miércoles, 10 de septiembre de 2008

Es de niño creer

Cucurrucucú.

Silencio.

La persiana está abierta hacia afuera y deja ver una franja de claridad nocturna.

¿Son palomas o es alguien que me quiere hacer perder el sueño?

¿Es dios?

Tapado hasta la médula grito por ayuda paterna.

La luz se prende.

La persiana está iluminada y abierta hacia afuera; deja ver una franja negra desde donde viene el ruido sordo palomar.

Qué pasa.

Escucho algo, un ruido, como un grú… grú… grú que no para.

Es el ruido del silencio, y la luz se apaga.

*****

Conciencia de mi conciencia, manos negras que flotan con un ojo desorbitado entre el pulgar plegado y el índice extendido. Las pienso y me piensan. Me ordenan y desafían. A ese viejo lo pasás caminando rápido antes de llegar a la esquina. Y allá voy, porque si no cumplo las manos pueden hacer que pase algo malo. ¿Serán dios? ¿Serán dioses? No pienso en rebelarme, en el fondo creo ser yo mismo el de las órdenes. De hecho, mi mamá dice que cuando se descuida yo multiplico mis manos. Pero por qué manos. Tal vez, seguramente, es evidente que por el cartel que anuncia a la entrada del baño de mi casa: “My lord, ladies and gentlemen”, junto a una mano negra que señala con su índice. Aunque no sé ni qué significa eso que dice en inglés. En la entrada de ese baño al que iba pisando las patas de mi papá, al que me llevaban las patas de mi papá. Donde una vez casi toco una rata con el índice extendido y me salvó el grito de mi mamá. Fe de ratas.

Manos mamá.

Patas papá.

*****

La iconofilia de la iglesia realmente puede ser efectiva en el imaginario que se construyen niños y niñas. Cuando uno es infante puede creer en dios como en Papá Noel.

En la década del ochenta solía verse en muchas casas un retrato clásico de Jesús colgando de la pared (pero no de la cruz), con el corazón trascendiendo el pecho y a la vista, con alguna frase que para un niño seguramente pasaba desapercibida. Al cabo que vivimos en un mundo en el que la imagen se exacerba y reproduce cada vez más, saturando y esclavizando nuestra percepción; donde muchas veces las letras también son imágenes que debemos interpretar sin comprender su lectura. Esa imagen jesuítica acudió recurrentemente a mi cabeza a la hora de representarme a un dios. Las imágenes también imponen creencias.

Pero además de esto, un amiguito del jardín, que ahora sería la envidia de unos cuantos troskos de pasillos universitarios, me metió algunas ideas diocesanas en los recreos de la terraza, donde el cielo estaba al alcance de los ojos. Allí, a falta de un puntero, levantaba la mano para demostrarme alguna que otra cosa indemostrable en el pizarrón celeste con nubes de tiza.

A la salida del jardín:

-Má, ¿me comprás un alfajor?
-No, no tengo plata.
-(Con tono suplicante previo al llanto) ¡Dale, má!
-Te dije que no.
-¿Pero por qué no le pedís plata a dios?
-(Sorprendida, agnóstica e irónica ante el desafío) ¡Ahá! Mirá vos, a dios. Y decíme, ¿vos lo viste a dios?
-(Serio) Sí.
-…
-Yo estaba adentro de tu panza y lo vi por tu ombligo. Te avisé, pero vos no me escuchaste.
-(Comprando el alfajor) …

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