto del túnel. Le había parecido gracioso que la caída del sistema económico, social y político pudiera suceder a una hora determinada. Inmediatamente observó su reloj y constató que habían pasado diez minutos del mediodía, diez metros debajo de la tierra en un destartalado vagón.

La situación de quiebre histórico tenía diferentes causas, según quién las defendiera. Pero para los medios de comunicación del mundo, manejados por empresarios ligados a los gobiernos conservadores o liberales de sus respectivos países, era atribuible a la guerrilla neomarxista, al terrorismo y "a todo tipo de manifestación en su contra". Así cualquiera, pensaba César, sin dedicar más tiempo para elaborar una idea al respecto. La versión oficial de la crisis sonaba poco creíble, pero estaba en boca de todos. Supuestamente, todo había comenzado en Estados Unidos dos meses antes, cuando un empleado de la Casa de la Moneda había logrado su ansiado cometido que le había consumido los últimos cinco años de su vida. La agrupación "Eureka", que más tarde se autodenominaría como una "banda dedicada al terrorismo financiero" y "un poco comunista", había desechado casi todas las teorías científicas que mostraban un supuesto camino de liberación y habían puesto sus esfuerzos en el pragmatismo sobre la ficción de los números. El empleado del Tesoro estadounidense Gene Hawthorne, líder del movimiento, había infiltrado una red de sus un poco camaradas (también empleados) en dicha institución, de manera tal que estuvieran una franja de dos horas del día ocupando todos los puestos estratégicos del edificio. Así, estudiando las máquinas impresoras de dólares y todos sus mecanismos de seguridad, lograron montar un taller destinado a reproducir los billetes con los mismos números de identificación que ya habían sido emitidos legalmente, y sin diferencias detectables. Finalmente, luego de años de trabajo, cuando tuvieron la cantidad que consideraron suficiente, dispusieron los fajos en grandes valijas y a cada integrante de Eureka se le asignó una zona del país donde debería hacer la repartija. La modalidad consistió en dejar un fajo en el buzón de cada casa o edificio y luego... esperar. Esperar a que esa masa entrara en circulación y que, de repente, las arcas del Estado vieran reducida su proporción con respecto a ese dinero que ahora pasaba de mano en mano, y con el cual muchas personas se habían "beneficiado" sin nada a cambio.

Pero fuera de las voces y rumores cantantes y populares, la mira apuntaba a los grupos económicos que sostenían como marionetas a la mayoría de los gobiernos, sobre todo de los países históricamente dominados, hasta llevarlos a la bancarrota. Los países más poderosos tenían un declive económico en proporción mucho más grande, debido a conflictos estratégicos entre sí, que implicaban intereses corporativos, y que los llevaba a una nueva etapa proteccionista que hacía decrecer los números en las estadísticas. Las empresas eran el gobierno desenmascarado en todo el mundo. Pero su acción a través de los medios de dominación, como los de comunicación y los de los fusiles, seguía hipnotizando y atemorizando a buena parte de una sociedad de consumo cada vez más consumida.


octubre 2001

sábado, 4 de octubre de 2008

13 de febrero de 1999

La noche nos había encontrado a la entrada del Valle de la Luna, a 17 km., en un paraje desierto llamado Los Baldecitos, luego de la visita al Talampaya. La noche fue la más estrellada, la más fugaz y la más extraña en cuanto a lo meteorológico (nubes y relámpagos en el horizonte y caída de alguna nota húmeda sobre nosotros, bajo un cielo sin nubes). Pero quedamos varados y tuvimos que armar la carpa junto a la ruta, a la espera de un nuevo día, de algún auto que nos alcanzara al Valle y de que ninguna víbora nos envenene el sueño.

El policía de la garita rutera me levantó a las 8 y media de la mañana avisándome que pasaría la camioneta de Parques Nacionales hacia el Valle de la Luna, pero cuando salí de la carpa se estaba yendo. Facu, Kurt y Novi se levantaron una hora después, desarmamos la carpa y comimos unas galles con coca bajo el sol que ya rajaba el paisaje seco y sanjuanino. Luego de un rato sin novedades sobre el asfalto, a las 12 pasó Daniel, un obrero del parque, con su esposa, su hija y su tío Ángel. Nos llevó hasta Ischigualasto y en la entrada al parque se ofreció a llevarnos también en el recorrido. Careteamos la entrada a la mitad ($10) y fuimos junto al guía pasando las distintas formaciones (Rastros, Ischigualasto y Barrancas Coloradas), observando fósiles y cerros con formas imaginarias que nos interpelaban cual tests de Rocharch. En la caravana contábamos con un émulo de Lorenzo Lamas y la familia tan macanuda con la que compartimos hostilmente la excursión por Talampaya. La mala noticia fue la caída de un mito de los noventa: le pregunté a Víctor sobre la posibilidad de que tocara Pink Floyd en el Valle de la Luna. "No, ¿acá en el parque? De ninguna manera".

Pegamos la vuelta con Daniel, que se ofreció a llevarnos hasta su pueblo, Chamical, en la provincia policial de La Rioja, del cual ninguno de los cuatro teníamos idea sobre su existencia, y desde el cual empezaríamos el regreso. Merendamos en una Esso y allí se nos acercó un profesor de gimnasia que hacía trofeos (¡¿?!) y al que le despertamos tanta compasión que nos invitó unas cervezas y nos regaló su gorra (¡¿?!). Luego fuimos a placearla al Centro, donde nos enteramos de la inminencia del corso chamicalense. Antes que nada, nos anticipamos al control policial extremo que se cernía sobre la provincia menemista y fuimos a la comisaría más cercana a registrarnos como visitantes, antes de que nos ganaran de mano como las veces anteriores. Cenamos en la pollería de El Padrino un pollo con fritas y un vino montonero, e hicimos un balance exhaustivo del viaje que terminaba. Después nos fuimos pa'l corso.

Caímos con las mochilas como cuatro extraterrestres en corso chamicalense, como búlgaros en rumba, a tal punto que llamábamos más la atención de los locales que las comparsas. Aprovechamos nuestros quince minutos de fama y conocimos a Beto, que nos hizo un breve repaso sobre las últimas necrológicas del pueblo y nos hizo un ranking de minas que le cabían, en el que la Alfano ocupaba los tres lugares del podio. Después, ya en medio de la multitud, nos llenaron de nieve, hasta que nos cansamos de la impavidez y fuimos a comprarnos unos pomos (si es carnaval...).

La noche seguía. Volvimos a la plaza y conocimos un pibe de Comodoro Rivadavia (¡¿?!) que nos conseguía entradas para el boliche. Aguantamos con ferné-cola, bebida regional por excelencia, y ubicamos las mochilas en el auto de Pil, dueño de la boîte. Recién a las 3 la adolescencia empezó a entrar en Zambra Disco, y nosotros lo logramos a las 4, a pesar de nuestra vestimenta y nuestra pulcritud. Nada de baile, claro. Salimos a eso de las 6, barrileteados y exhaustos, agarramos las mochilas y nos fuimos a dormir a la estación de tren abandonada.

Una vez más, el itinerario azaroso nos regalaba un día extraño.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Es de niño limar

La escuela moldea, de eso no hay dudas. En ciertas épocas las políticas educativas apuntaron a igualar parámetros simbólicos y culturales, ya fuera por las olas inmigratorias a las que había que acercar a una identidad nacional homogénea, o ya por su consecuente aluvión apátrida que amenazaba las instituciones. Actualmente el molde está oxidado y las políticas educativas se limitan a la reducción de presupuesto, de becas, libros regalados por empresas a cambio de favores en otros ámbitos, y terribles esfuerzos de docentes y no docentes en la contención social (afectiva, alimentaria, etc.) del alumnado. Pero a pesar de que los medios tapan buena parte del hueco dejado por la escuela (limando más asperezas encefálicas), ésta mantiene su vieja meta normalizadora.

Es difícil pensar qué sería de nuestras subjetividades sin esa mediación institucional instituyente, aunque haciendo un trabajo foucaultianamente arqueológico en lo discursivo pueden llegar a encontrarse varios indicios.

Llegando a una conclusión apresurada me animo a decir que el
su(b)rrealismo es natural, o mejor, que la subjetividad de un niño se alimenta de inconsciente balanceado y subterráneo. Y el realismo es puro racionalismo bombardeado por la educación formal. Ninguna novedad, pero tengo un tema para mi próxima investigación de doctorado, que no tiene nada que envidiarle a las hipótesis demostradas de suyo de Atilio Rosetti.

Acá van algunas oraciones encontradas en mis cuadernos de primer grado, con consigna libre, que demuestran el surrealismo como patrón perceptual y expresivo en un niño y, por lo tanto, y si nos valemos del método inductivista, en la totalidad de niños y niñas. Que Breton vaya a la escuela.

Pedro cuando nazca estará contento.

El osito es muy bueno porque no entiende nada.

Yo juego al frontón en un bar.

Los frenos los están tocando toda la gente porque hoy hay un tráfico.

Hoy soñé que soñar era feo.

En 1810 él hizo un lío, tiró el agua a una carreta.

Un adolesente tiene una lengueta, pero grande.

En un día nublado el viento habre el cierre de la nube y de la nube sale agüita.

Las uvas verdes están marrones.

El es feo muy feo.

El fuma y tira humo muy fuerte.

Los ñoquis están riquiquisimos.

El dedo menique me lo partí en 4.

La escoba está mugrienta porque estuve barriendo la casa.

El ropero está grandesito pero chiquitito.

La yerba es verdosa como el baño.

Yolanda es lindita pero feita pero lindita.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Ojos de Perro Azul

Las bandas teen salen con fritura a rolete y a troche y moche. La mayoría está condenada a la ermita del garage/altillo/terraza; aunque cada tanto, por su afinidad con el canon comercial, alguna la "pega". Ojos de Perro Azul no pudo con su genio de realismo mágico menemista y se condenó al altillo sin salirse del canon comercial. Después del palo, tengo vía libre para continuar sin que se me tilde ni acentúe de tendencioso.

La banda nació promediando 1998, grunge congénita, en el último año de secundaria de cinco compañeros: Lean al bajo, Agus a una viola (ambos después integrantes de Naïf), Matías a la otra viola con pedalera, Jacki a la bata y Luc a la voz. El nombre fue tomado de un tema instrumental titulado como el extrañamente onírico cuento de García Márquez, que venía de las épocas de una banda antecedente, Depresión Maníaca, y que siguió siendo ejecutado por Ojos de Perro Azul. "Interstate Love Song" de Stone Temple Pilots fue el primer cover, al que le siguieron un par de Pearl Jam y "I want you" de los Beatles, hasta que surgieron las primeras canciones de la cantera. Rockitos como "Cabeza Cuadrada" y "La bodega", éste pincelado con alguna veta oscura; algún tema disco como "Esa droga femenina"; homenajes/plagios como la melosa balada "All the sand"/"Jalea de perlas"/"Todo el polvo"; letras tristes con atisbos de hard rock grungeoso como "Vencido sin pelear", "Estatuas de sal". Además del grunge y el ocaso beat como base, otras influencias pretendidas fueron Led Zeppelin y Los Redondos. Eso se reflejaba en los solos de viola, los efectos de la pedalera, las entradas de la batería y el alto volumen del bajo.

Luego de un par de Acatraz, algunas tocatas en bares y la compra de equipos para llevar a la costa veraniega y porrista, donde Ojos de Perro Azul ofreció sus últimos recitales en la arena playera, la banda comenzó a disolverse en la arena de la lucha de clases, de estilos musicales, de volúmenes y de estrellatos. A comienzos de 1999, el grupo se tentó con la posibilidad de emular a Yes y a Pink Floyd, y en el intento vano de hacer un tema de ocho minutos, "Reloj de madrugada", sucumbió a sus limitaciones y a su impaciencia. Con la secundaria, el siglo XX y Nemen, se iba al tacho una banda teen más. En 2002 se juntaron para dar un recital despedida pero no hicieron ninguna gira ni ganaron un mango.

A diez años del primer Acatraz de la banda, y con el afán de cargar con más música el mundo virtual que en aquella época no existía, acá se hace público el demo para su descarga. Incluye "Vencido sin pelear", "All the sand" y "Esa droga femenina".

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Es de niño creer

Cucurrucucú.

Silencio.

La persiana está abierta hacia afuera y deja ver una franja de claridad nocturna.

¿Son palomas o es alguien que me quiere hacer perder el sueño?

¿Es dios?

Tapado hasta la médula grito por ayuda paterna.

La luz se prende.

La persiana está iluminada y abierta hacia afuera; deja ver una franja negra desde donde viene el ruido sordo palomar.

Qué pasa.

Escucho algo, un ruido, como un grú… grú… grú que no para.

Es el ruido del silencio, y la luz se apaga.

*****

Conciencia de mi conciencia, manos negras que flotan con un ojo desorbitado entre el pulgar plegado y el índice extendido. Las pienso y me piensan. Me ordenan y desafían. A ese viejo lo pasás caminando rápido antes de llegar a la esquina. Y allá voy, porque si no cumplo las manos pueden hacer que pase algo malo. ¿Serán dios? ¿Serán dioses? No pienso en rebelarme, en el fondo creo ser yo mismo el de las órdenes. De hecho, mi mamá dice que cuando se descuida yo multiplico mis manos. Pero por qué manos. Tal vez, seguramente, es evidente que por el cartel que anuncia a la entrada del baño de mi casa: “My lord, ladies and gentlemen”, junto a una mano negra que señala con su índice. Aunque no sé ni qué significa eso que dice en inglés. En la entrada de ese baño al que iba pisando las patas de mi papá, al que me llevaban las patas de mi papá. Donde una vez casi toco una rata con el índice extendido y me salvó el grito de mi mamá. Fe de ratas.

Manos mamá.

Patas papá.

*****

La iconofilia de la iglesia realmente puede ser efectiva en el imaginario que se construyen niños y niñas. Cuando uno es infante puede creer en dios como en Papá Noel.

En la década del ochenta solía verse en muchas casas un retrato clásico de Jesús colgando de la pared (pero no de la cruz), con el corazón trascendiendo el pecho y a la vista, con alguna frase que para un niño seguramente pasaba desapercibida. Al cabo que vivimos en un mundo en el que la imagen se exacerba y reproduce cada vez más, saturando y esclavizando nuestra percepción; donde muchas veces las letras también son imágenes que debemos interpretar sin comprender su lectura. Esa imagen jesuítica acudió recurrentemente a mi cabeza a la hora de representarme a un dios. Las imágenes también imponen creencias.

Pero además de esto, un amiguito del jardín, que ahora sería la envidia de unos cuantos troskos de pasillos universitarios, me metió algunas ideas diocesanas en los recreos de la terraza, donde el cielo estaba al alcance de los ojos. Allí, a falta de un puntero, levantaba la mano para demostrarme alguna que otra cosa indemostrable en el pizarrón celeste con nubes de tiza.

A la salida del jardín:

-Má, ¿me comprás un alfajor?
-No, no tengo plata.
-(Con tono suplicante previo al llanto) ¡Dale, má!
-Te dije que no.
-¿Pero por qué no le pedís plata a dios?
-(Sorprendida, agnóstica e irónica ante el desafío) ¡Ahá! Mirá vos, a dios. Y decíme, ¿vos lo viste a dios?
-(Serio) Sí.
-…
-Yo estaba adentro de tu panza y lo vi por tu ombligo. Te avisé, pero vos no me escuchaste.
-(Comprando el alfajor) …

lunes, 1 de septiembre de 2008

Palabras cruzadas

Hacia el anochecer, la terminal empieza a vaciarse, llevándose los últimos pasos apresurados de personas innombradas, en busca de los últimos micros que parten hacia los suburbios, hacia el anochecer.

Hacia el anochecer la terminal se llena de oscuridad, trayendo los primeros peligros anónimos, en busca de materializarse a través de sus primeras víctimas. Pero el peligro cotidiano no es más que una costumbre latente, mala costumbre de pensar en el peligro que nunca sucede. Y la permanente atención y la constante vigilia se tornan aburridas. Al fin y al cabo, el peligro siempre es potencial, acá nunca pasa nada. “Qué trabajo de mierda.”

Sólo puedo evitar el peligro si dejo de pensar en él. No tengo más que entretenerme con las palabras cruzadas que religiosamente luchan contra la soledad de la garita, sosteniendo con fe cada lanza (cinco letras, vertical (u horizontal, siempre seguirá siendo una lanza), primera letra "l", arma compuesta por un asta y un extremo puntiagudo) de tinta, que pugna por estaquear los espacios de blanca soledad. Entre bostezos y catarro de ex fumador, me despabilo, abro la revistita y me pongo cómodo...

Se supone que la calma de la noche debería estar garantizada por mi trabajo de estática vigilancia. Se supone que aquí debo permanecer, dentro de un prisma que debería ser a prueba de lanzas, solitaria caja sin sorpresas y con una única presa (cinco letras, horizontal, cosa apresada o robada (pero... ¿puedo considerarme realmente una cosa?)). ¿Y qué pasa si el sueño me arrebata de una noche más, una noche como todas, y me lanza dentro de su caja volátil, en furiosa cruzada contra la vigilia? Total, la terminal está más tranquila que nunca. Sin micros ya, ni gente que los haya perdido, con algún que otro perro cruzando el pabellón central y un coro de grillos periféricos que le canta al silencio y pone encuestión mi función en este lugar: termino siendo espectador (diez letras, que presencia u observa o sueña un espectáculo (¿no sería mucho para un coro engrillado?)) de un grupo de insectos que está lejos de un cruzamiento comercial y de cualquier grilla de definiciones lanzadas. Quizás se hayan propuesto cantar palabras nocturnas; o, tal vez, invertir roles y vigilar insomnes mi garita a la expectativa de ciertos sucesos; o por ahí canten sólo para luego callar (cinco letras, cri cri, guardar silencio, ¿en una caja?). ¿Y a mí qué me queda? Si me aburre cruzar la calle (camino por el que se transita, se cruza, se calla, cantan grillos, cinco puntos, soy el del medio, paralela... perpendicular... se acercan) y esquivar palabras y lanzarme hacia el anochecer. Y me duermo y me intentan robar el sueño. Y yo intento soñar horizontes verticales, o tal vez apresar cuadrados (figuras regulares de cuatro lados, blandas, horizontales, verticales, perpendiculares, paralelos, meridianos... sí, son cuatro y se acercan callados) blancos. Grillas blancas que blanden lanzas.

Las palabras se me escapan y se me mezclan, pierden el sentido dentro de la caja.

Las palabras mutan, pierden las cruzadas contra las herejías oníricas.

Y yo encallado en un espacio lleno de silencio, pierdo el sentido guardando blancura en una caja vacía. No quiero llenarlo más, me asfixio... ¡Basta de palabras, me rodean! ¡Déjenme salir!

Las lanzas de plomo atraviesan las paredes del cubículo que contiene mi cuerpo vertical e hincan mi carne, como afiebradas varas que, hacia el amanecer, coronan este sueño terminal (ocho letras, última estación en el recorrido de un tren, una línea de ómnibus, una vida).

Horizontal.


Luc Bec Sac 03-03 (4, 5, 6)

miércoles, 27 de agosto de 2008

Punto y coma;

-¿Me decís la hora?

-No.

"La puta, esto no me puede pasar a mí a esta altura del partido", pensó E. Se hacía de noche, no tenía mucho para hacer ni le debía nada a nadie, pero tenía una necesidad imperiosa de saber la hora.

Los relojes de la ciudad estaban descompuestos, como si fueran teléfonos, por una epidemia de lentitud que los había hecho retrasarse irregularmente. Y encima de todo, la poca gente que atesoraba un reloj pulsera en su muñeca (los únicos que habían sido inmunes al brote témporo-virósico) rechazaban su pedido de forma despectiva sistemáticamente.

Ahí, por ejemplo, se aproximaba un señor de traje, mirando a uno y otro lado, en actitud furtiva y ocultando con su mano derecha la muñeca izquierda. E. Pensó en algo triste, en su último uno en álgebra, y comenzó a llorar. Tanto que las lágrimas casi lo ahogan, mientras el hombre del reloj pulsera pasaba sin poder ser preguntado siquiera; tal vez apenas haya escuchado una gárgara lacrimal.

Pero lo que no viene por un lado, viene por el otro, como dijo un amigo optimista que fue atropellado en una avenida doble mano. Una señora setentona/tista se detuvo al lado de E. para consolarlo: le secó el llanto baboso vertido con el dorso de la mano; lo besó con rouge, brillantina y lengua; y le preguntó:

-¿Qué es lo que pasa, joven?

-¡Quiero saber la hora! -dijo E. respirando un poco más acompasadamente.

-Ay, haber empezado por ahí, ¡es la hora de comer!

Y de un pique corto, la señora corrió al hombre del reloj pulsera, lo tacleó y se lo engulló de una sola vez.


*dos mil dos, sin hora (a-hora).

miércoles, 20 de agosto de 2008

Liniers no inventó nada

Sigue la publicación de reliquias, esta vez un claro antecedente del Mazo de Cartas (que próximamente saldrá del horno. O de la cajita, en fin...). Un texto en el que el plagiador historietista con nombre de virrey y de barrio debe de haberse inspirado. Claro, esto si hubiera tenido acceso al mismo. Tal vez lo soñó.

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De: Bec Sac
Para: Facuya
Enviado: sábado 5 de febrero de 2000, 15:06
Asunto: secreto

Érase una tarde de 1143, en la que un conejo llamado Sepúlveda se encontró con una serpiente autodenominada Roque.

-¡Pero cómo! -exclamó Sepúlveda-, ¿vos no sos mujer?

-Sí, pero soy una serpiente travestida y perseguida por la logia Lautaro -respondió Roque. ¿Querés entablar una relación conmigo y correr libres por la pradera y viajar de luna de miel a la sabana de Tanganika?

-Sí, quiero -aseveró el animalito de largas orejas sin dudarlo un segundo.

Quién lo hubiera pensado, conocer una serpiente travesti y encima con plata. Realmente era su día de suerte.

-¿Qué esperamos? -dijo Roque con una sonrisa de oreja a oreja (él/ella creía ser como Sepúlveda y tener orejas como para sonreír de una a la otra) y agarrados de la mano (¡...!) se internaron en un frondoso monte. Pero a la vuelta de un árbol los esperaba un ser realmente raro.

-Y tú, ¿qué espécimen eres? -preguntó admirado Sepúlveda.

-Soy una logia y mi nombre es Lautaro. Antes que preguntes lo que me imagino, te digo que soy una logia travestida, y vengo en busca de Roque.

Roque bajó los ojos tristes, suspiró un "Adiós, Sepu" al conejo, y se fue junto a la atenta mirada de Lautaro.

El conejo Sepúlveda, un poco acongojado por el frustrado día de suerte, pensó que la pareja que hacían Roque y Lautaro era realmente rara, pero bué. Y también pensó en qué tendría Lautaro que él no tuviera. Por lo pronto, decidió travestirse. La liebre Sepúlveda siguió su búsqueda de un día de suerte por las praderas neerlandesas por el resto de su vida... (Fragmento de "Una triste historia medieval", de autor medieval desconocido).

miércoles, 13 de agosto de 2008

Carretera perdida


En cada viaje que se emprende uno se muere un poco. Es que cada traslación corpórea implica otras tantas, más movilizantes aún, y ya nada vuelve a ser como antes. Cada viaje fuera del ámbito sedentario es como una suspensión de la realidad, de la acostumbrada realidad, y una inmersión en un océano de extrañezas, como una transportación dimensional.

Los trayectos sin itinerario son como puntos de fuga que se escapan de la lógica, del esquema, del control, muchas veces de la razón, más allá de que se siga un camino ya trazado o una huella tímida de algún viejo adelantazgo. Muchas veces los diarios de viaje intentan apalabrar e iluminar un poco esas travesías para reconocerse en ellos y no perder la propia historia en la inmensidad de los confines.

Pero lo que parece una línea sobre el asfalto puede ser una cinta de moebius. Y las ciudades, pueblos, caseríos y paisajes que se perciben pueden ser tan invisibles como los no-vio Calvino. El nomadismo es una búsqueda sin mapa ni brújula, pero con un cierto afán de conocimiento, de pantallazos sobre el otro lado del espejo, de revelaciones oníricas sobre los sentidos despiertos. Y es también un escape del sopor, un sacrificio del presente progresivo hacia un horizonte previsible, una apuesta al 37 en la rula.

Foto de alguna puerta dimensional en la ruta que atraviesa las Salinas de Ambargasta, Santiago del Estero. Pero seguramente, otro lugar.

martes, 5 de agosto de 2008

Bicentenario poético


Nada de patriótico tiene este llamado a la festividad que se avecina. El próximo enero se cumplen dos centurias del nacimiento del más trovadicto de los escritores. Y tamaña anticipación apunta a juntar voluntades para festejar y homenajear a Edgar Allan Poe como se lo merece: así que a cultivar amapolas y fermentar el amontillado.

Desde este espacio dado a los aniversarios y efemérides, detector de potenciales excusas para el descalabro extático, queremos advertir sobre el natalicio del padre del relato breve (o de la crónica, ese cruce entre literatura y periodismo que tanto le gusta citar a Aníbal "Henry" Ford), creador de tópicos modernos e inspirador de tantos postreros y postreras escribas, musicantes y demás artistas.

Pierrot podría haber sido tranquilamente su personaje, un posible émulo de William Wilson; o bien una satírica imagen de su propia vida, tan lunar y loco, tan romántico y etílico, tan carnavalesco y doble, tan melancólicamente darki. Tan integrante de la banda de los corazones solitarios de Sargent Pepper. Tan flâneur en la multitud.

Salvando su ideología sureña por adopción en la Norteamérica presecesionista -y por ende esclavista-, rescatamos su pluma de ave nocturnal que planeó sobre paisajes y temporalidades extravagantes (como Lovecraft, zarpado cultor de las letras de terror cósmico y subsidiario de Poe, pero tremendo hijo de puta). En fin, un tipo que fue consecuente con el ideal romántico, enfermizo, autodestructivo y enamoradizo de los fantasmas.

Las fichas ya están sobre la mesa. Desde aquí levantamos nuestros trapos: "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", "El gato negro", "Manuscrito hallado en una botella", "Ligeia", "La máscara de la Muerte Roja" y el sanlorencista y canónico poema "El cuervo".

viernes, 25 de julio de 2008

Naïf 4 / Romanticismo evolucionista: Placodermo

Qué difícil es evitar el melancoholismo romántico y cursi en invierno. Más si se tiene nostalgia de la prehistoria...

Letra de Luc, música de Fede.


Placodermo

Estropeo toda idea de inundar
Mi submundo de ríos de aire
Reconozco en tus párpados el mar
Clausurando una mirada que naufraga
Me calcino si no soplo mi temor
De incubar un sueño en la superficie
Aguantando el peso inverso
De una corriente recitada en verso
¿Tenés ganas de hablar del futuro?
Si el líquido nos rodea
Si el abismo está muy cerca
Esperáme en la playa
No creo que me sumerja

Puede ser
Aún soy un pez...

Mi existencia pende de un instante
Albedrío en una jaula gigante
Que rocía mis huesos descartables
De un destino de monstruo insuperable
¿No te sentís un placodermo?
La ciudad está inmersa,
La lluvia nos clava sus aguijones,
Las aves se posan en los nubarrones,
El agua está en todas partes,
Los versos son trece y el día es martes
Espero poder encontrarte
Porque me ahogo de ilusión
Y sólo me queda inventarte

Puede ser
Aún soy un pez...


Julio 2001

lunes, 21 de julio de 2008

Anales (ejem)

De: Luc Pierrot
A: Irene Sola
Fecha: Martes, Febrero 17, 2004 1:36
Asunto: Anales (ejem)

Atilio Rosetti y Flía.
Resumen de Hipótesis (demostrada de suyo) de Doctorado:

"Se me hace que los ídolos tallados en terracota encontrados debajo de la zona del microcentro citadino o "city" (donde tanto tiempo se hospedó cual feto nuestro querido Beto), cuyos lomos poseen símbolos pintados con una tinta extraña (que en otro apartado traduciremos), son los que confirman que en Beto empezó todo, digamos que fue la cuna del big bang. Los análisis alquímicos y astrolábicos dan cuenta de que esos muñequitos simpáticos fueron hechos antes de que la tierra fuera mundo y de que el espacio fuera ciber. Esto también nos permitiría afirmar (a mí y a mi familia, en cuyo nombre hablo y vivo (en vivo, nada de diferidos ni de pagos extras)) que el agnosticismo existe.

Y no sólo eso, es lo único que existe. Es decir, que los salmos traducidos formarían parte del "libro gordo de Beto", por llamarlo de alguna manera, que es unívoco, ni viejo ni nuevo, y relata la fundación de la existencia, escrita de puño y letra por el propio agnosticismo. O sea, que el agnosticismo es el creador de todo, aun de Beto, es el infinito Uno que rige nuestros hilos desariadnados, nuestras ruedas pinchadas sin fortuna. Y el que diga que el agnosticismo ha perecido, que me lo muestre!!! A ver, que me lleven a su tumba!!! Giles!!! Las conchas de sus hermanas!!!"


Se viene mi entrega de tesina.
Y se viene el Mazo de cartas: como adelanto, un asunto que viene al caso.

martes, 15 de julio de 2008

Naïf 3 / Deconstructivismo destructivista: "Deconstrucción" y "Martillar"


Entre los mitos urbanos bonaéreos existe el del edificio ubicado en Las Heras y Azcuénaga, actual sede de la Facultad de Ingeniería de la UBA. Obra neogótica del arquitecto Arturo Prins, mucho se dijo sobre la interrupción de su construcción en 1938 y el suicidio de su mentor al año siguiente. Desde que no pudieron completarse las torres por falta de dinero, hasta errores de cálculo en la construcción. Y Naïf, claro, le dedicó una canción al susodicho.

Corría el invierno de 2001 y el repertorio crecía a borbotones. Y llegaba a su punto de ebullición volumínica, hablando sonoramente. Pero la música, lejos de ser agua a 100°C, estaba más cerca de la frase de Silvio Astier, acerca de que "la cal hierve cuando se la moja". Ya habían salido del tintero, entre otros, "B.A.reales", tema minimalista barrial de Lean; "Naïf", tema valga-la-redundancia naïf también del bajista; y el instrumental "Armónicos", donde Fede golpeaba su viola con un destornillador hasta hacerla gritar (armónicamente, claro).

En el junio invernal de Colegiales Lean trajo una música y una frase: "Estoy orgulloso de mi catedral". Entre todos los integrantes de la banda terminamos de delinear la letra de "Deconstrucción", dedicada al arquitecto de tan fastuosa mencionada obra, aunque un tanto ecléctica para la ciudad. De cadencia musical clásica, el final se debatía entre lo trágico y lo circense. La modernidad, el orden, el funcionalismo, la planificación, se podían ir al carajo, como el mismo edificio. Tal como lo predicaba el increíblemente profético librito de "Amnesiac" ("The decline and fall of the Roman Empire"), que había salido ese mismo mes. Y como lo harían las Torres Gemelas tres meses después.

En julio Fede trajo su letra "Martillar", a la que Agus le puso música: una intro arpegiada y una batería imaginada (porque todavía no teníamos ejecutor), cuyo extraño ritmo se mantenía hasta el final, hasta la inexistencia, acompañado de una bola de ruido. Este tema podría ser el eslabón de la influencia comunista sobre Naïf: en su letra, el símbolo del martillo parece estar lejos de la pluma radical, y más cerca de un cruce con la hoz. La banda también se tornaba ecléctica.

Deconstrucción

Estoy orgulloso de mi catedral
se eleva al cielo y es toda de cal
pero desde abajo no advierto la señal

Yo quiero ser como Le Corbusier
hacer de mí una gárgola de ayer
dictar los pasos de mi vuelo y no caer

Y no te miento
eran malos cimientos
ladrillos al viento

El suelo está más cerca del cielo
para mí


Martillar

Martillar
martillar
martillar
martillar

Machacar
machacar
machacar
machacar

Que se rompa
que se astille
que se destroce

Que se quiebre
que se deshaga
que se aplaste

Que cruja
que reviente
que explote

Hasta que no exista

miércoles, 9 de julio de 2008

Naïf 2 / Un día peronista


Perón es un cadáver exquisito. Por eso genera tanto revuelo y tantas relamidas cada vez que se habla de él, se lo profana o se lo traslada. O se lo come, claro, porque somos una cultura claramente antropófaga del peronismo, así como lo fueron Oswald de Andrade y sus seguidores del modernismo brasileño.

Este axioma fue el disparador (o tal vez no) para que Lean y Luc escribieran lo que sería el primer tema de Naïf. Consistió en un cadáver exquisito, tanto de letra como de dibujo. Éste último retrataba a los protagonistas del tema en un día de campo y peronista, cuando los dos (el día de campo y el día peronista) se llevaban bien y de la mano. Todo muy risueño. La canción cerraba con una coda tautológica.

Ese 12 de febrero de 2001 fue un día peronista, quién sabe por qué (como todos), pero mereció el título del tema. Adaptamos la letra a la música ya delineada por Lean, bien pero bien tontona en sus estrofas, y rozando el descalabro ruidoso y atonal en el estribillo o estribo pequeño; y terminamos de armar la melodía. Así quedó lo que también sería el primer tema de la trilogía diaria (junto a "Días de sol" y "Día domingo", que también podrían ser considerados peronistas). Luego Agus le agregaría una introducción misteriosa con una melódica y Fede se encargaría de castigar su guitarra en la parte que llora la carencia del hacha favorita, esa que tenía el protagonista de The Wall en la parte izquierda del placard (en "One of my turns"), y que tal vez también había fabricado algún que otro cadáver exquisito. Esa parte marca el tópico de la violencia, de la buena y de la mala, que siempre enconó al peronismo. La moraleja pelotuda podría ser que detrás de cada día de sol, de cada sonrisa (solrisa, sunrise), puede haber un hacha, o tres, a punto de hacer leña del árbol caído.

Un día peronista

Cuando por fin me siento idiota
y todo me resbala
Cuando el cielo inmóvil me mira
y se ve por la ventana
Siento que voy a salir
para ver ese sol
E inundarme con su luz
¡Ay! Sentirme tan cursi

Sin mi hacha fa(p)vorita
Sin mi hacha surrealista
Sin mi hacha peronista

Coda: ¡Tiene coda! ¡Tiene coda!

domingo, 6 de julio de 2008

Reabrió El Mojón Pub


En una fiesta que contó con una nutrida y variada concurrencia, el viernes 4 reabrió sus puertas El Mojón Pub en el barrio del Abasto. La cita fue en Gallo 769, un año y medio después de haber cerrado el local de Uriarte.
Desde temprano se escuchó blues del clásico, Hendrix y Zeppelin. El nuevo espacio es de amplias dimensiones, tiene una pecera donde se puede fumar hasta hacer burbujas de humo, una barra larga como para amurar los codos y, próximamente, escenario para música viva. El bar conserva los mismos colores, lámparas y cuadros de la vieja sede palermitana, pero en breve sumará objetos para combatir el vacío de algunas paredes.
Los testigos de la reinauguración recorrieron las instalaciones, se acomodaron en donde pudieron, pidieron cerveza, fernet (sigue siendo la medida más grande de Buenos Aires) y las hamburguesas completas e interminables de siempre. Fue un auténtico mojón y cuenta nueva. Pero los presentes no pudieron manifestar más apreciaciones que esas, las iniciales, ya que avanzadas las horas entregaron sus cuerpos al elixir del olvido.

lunes, 30 de junio de 2008

El límite de las palabras

Los dos contemplan el collage de luces que refleja el asfalto empapado, acuarelado, a través del ventanal del bar. Ya corrieron demasiadas palabras en doble mano, ya no hay más que decir, están demasiado gastadas, las lenguas aburridas, sin luz de giro. Sólo queda la esperanza de una mirada reconciliadora en el denso silencio, inevitable silencio coronado por algún choque de vajilla y el estertor de la máquina de café express. Pero sus ojos están perdidos del otro lado del vidrio, del otro lado de la realidad, donde los pensamientos estallan en un caos indescriptible, en una lucha en el lodazal urbano que ambos miran sin poder controlar.

Allí, en la calle, el frío obliga a los transeúntes a subir sus abrigos hasta el mentón, mientras se esfuman detrás del vidrio empañado. Caen innumerables e invisibles sonoras gotas. Ninguno de los dos puede cortar el hilo de mudez temporal que los une y el ventanal ya no deja ver del otro lado.

El hombre cierra los ojos y con un dedo dibuja un cursi "te odio" en el vidrio que condensa los vapores del bar. La mujer lee con un gesto abatido, pero luego de un instante se levanta de la silla, agarra la mesa por sus patas y la arroja contra el vidrio. Los millones de fragmentos se confunden con las millones de gotas y con los millones de pensamientos, en un óleo aquelarre. La mujer, aliviada, atraviesa hábilmente el ventanal por el agujero sin temor a cortarse y mira al hombre.

–A la noche, en mi casa– ¿le dice?

viernes, 27 de junio de 2008

¿Y si armamos la Carpa Loca*?




Después de la carpa blanca, la celeste, la verde y la roja, no estaría mal armar la Carpa Loca, con tiros, líos y cosa golda, ea ea pepé y pepé pepé pepé. Como el espectro visible de colores para decorar las instalaciones ya está cubierto, podríamos preguntarle a Lovecraft cómo era el color que cayó del cielo.

Si una de las carpas que hay en Congreso es para "militantes", otra para "la gente" y otra para "la tercera posición", ésta podría ser para la caravana frikosa (o sea, incluiría a los tres sectores sociales mencionados). En fin, que sea la sede de las fiestas bacanales-saturnalias-dionisíacas. Allí podríamos revivir la Carpa del Amor con el elenco de la foto, organizar una lucha de catch entre el Gauchito Gil y el Compadrito Grosso y un contrapunto entre un payador y un milonguero. Y si alguien se quema con un fósforo echarle la culpa a una molotov arrojada por Bombita Rodríguez.

¡Panis et Circensis!

*Desvariado homenaje a la legendaria "carpaló", concebida por un grupo de adolescentes desbocados en un campamento en Junín, en los turcos años noventa.

lunes, 23 de junio de 2008

delta

el péndulo se detiene

y las agujas

agujerean a machetazos desorientados

desoccidentados

los límites,

allanan y estallan

las matas circunvaladas

de las burbrújulas.

arañan un áspero destino

sin márgenes en sus flancos

sucumbido de presencias.

el fluído tiempo torrente

en un beso barroso

roza el cauce de su dura boca

y dura

hasta la desembocadura,

donde el aliento neblinoso oculta

la tierra aislada

de su oleado horizonte.

el caudal se despereza,

se ensancha y aflora

en la eterna infinita anónima

multitud acuática.

la tierra comienza a girar.

y el péndulo se balancea.

martes, 17 de junio de 2008

El Niño Unidimensional


Herbert Marcuse, quien fuera integrante de la Escuela de Frankfurt, señalaba en El hombre unidimensional que éste era consecuencia, entre otras cosas, de la institucionaliza–ción de un lenguaje técnico acrítico y antidialéctico.

Una muestra de esa operacionalización del lenguaje está dada por las abreviaturas o siglas (como ONU, OTAN, etc.), las cuales, según el autor alemán, además de bombardearse mayormente desde los grandes medios de comunicación, son artificios de la razón y denotan lo institucionalizado.

Días atrás me topé con mi cuaderno de Arte de 5° grado. Allí nos daban una consigna que debíamos completar con una frase y un dibujo: "¿Qué es para vos el arte?". No sé si ya en esos años mozos estaría comenzando a internalizar el mundo unidimensional, impuesto por una sociedad que cierra el universo del discurso, pero creo que como humorada tomé a la palabra "arte" como abreviatura. La cuestión es que, para mi tranquilidad actual, luego de las siglas acudió como tromba el surrealismo para, aunque sea, darle un matiz crítico a la respuesta. Porque el surrealismo no sólo supera a la realidad, sino que a veces incluso ésta busca imitar a aquel: "El arte para mi es: Asociación Rural Tenebrosa Elemental".

Lejos de ser una profecía, porque el A.R.T.E. en nuestra historia siempre se refirió a lo mismo, comparto esta impresión que, creo, sigue vigente (y encima en el dibujo aparecen cuatro artistas enlazados en una mesa rural...).

domingo, 15 de junio de 2008

Dialéctica de los sexos

–Ningún verano es corto si los días son largos– pensó sintiéndose inteligentísimo por haber creado tamaño aforismo.

El asfalto, negro como de costumbre, intensificaba el calor reverberado en el humor de muchas de las personas que caminaban por el Centro. Aunque no estaba en el Centro: era sólo un pensamiento de borracho de La Boca, que imaginaba sol, gente, mal humor y Centro. En última instancia, sí estaba acertado con respecto a lo del verano.

El hombre, tan antropocéntrico, se balanceaba y tropezaba con lo que se le interpusiera en su andar; sudaba excesivamente, como si fuera un acto compulsivo y logrado por la propia voluntad. Sin embargo, se sentía como una obra de arte, todo decorado de sudor y vómito. No cualquiera. No, che.

Las calles se abrían frente a él sin darse a conocer, evasivas y cobardes, quizás por capricho, pero su memoria inercial le permitía guiarse hacia el bar donde debía encontrarse con la muchacha que acababa de conocer en un laberinto de espejos –oxidados por la eterna labor de reflejar la realidad– del parque de diversiones barrial. De todas formas, su mente (simplificadora a esa altura del partido) no se molestó en hacer toda esa madeja de relaciones y se limitó a pensar únicamente en la mujer. Tanto se limitó que, en un momento, sólo supo que se trataba de una mujer que podía ser cualquiera. Había olvidado completamente su cara, borroneada en su mente por el poco tiempo que había empleado en registrarla rasgo a rasgo. Y era usual el olvido cuando conocía a alguien que se transformaba en el monotema de sus pensamientos. Cuanto más buscaba en sus recuerdos el rostro, más se desdibujaba. Al fin y al cabo, no le había atraído la cara de la mujer, qué va, más bien el dolor punzante de los brillosos ojos clavados en los suyos. Se habían cruzado en la estrechez de uno de los pasillos del laberinto y se habían sostenido la mirada pesadamente, sin animarse a desviar la una de la otra, como si hacerlo hubiera significado la misma muerte. Y en aquel momento, sin intercambiar nombres ni deseos (¿ni palabras?), pero con una mirada de aleación cárnica, quedaron en encontrarse en el bar...

Se detuvo abruptamente y apoyó la espalda contra la pared, exhausto. Respiraba ansioso para aliviar la agitación de las tantas subidas y bajadas de las veredas boquenses. Escalones para subir a la vereda y escalones para bajar a la vereda. Veredas a prueba de inundaciones, tan típicas en el barrio. Eso, deseaba que lloviera y se inundara todo, total... Habría islas de baldosas donde hacer la gran Robinson, y encontrar a la mujer haciendo señales de vapor. Con tanto calor… Tenía tanto calor que anhelaba poder desabotonarse la piel del pecho para que el oxígeno eludiera el difícil camino de fosas nasales, tráquea, pleura, alvéolo.

Todo su alrededor se resumía en La Boca, y la sentía suya; a punto de expulsar sus tripas por ella y hacia ella. Le importaba muy poco que alguien lo mirara con asco. “Mírenme, soy una obra de arte”. O que alguien le pidiera la hora... Por favor... No estaba para favores, y así siguió el camino irracional en busca de la mujer. Arrastrando los pies gastados recorrió algunas cuadras tomándose algún recreo de obligado cuando lo sorprendía una arcada.

–Arcadas son las de Paseo Colón– farfulló, pero ése era otro barrio y no le incumbía. Aunque la palabra “barrio” también le era ajena y ya no recordaba en cuál de ellos se encontraba y, peor aún, tampoco dónde tenía que encontrarse con la mujer.

Sus ojos hinchados de alcohol reflejaban otro mundo del que le costaba ser consciente. Tal vez fuera la muestra de lo que estaba viendo en sueños, aunque su mente, otrora racional, le decía que no se dejara convencer por las suposiciones del demiurgo, que tantas explicaciones sin fundamentos hace.

Continuó su marcha fatigada, ahora con la cabeza gacha, comprendiendo su entorno y su centro cada vez menos. Había olvidado qué era lo que lo había llevado a esa situación de sopor, en la que un haz de lucidez le permitía recordar que se trataba de la búsqueda de alguien o algo que ya había enterrado en otro estrato de entendimiento, muy profundo, perdido en el abismo de los mares violentos y etílicos. Esta tendencia se agudizó con cada paso que dio (cada vez más indecisos) por ignotos callejones, hasta que llegó lo inevitable (aunque, según su mente estructural, hubiera sido lo lógico) y el olvido, extendiéndose como una mancha oleosa, borró hasta las nociones que tenía sobre su mismísima persona, mientras caía al piso sin ofrecer resistencia al duro choque.

¿Quién sabe qué sentiría? La omniscencia de un narrador podría haberlo expresado, pero se trataba de una sensación, o quizás de un vacío completo (¿como la muerte?), que excedía los límites de percepción de cualquier ente o deidad.

La mujer se levantó con un fuerte dolor en sus piernas, sintiendo pena por sí misma al descubrirse tirada en un piso meado por los gatos de La Boca y, luego de recordar la inminente cita, se sacudió la pollera llena de mugre. Miró su reloj, ya recompuesta, y estudió los números de las chapas de las casas, intentando reconocer su ubicación. Una vez que logró situarse caminó, ya decidida, hacia el bar donde debía encontrarse con el hombre que, hacía un rato, había conocido en un laberinto de espejos.



febrero 2001

lunes, 9 de junio de 2008

Naïf (1) / "Les colombes"

Naïf fue una banda que musicó durante el tumultuoso año 2001, y con un año de duración alcanzó una considerable producción, aunque sin registro sonoro de la misma. Esta historización capitulada pretende ser un rescate escrito del trajinar de una banda de inculto. Integrada su primera formación sin batería por Leandro Agilda (bajo), Federico Grüner (guitarra eléctrica y accesorios), Agustín Valero (teclado, piano, melódica y guitarra eléctrica) y quien suscribe (voz y guitarra de doce cuerdas), los ensayos comenzaron tan racionalmente ingenuos como lo indicaba su nombre, en la casa del bajista del estudiantil barrio de Colegiales.


Una noche del verano de 2001, en San Telmo, Agus y Lean (anteriores compañeros de banda en Ojos de Perro Azul) le dijeron a Luc de armar una banda "para hacer temas onda Pearl Jam" sin covers, ya con el OK de Fede. Y así comenzó y devino el camino de romper la cáscara adolescente a través de la música y, en un mismo nivel, de las letras. El eclecticismo fue la característica principal de Naïf. Sus influencias no se limitaron a la banda grunge de Seattle, sino que por la pretensión pseudointelectualista-de-postal de sus integrantes también percutieron en las composiciones: Radiohead, el noise, Eduardo Mateo, los beatniks, Led Zeppelin, el surrealismo, Sonic Youth, el deconstructivismo, Chico Buarque, la música aleatoria de Varese, el minimalismo, Goran Bregovic y el peronismo. Claro que difícilmente haya alcanzado una síntesis de todo lo antedicho. Es más, todo quedó en una hipótesis sin demostración ni mostración, ya que no sólo no hubo grabaciones (salvo algún ensayo perdido o los audios póstumos), sino que tampoco hubo más que un recital en vivo junto a Doris, que quedará para otra entrega.


El primer tema de la banda fue "Un día peronista", con letra, música, dibujos y coda de Lean y Luc. Pero en esta primera entrega reproducimos la letra de "Les colombes" o "Las palomas", ya que nombra -pero oh, paradoja nominal, a la vez lo niega- al recientemente fa-re(tucumano)-si-do Yves Saint-Laurent (por la traducción de su apellido a un glorioso equipo de fútbol), así que acá va a modo de anti-homenaje. La música vio la luz primero, compuesta por Lean, acompañado de su computadora. Tenía un ritmo balcánico unza-unza con una orquestación digna de -valga el autobombo- "Construção" o "Meu caro amigo", pero que por falta de instrumentos y, seguramente de pericia, nunca llegó a ejecutarse. La letra vino después, y a sugerencia del autor debía ser en francés (tal vez haya sido una incipiente muestra de imperialismo francófono que finalmente no prosperó), por lo que Luc se encargó de escribir una en franceñol, en la que las palomas y el infeliz que narra son protagonistas. También son de la partida el cantante Nicolas Legrand, famoso por aparecer en un libro de textos, y una amiga del narrador, que lo traiciona con el célebre músico. Los arreglos del tema manifestaban los estados de ánimo de la primera persona: tensión cuando se enfrenta a las ratas aladas, tristeza cuando su amiga lo deja de pava y mate en su casa. En la última estrofa, el narrador parece ver consumada su venganza con una metáfora colombicida.

Les colombes

Nicolas Legrand c'est un chanteur
Il habite dans la Rue Pasteur
Il aime la vie et les colombes
Que fortuné!!

Je voudrais son elegant chapeau
Il est rouge avec un peu de bleu
Je crois qu'il est de Saint Laurent
(Mais pas d'Yves)

Valerie Dupont est mon amie
Nous dançons le tango tous les nuits
mais elle ne peut pas alleé aujord'hui
c'est le destin

Elle préfere aller au festival
Ou chanterá Nicolas Legrand
Je me resterai trés seul chez moi
Une dinde et un mate

Les Colombes volent sûr mon être
elles rient et chient sûr ma tête
Je suis decouvert sans le chapeau
Que malheurueux!!

Hier nuit je suis allé au restaurant
J'ai mangé colombe á la moutard
En eccoutant Nicolas Legrand
Merçi Garçon!!

domingo, 25 de mayo de 2008

Sueño de una noche de otoño

Una playa, indiferente como pocas. Dos soles que coinciden superpuestos en sus respectivos amanecer y atardecer, en un solo punto cardinal. El más cercano, anaranjado, con un fulgor moribundo, agonizante, como apagando su sed a medida que se sumerge en un mar cuya extraña corriente se dirige de izquierda a derecha. Por detrás del ocaso, un sol amarillo y sucio se eleva sobre una corriente marina que va en sentido inverso a la correntada más cercana, o sea, de derecha a izquierda.

Dos soles que convergen en un mismo plano, o el mismo sol que se ha encontrado consigo mismo por un capricho del tiempo.

Cuánto sueño que tenía. Sin embargo, estaba por despertar.

martes, 20 de mayo de 2008

Nostalgias del Altiplano

Mi amigo Lera publicó hace unos días "Nostalgias del Altiplano", ensayo de mi autoría, en la página web de Política Latinoamericana Noticias del Sur, donde labura. Mientras, y después de tres meses de haber sido entregado, espero que Kaufman se digne a ponerle nota, la última de la carrera. Y va de jonca como anexo para la tesina, me cago en lo inédito.

miércoles, 14 de mayo de 2008

A mis veintisépticos

Un martes 13 no da para casarse ni embarcarse. Tampoco para cumplir. Ni dignificar siquiera. Pero a veces cumplir no se puede evitar, y por más que uno no se lo proponga cumple. O bien, lo hacen cumplir. El disciplinador "almanaque", con ese nombre de alma encorsetada. Tan sólo una ficción gregoriana basura.

La decadencia de los veinte sobreviene, se huele la podredumbre de la belle époque, de los años locos. Veintisépticos. El corega y el bisoñé se acercan a la cotidianeidad. Y ahí están mirando desde el Olimpo Jim, Janis, Jimmy y Kurt (bué, y Rodrigo también) con un atragantado por el humo.

Pero algo de esperanza queda para la década infame de los treinta que comienza a despuntar. Por un lado, en el que pesa la actitud, hay que dejar de festejar el día del cumpleaños y volver a las fiestas bacanales, que duraban muchos días. Y por otro lado, si apartamos los números arábigos y acudimos a los romanos, otra vez con el guiño de Baco, la cuestión puede resultar menos cuestionable. Así, en vez de 30, en tres años cumpliría XXX. Tal vez la cosa se ponga un poquito más porno.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Amanecer de novela

El teléfono no solía sonar (y menos tan estrenduosamente) a esas horas de la madrugada. Ni siquiera tenía teléfono, pero cómo darse cuenta de que estaba en otra casa, aunque tan parecida a la suya. El tronar aparatoso del timbre telefónico transmitía una particular urgencia en el llamado y, de haber sabido quién lo requería de esa manera y a esas horas, hubiera ido en su búsqueda física sin atenderlo, sin aparato ni palabras de por medio, para qué.

–¿Hola?– inquirió queriendo simular que estaba despierto.

–Disculpe, estaba durmiendo... Le habla Genaro.

–No, no– se apresuró a decir sin terminar de recuperarse del sueño–, la siesta, la siesta...

"La siesta" con voz adormilada y con gusto a resaca mientras observaba que el reloj despertador iluminaba con sus números rojos las seis y cero uno de la mañana.

–Entiendo, la siesta– se escuchó la voz del otro lado en primer plano, con un fondo de guitarra eléctrica desfondada y un delay fuera de foco–. Bueno, no quiero adelantarle nada, véngase nomás para mi departamento.

–Sí, sí...– repitió mientras cabeceaba el tubo y notó con los últimos fulgores de la vigilia el cortante clickeo de la comunicación, sin saludos, nada, un beso, un abrazo, un saludo... ¿Genaro?

Se despertó de un sobresalto, sin recordar el sueño y con la boca enturbiada por la noche etílica. Permaneció sentado en la cama un instante, con la vista fija en la persiana baja, a través de cuyas hendijas amanecía un mediodía nuboso y con probables lluvias por la tarde. "Indicios... Indicios...". La realidad le cayó como una bofetada cuando primero vio el pelo enmarañado de Emilia sobre la misma almohada, y luego el póster de Dalí de la casa de Eduardo, tan parecida a la suya, pero con teléfono. Y con póster de Dalí.

Echó un vistazo al teléfono y su mirada se ahuecó, como vencida por un pensamiento, casi tan violento como la realidad, que lo abstrajo.

–Me duele la cabeza y va a llover– creyó decir y se levantó de un salto, pero cayó de inmediato sobre un sillón puesto para la ocasión, sorprendido por un mareo de esos que anuncian el desmayo inminente con una aplastante presión sobre los sentidos.

La luz del día llegaba filtrada por los densos nubarrones y la persiana entrecerrada; y el cuarto, sumido en esa tímida claridad borrosa, se movía de abajo hacia arriba acompañando cada pestañeo de sus ojos.

Bostezó de mala gana, queriendo impedirlo, concentrado en establecer algún tipo de contacto con su memoria y dar con esa noción latente que lo estaba molestando. Su sueño había sido interrumpido en la mitad de la mañana. "Pero la puta, cómo me duele el bocho", pensó cerrando con furia los ojos.

Lo interrumpió el teléfono –ahora interrumpió su vigilia y lo miró más inexpresivamente que antes. Sonaba tan fuerte que se tapó los oídos mirando con los ojos cerrados hacia el piso de madera. ¿Y Emilia? ¿Por qué no escuchaba el teléfono? Levantó la cabeza y observó su cabello desordenado en el extremo de la cama. El contestador emitió un quejido repentino y los timbres cesaron. César temió lo peor cuando advirtió la excesiva quietud de Emilia. El contestador dejó escapar la señal que daba paso al mensaje (si es que el o la muy cobarde se animaría a dejarlo). César se levantó del sillón decidido, reprimiendo sus náuseas, y se tiró sobre Emilia para hacerla reaccionar. Pero su peso torpe se encontró con un cuerpo ausente: su aparente cabello no era más que un tapado de piel viejo y en desuso de algún mamífero, y vaya uno a saber cómo había ido a parar ahí, a mamar y taparse de esas sábanas.

–Le habla Genaro –dijo el contestador–, todavía lo estoy esperando. No crea que es algo urgente pero bueno, en fin, usted sabe cómo se manejan estas cosas.

Se escuchó a continuación el tono entrecortado de la línea y volvió a sonar el piiiip del aparato que señalaba el final del mensaje. César se apartó del tapado, que había sostenido entre sus manos sin entender nada de lo que sucedía en torno, y salió corriendo en un zig-zag vertiginoso hacia el baño, tumbando todo lo que había a su paso. Cuando atravesaba la puerta chocó su brazo contra el marco y vomitó antes de llegar al inodoro.