lunes, 29 de junio de 2009

Fiesta cív(n)ica

En la atmósfera abstemia y hospitalaria de las escuelas, la curda de alcohol en gel fue furor entre los invitados a la fiesta. La borrachera gelatinosa acercó a los cuerpos votantes al baile de barbijos, a falta de antifaces, que se desató como una danza de la muerte aséptica (la máscara de la muerte amarilla). Y en el beso final, las lenguas encontraron un obstáculo insalvable, que resolvieron con un apéndice, con una extensión artificial del cuerpo: una almohadilla húmeda. El nuevo cyborg así prefigurado se apresta a vivir regido por la derecha paranoica y espectacularizada (la más peligrosa) que se avecina.

El principio inmunitario de la modernidad avanza. La comunidad apestada se extingue.

sábado, 20 de junio de 2009

Marche un magnicidio

Ver a Nicolae Ceausescu o a Saddam Hussein rehuyendo a la muerte con la ropa desaliñada y la barba crecida, días después de haber manejado los hilos de sus respectivos países con una firmeza digna de la parca, genera un morboso extrañamiento. El poder político inviste a personas pero puede dejarlas de un día para el otro, como una novia arrepentida de los galones ofrendados. Fueron ejecuciones captadas por cámaras y televisadas que se produjeron poco tiempo después de que esas figuras políticas fueran derrocadas de un plumazo; y su espectacularización tuvo el plus de mostrar los rostros grisamarillos y desencajados de esos personajes desinflados de poder.

Estas condenas a muerte, legales en el marco de una justicia ficcional instituida temporalmente por un grupo de poder recién llegado, también deberían considerarse magnicidios (y hasta el "hetero-magni-suicidio" de Slobodan Milosevic en su prisión de La Haya). Así como la pena de muerte contra un "delincuente común" es un asesinato (en la escala valorativa del lenguaje que solemos utilizar, ¿sería un nanocidio?).

Los magnicidios, desde el siglo XX, se consuman ya por una estrategia imperialista, una intriga cuartelera o una revuelta popular, circunstancia ésta que sucedió las menos de las veces. Y los escenarios suelen ser esos estados que muchos liberales optimistas ven rielados en las vías del desarrollo, pero en realidad divagan como locomotora en la arena. El caso tercermundista más cercano tal vez sea el linchamiento del presidente boliviano Gualberto Villarroel en 1946, quien fue quemado y colgado de un farol de la Plaza Murillo de La Paz. Aunque claro, tenemos también los casos de JFK en los Estados Unidos o Aldo Moro en Italia. Pero por más relevante que sea el asesinato político, no necesariamente va a implicar en sí mismo una transformación sociopolítica drástica, si no es acompañado por un movimiento popular que aspire a revolucionar las estructuras, para decirlo de manual.

Si adoptamos la postura del periodismo deportivo, que de todo hace una estadística, nos encontramos con que el continente africano es el más propenso a los atentados presidenciales; o para decirlo con una metáfora parca, el que más condena a sus mandatarios a aparcar la vida de espaldas a un muro. Lo cierto es que en los últimos sesenta años, "África registró un tercio de los magnicidios", según un cable de la Agencia EFE. En ese período, cuarenta y siete dirigentes fueron asesinados, diecisiete de ellos en el continente cuna del homo sapiens.

En general, y para los demócratas (liberales optimistas) que ven en África sistemas políticos jóvenes que aspiran a encauzar sus democracias, esta inestabilidad en el continente persistirá sin la ayuda crediticia de occidente que permita actualizar el coloniaje. Pero no tienen en cuenta que el problema de fondo es anterior a la constitución de los sistemas políticos. Los países centrales fueron pésimos planificadores de fronteras; o tal vez las hayan trazado de modo tal que el conflicto sea eterno. Los límites políticos africanos -armados para afianzar el control central: dividir y reinar- fueron tan caprichosamente guiados por conveniencias económicas con respecto a los pueblos o naciones que habitaban sus territorios, como lo fueron en América con respecto a los pueblos indígenas, en Medio Oriente con respecto a los palestinos o en tantos otros lugares. Como afirmara Rodolfo Walsh en su excelente nota "La revolución palestina", los países colonizadores se retiraron de las colonias independizadas dejando "la semilla de un conflicto inagotable".

Tal vez los magnicidios en continente africano más recordados sean el del presidente egipcio El Sadat en 1981; el del presidente liberiano Samuel K. Doe en 1990, cuya guerra civil desatada fue documentada por Arturo Belano, en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño; el "dos pájaros de un tiro" de los presidentes de Ruanda y Burundi en 1994, cuando el avión en el que viajaban fue derribado por un misil, lo que dio inicio al genocidio tutsi por parte de lo hutus; y el del presidente de la República Democrática del Congo, Laurent Kabila (aquel líder guerrillero cuya indecisión en los sesenta llevara a la desesperación del Che Guevara y su posterior huída de esa extraña campaña por el África), en 2001. El último fue João Bernardo Vieira, de Guinea Bissau, en marzo de 2009, por componendas con el jefe militar que había sido asesinado un día antes.

Así, África es noticia por su inestabilidad política y sirve de referencia para algunos analistas advenedizos que pretenden asustar a los votantes en tiempos de elecciones diciendo que África es "nuestro destino". O bien sale en un especial del suplemento Ñ que muestra esa cara "ignorada" del continente (en cuyo ocultamiento colaboran los propios medios por omisión) de manera folclorizante. Pero detrás de esa fachada que construye occidente, los tambores no sólo suenan para "clamar ayuda a los países centrales", sino que, ejecutados por actores políticos (el pueblo, otra vez de manual), muchos percuten en la lonja versiones superadoras de nuestro "Hay que matar al presidente".

sábado, 6 de junio de 2009

Ayacucho, tierra de muertos

Una típica ruta tendida sobre la pampa, la 29, a falta de vías en buen estado, es la única forma de llegar a Ayacucho. Uno de los partidos más grandes de la provincia de Buenos Aires, y de los menos densos, preanuncia la entrada a sus pequeños y escasos pueblos con los carteles arrancados de las que fueron sus estaciones de tren. Al costado del asfalto surgen perpendiculares los caminos que se internan en la inmensa pampa con la señalética ferroviaria: Udaquiola, Langueyú, Solanet, y el tren-micro los deja atrás como falsas estaciones olvidadas. Luego, la rotonda con Ayacucho en grandes letras blancas, cuyo nombre, al borde de lo que fue el límite mapuche, homenajea a la batalla en una lejana ciudad peruana con nombre quechua: tierra de muertos. El último bastión realista de Sudamérica. Los nombres son referencias de referencias, metáforas casi infinitas que en la perspectiva nietzscheana nos hacen olvidar el origen, la matriz significativa. Pero la toponimia nos regala estas paradojas.

Los 15 mil habitantes del pueblo sólo pueden salir de ahí con la chata o con el monopolio que ostenta la empresa de ómnibus Río Paraná. La estación de tren de Ayacucho está museificada para la foto, con su tanque de agua centenario coronándola. Desde 1998, y después de veinte años, los trenes habían vuelto a balancearse dificultosamente por los rieles. Pero el idilio volvió a sumergirse hace tres años en el sueño de los durmientes, ausentes de las vías.



Partusa carnal

La sede de la Fiesta Nacional del Ternero y Día de la Yerra, tiene como fundador a un tal Zoilo Miguens, bien gauchazo, paizanazo, bah, hazendado, noooo zi (casi un personaje de ficción que cualquier relación que tenga con el de la Rural, el real, es pura e irónica coincidencia). Es de suponer que la mayoría de los ayacuchenses está con el "campo", porque allí se está en el "campo". Pero aun así las internas relucen, como en la edición '08 de la Fiesta, en la que los ruralistas hicieron un boicot a la celebración con consignas como "Nada que festejar". Hacendados que se apropian -como sus antepasados de las tierras- de frases simbólicas que los pueblos originarios levantaron contra el ensalzamiento de los 12 de octubre.

En la edición '09 De Ángeli desfila junto a las aspirantes a princesas y reina del ternero, saludando con la técnica mimética "franela sobre vidrio imaginario". A su lado en el palco, el abonado a fiestas y cárteles De Narváez. Una fiesta "politizada", podrían decir (pero claro, en este caso no) los medios. Globos negros luctuosos flotan sobre el pueblo el día del desfile: este cronista se pregunta si muchos terneros habrán sido sacrificados para alimentar a los paseantes y a una tierra ávida de muertos. Pero en los fogones y en las peñas el tufillo de una politización anti se confunde con el aroma a asado y las respuestas quedan clarificadas.


Las aspirantes a reina han decrecido en número, aunque no en calidad (casi como la carne de los fogones). Lo que antes podía ser un símbolo de prestigio o belleza pasó de moda entre la muchachada. Los jóvenes se alejan del pueblo una vez terminada la secundaria, muchos para no volver más que para alguna visita navideña.

El comentario por sobre la información

El único diario ayacuchense es La Verdad, una muestra viva del periodismo gráfico de la primera mitad de siglo XX. Su amplia sección de Sociedad es imperdible. Entre otras perlitas, se puede destacar un aviso publicado en octubre pasado: "Busco compañera de viaje para tour por Brasil. Gastos pagos. o2293..." Un aplauso para el/la solicitante.

Pero la información en el pueblo está centralizada por el ámbito familiar, y se concentra en los almuerzos y cenas. Las comidas son el momento de encuentro a partir del cual los ayacuchenses se cuentan rumores, chimentos, novedades y noticias ajenas. Casorios, engaños, nacimientos, muertes, accidentes y golpes de suerte se exponen sobre la mesa como secretos ajenos dignos de compartirse.

El habla ayacuchense urbano, o bien pueblerino, tiene, además de palabras muy propias (nativas, si nos pusiéramos en un rol estrictamente antropológico a lo Malinowski), una particular tonada con acento agudo en la última sílaba; la cual armónicamente sería una 4ta. con respecto a la anteúltima (la tónica), con lo que le imprime a la frase un tono interrogativo. Qué gauchito [lindo, copado, copante]. Qué linda canopla [cartuchera]. Alcanzame el cintex [cinta adhesiva]. La oralidad ayacuchense es digna de un pentagrama. Más si se tiene en cuenta la escuela de música que el pueblo alberga, de la que han salido excelentes exponentes.


Ayacucho y sus fronteras

"Yo llevé un moro de número, / sobresaliente el matucho, / con él gané en Ayacucho / más plata que agua bendita, / siempre el gaucho necesita / un pingo pa' fiarle un pucho".

Ayacucho tiene el alias "Ciudad de las Rosas", por su plaza central con algún que otro rosal (alias pretensioso en sus dos vocablos). En torno a la plaza, como en la mayoría de los pueblos, domina el panorama una iglesia descomunal y desproporcionada, la municipalidad y los bancos. Pero Ayacucho se regodea en el historial que lo ubica como el único lugar que menciona el Martín Fierro (José Hernández fue amigazo de don Zoilo Miguens y se cuenta que éste le facilitó dinero para la primera edición); y como la cuna de los caballos Gato y Mancha, aquellos que cruzaron todo el continente hasta llegar a New York en los años veinte. También el gran Osvaldo Soriano lo menciona en La hora sin sombra, en el recorrido bonaerense de un típico personaje solitario e itinerante suyo.

La hora de la siesta (la hora sin sombra) transforma a Ayacucho en una auténtica tierra de muertos. Con suerte uno puede toparse con el loco del pueblo. El cri cri de grillos mudos de sol es estridente; hasta la ausencia del loro es patente. Da gusto bajar a alguna de sus anchas calles, características del pueblo, mirar a ambos lados y en una esquina elegir uno de los cuatro vientos hacia el cual alejarse, como en el Martín Fierro. Y aunque pueda resultar necesario cambiarse el nombre, a Ayacucho siempre se vuelve.

lunes, 1 de junio de 2009

Época loca

Pero si de supergrupo grunge hay que hablar, el mejor fue Mad Season. Formado en 1995 por Layne Staley, cantante de Alice in Chains, y Mike Mc Ready (guitarrista de Pearl Jam), más el batero de Screaming trees y el bajista de otra banda de Seattle, grabaron Above, su único disco, ese mismo año. La voz de Staley, triste y nasal, descarnada y profunda, y sus letras angustiantes, encontraron en las melodías de Mc Ready un colchón musical que parecen contrarrestarlas con una luz de calma esperanza, o bien de apacible melancolía. Como en River of deceit, tema para escuchar tirado en el puf un día de lluvia, acompañado de algún lindo recuerdo y el tintinear helado de un buen scotch. No hay nada más reconfortante que unas lágrimas arrancadas por una canción. Una nube de alivio musical. "A head full of lies is the weight/ Tied on my waist/ The river of deceit pulls down / The only direction we flow is down". Es posible hundirse dos veces en el mismo río. "My pain is self-chosen". La música que nace de la angustia, musa por excelencia, es hermosa. Los noventa. Qué épocas locas. Snif.



Recomendados del disco, sobre todo, Long gone day y All alone.