Abrí los ojos por un vértigo impulsivo que me quiso rescatar de un sueño eterno. Pero ante tanta oscuridad que me rodeaba dudé de si realmente había abierto mis ventanas al mundo. ¿Estaría viendo? Sin mover aún el cuerpo quizás tendido, quizás parado o tal vez agazapado, me invadió una incertidumbre todavía más preocupante y perturbadora: ¿me había despertado? En ese caso no recordaba ni dónde me encontraba ni qué había hecho antes de dormirme. Comencé a torcer los dedos acalambrados de las manos para que la sangre circulara y comprendí que estaba conciente después de mucho tiempo. ¿Y si mi conciencia se había escabullido por los pasadizos que conducen al inconsciente y estaba presenciando un sueño (total estoy soñando)? Pronto me sentí flotando en un espacio denso y húmedo, y mis pensamientos se tornaban más alocados ante la imposibilidad de encontrar una respuesta, al menos irreal. Reconocer el furioso sudor descendiendo por los surcos de mi cara, como indicio de realidad febril pudo haberme tranquilizado, pero continuaba levitando y ahora me rodeaban etéreos fantasmas informes sobre un fondo de negrura nunca visto, y daban vueltas en torno a mí con un zumbido que saturaba mis oídos. Estaba muy atemorizado y mis esfuerzos vanos por saber dónde me encontraba se topaban con una memoria totalmente apagada, que necesitaba un reguero de luz, o al menos una opaca claridad para tener una mínima noción. Entonces creí que estaba muerto, sí, sumergido en ese sueño eterno del cual había creído escapar en el principio de esta pesadilla. O esperando el juicio del que tanto se hablaba en el otro mundo. O esperando ocupar otro cuerpo. ¡Eso! Ahora era una pobre alma-mente que estaba en la inmensa oscuridad...
¡Pero basta de estupideces!, balbuceé forzosamente sintiendo un terrible gusto amargo y pastoso en la boca; y el sudor ya helado, recorrió mi espalda produciéndome un intenso escalofrío. Finalmente había hablado, a duras penas, pero había hablado. Ya no podía creer que sólo era un alma porque hacía rato había concebido que no había sido despojado de mi cuerpo. Mi cuerpo, que ahora sentía en su totalidad y avanzando apesadumbrado hacia un sitio incierto, entre las penumbras que ocultaban el lugar donde me hallaba. Los punzantes estoques que ahora sufría mi cabeza llegaron a tal punto que mis manos se tomaron de ella como queriendo defenderse de puñaladas inexistentes. En el sur corporal, las plantas de mis pies percibieron un piso ligeramente pegajoso, y al separarse de la superficie producían un ruido húmedo, un leve chapoteo. Segundo a segundo iba disipando un poco más las dudas aunque me faltaba dar con la más relevante: dónde estaba. Enseguida di con lo que parecía un muro y paré en seco. Era rugoso y frío, y me dio una inmediata sensación de familiaridad. Todo estaba dando un vuelco hacia la respuesta que buscaba. Casi instintivamente caminé a tientas, mejor dicho, decididamente a un lugar prefijado, donde me detuve. Me despabilé hasta que sonó la última articulación y luego de frotarme los ojos, que recién ahora notaba abiertos y materiales, descubrí una borrosa fluorescencia ante mí. Intenté alcanzarla con los dedos y, sin quererlo, presioné la tecla y me encontré bañado en luz y enceguecido debido al terrible resplandor. Cerré los ojos con todas mis fuerzas para poder vislumbrar con más claridad algo de lo que me rodeaba. Entonces vi la cama, la biblioteca, la persiana cerrada de modo tal que no entrara ni el más mínimo halo de vida exterior, y un desorden de ropa, en fin, mi cuarto. Fue cuando recordé la fiesta de la noche anterior y los numerosos vasos de ginebra ingeridos, creyendo entonces, al reconocer mi paradero, que sería bueno un baño de agua fría.
18 y 19-3-99
Ayacucho, Buenos Aires
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