lunes, 28 de octubre de 2013

Primavera con arrojo



La primavera encontró Arrojas. Y como la abeja que trasiega el polen y desparrama sus restos en un reguero fertilizante, el Sur levantó vuelo y dejó una estela de versos florales que se trenzaron en lazo guirnaldesco. En un barrilete barroco que lo arrastró por una noche de equinoccio a los barrios del centro de la ciudad, el ciclo itinerante se tomó su itinerancia en serio. El sur de visita en el centro. O el centro colmado de sur. Un ombligo urbano extrapolado más allá de sus confines.
La anfitriona fue la Casa del Bicentenario, centro cultural nacido al calor de los festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo y que fue la generosa casona que recibió al ciclo, arrojado desde las calles meridionales. A medida que llegaba el público, el desfile de imágenes e impulsos perceptivos comenzaban a generar esa sinestesia que caracteriza al Arrojas. La pregnancia primaveral ahumó los impermeables de quienes llegaban a pesar de la lluvia y se agrupaban para ver los fragmentos de la película “Wing of life”, que dieron inicio al encuentro con una serie de imágenes de la naturaleza en su plenitud ralentizada. Detrás de los espectadores, Margarita miraba fascinada, mientras papá Washington Cucurto y mamá María Gómez armaban la mesa de libros de Eloísa Cartonera, con Ricardo Piña y Alejandro Miranda, como en cada estación.
Luego, en sintonía con el clima jipón, las organizadoras del ciclo, Marta Sacco y Zulma Ducca, invitaron a entonar el tema “Para não dizer que não falei das flores”, de Geraldo Vandré, tras repartir copia de letra en español y portugués. Con alusiones a la “revolución de los claveles” y otras yerbas coloridas, los presentes se fueron caminando y cantando para acomodarse en las sillas, frente a un escenario que coronó el clima flower power. Una instalación con pintura y telas que retrataba a la madre natura, creada por Alejandra Fenochio, fue el fondo sobre el cual las figuras poéticas comenzaron a desfilar por el escenario, en un juego de luces y sombras, de solsticios y nubarrones que tan sólo llovieron, pero lejos estuvieron de detener la primavera. Entre las susurradoras del Liceo 1 y participantes del Festival de Poesía en la Escuela, Florencia y Lucía, que precalentaron la cancha con versos libres y aleatorios para oídos exclusivos, la platea se dispuso a ver la consagración de la primavera.
En el primer bloque de poetas anfitriones (pero esta vez de visitantes), leyó versos internos, como en otras ocasiones, Carlos Moretti, coordinador del Frente de Artistas del Borda.
Al rato, Ducca tomó el micrófono para leer un fragmento de Poema no te rompas, una selección de poemas de mujeres mapuches, selknam y yámanas, a cargo de Cristian Aliaga. De esa manera, dio pie para la presentación del propio Aliaga, poeta residente del sur y más allá, en esa ciudad patagónica con nombres de aviador y de sillón, Comodoro Rivadavia. El poeta leyó textos de su último libro, una antología editada por Eloísa Cartonera, La suciedad del color blanco, que fueron saltando como ovejas de lana nublada los límites insomnes de púas redentoras.
A continuación, con música del acordeón de Laura Boscariol que sirvió de fondo a la lectura de un fragmento de “La vida tranquila”, de Marguerite Duras, se dio inicio al bloque de poetas invitados de otros puntos cardinales.
La encargada de inaugurarlo fue Alejandra Correa, nacida en Minas (Uruguay) y residente del barrio de Villa Crespo, que sacó a relucir poemas cargados de infancia reverdecida en recuerdos sacralizados de un Oriente, a veces uruguayo, a veces japonés.
A su turno, la posta lectora la tomó una reincidente del ciclo, Liliana Lukin, quien ya había participado en el encuentro inaugural. La poeta recorrió distintos mojones de su extensa obra, plantando en cada una de esas estaciones una semilla de retórica versátil, dispuesta a crecer verso.
Mientras las palmas sonaban aplausos y daban sombra desde el cénit cocotero, tomó las riendas el salteño Leopoldo Teuco Castilla, que con su voz atronadora, similar a la de su padre Manuel, se puso a tono con cantos y loas a la selva.
Después de un corte en el que todos acudieron al bufette a cargo de Lidia López, de la Cooperativa Esperanza de La Boca, con empanadas y la mejor sopa paraguaya –cuya recaudación contribuirá a la inauguración de una radio comunitaria–, Myrna Frieg taconeó flamenco y contagió al público de volados arrebolados y flores encarnadas. Las sillas se desvanecieron ante la firmeza de esos tallos humanos que bailoteaban por tangos y bulerías.
Para dar cierre al encuentro, Sacco presentó al grupo Al ver verás, integrado por los jóvenes Martina Fraguela (retroproyección y pintura), Maxi Di Monte (percusión), Diego Gentile (composición musical) y Daniel Selén (composición visual), nacidos y criados en La Boca, quines hicieron de la música imágenes y viceversa. Una vez más, la sinestesia confundió los sentidos con poesía gráfica arrojada al muro de la Casa del Bicentenario.
Tras los agradecimientos a colaboradores y presentes, la música transformó a la Casa en un espacio dedicado al bailongo, donde los cuerpos se zarandearon en ritual frenético agradeciendo –también– el renacimiento de los frutos de Doña Pacha.