El determinismo histórico parece azotar el uso del lenguaje y, sobre todo, de ciertas palabras. Pero en algunos casos, más que histórico, se trata de un determinismo de calendario. El almanaque modela nuestro lenguaje técnico, ese que se restringe a sólo cincuenta palabras o frases hechas para decir básicamente todo lo decible, sin un mínimo vuelo imaginativo, sin explotar el potencial de creatividad de ese código con el que nos comunicamos, sin que la expresión le dé una chance al oleaje poético.
Esas frases y palabras que sobre todo difunden los medios masivos son modismos pasajeros a veces (hot jeans); otras, neologismos pedorros horneados en la matriz, por ejemplo, de la inseguridad (motochorros (y hasta motochorros acuáticos)); y otras, las peores, palabras que figuran en el diccionario pero que sólo se utilizan para una ocasión especial... ¡¡Próspero!! **Sí, esto no es más que un textito para hacer catarsis** La verdad que escuchar esa palabra únicamente para adjetivar al año nuevo que se le desea a ajenos, da ganas de renunciar a felicitar a terceros y esforzarse de una buena vez para hacer carne el deseo de felicidad propio. Me permito exclamarlo nuevamente, ¡¡próspero!! Cada vez que llega fin de año (como todos los inviernos volvemos a leer que 80 camiones están varados en el paso del Cristo Redentor) es inevitable escuchar o leer esa palabra acartonada, que suena tan exótica y forzada en algunas bocas o páginas. Porque felicidad se desea en distintas fechas, pero ¡¡prosperidad!!
¿Alguien sabe qué se desea cuando balbucea ese adjetivo esdrújulo? ¿Esa prosperidad, ese progreso, tiene un criterio económico, ilustrado, acumulativo o qué? Quienes profieren esa palabra no se hacen cargo de ella, y legitiman su uso instrumental, lineal y rígido; se repite como algo dado y hueco sin considerar las posibilidades de transformación que puede tener el lenguaje. Y aunque parezca una cuestión militante y obsesiva sobre un supuesto buen uso del lenguaje, este vómito verbal no está más lejos de eso, por favor, es tan sólo una entreverada explicación sobre el odio que se le tiene a una palabra.
Pero, claudicando y para no quedar al margen del rebaño, espero que prosperen y progresen en este 2009 nuevísimo (o dosmilnuevísimo), digamos, una o dos fases: de la oral a la anal, tal vez; o del primitivismo al ciber-humanismo; o de la clase media al jet set. Y que vayan a Cosquín para seguir el ejemplo de Molina, que se tomó en serio lo de próspero y terminó siendo plaza.
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