miércoles, 7 de mayo de 2008

Amanecer de novela

El teléfono no solía sonar (y menos tan estrenduosamente) a esas horas de la madrugada. Ni siquiera tenía teléfono, pero cómo darse cuenta de que estaba en otra casa, aunque tan parecida a la suya. El tronar aparatoso del timbre telefónico transmitía una particular urgencia en el llamado y, de haber sabido quién lo requería de esa manera y a esas horas, hubiera ido en su búsqueda física sin atenderlo, sin aparato ni palabras de por medio, para qué.

–¿Hola?– inquirió queriendo simular que estaba despierto.

–Disculpe, estaba durmiendo... Le habla Genaro.

–No, no– se apresuró a decir sin terminar de recuperarse del sueño–, la siesta, la siesta...

"La siesta" con voz adormilada y con gusto a resaca mientras observaba que el reloj despertador iluminaba con sus números rojos las seis y cero uno de la mañana.

–Entiendo, la siesta– se escuchó la voz del otro lado en primer plano, con un fondo de guitarra eléctrica desfondada y un delay fuera de foco–. Bueno, no quiero adelantarle nada, véngase nomás para mi departamento.

–Sí, sí...– repitió mientras cabeceaba el tubo y notó con los últimos fulgores de la vigilia el cortante clickeo de la comunicación, sin saludos, nada, un beso, un abrazo, un saludo... ¿Genaro?

Se despertó de un sobresalto, sin recordar el sueño y con la boca enturbiada por la noche etílica. Permaneció sentado en la cama un instante, con la vista fija en la persiana baja, a través de cuyas hendijas amanecía un mediodía nuboso y con probables lluvias por la tarde. "Indicios... Indicios...". La realidad le cayó como una bofetada cuando primero vio el pelo enmarañado de Emilia sobre la misma almohada, y luego el póster de Dalí de la casa de Eduardo, tan parecida a la suya, pero con teléfono. Y con póster de Dalí.

Echó un vistazo al teléfono y su mirada se ahuecó, como vencida por un pensamiento, casi tan violento como la realidad, que lo abstrajo.

–Me duele la cabeza y va a llover– creyó decir y se levantó de un salto, pero cayó de inmediato sobre un sillón puesto para la ocasión, sorprendido por un mareo de esos que anuncian el desmayo inminente con una aplastante presión sobre los sentidos.

La luz del día llegaba filtrada por los densos nubarrones y la persiana entrecerrada; y el cuarto, sumido en esa tímida claridad borrosa, se movía de abajo hacia arriba acompañando cada pestañeo de sus ojos.

Bostezó de mala gana, queriendo impedirlo, concentrado en establecer algún tipo de contacto con su memoria y dar con esa noción latente que lo estaba molestando. Su sueño había sido interrumpido en la mitad de la mañana. "Pero la puta, cómo me duele el bocho", pensó cerrando con furia los ojos.

Lo interrumpió el teléfono –ahora interrumpió su vigilia y lo miró más inexpresivamente que antes. Sonaba tan fuerte que se tapó los oídos mirando con los ojos cerrados hacia el piso de madera. ¿Y Emilia? ¿Por qué no escuchaba el teléfono? Levantó la cabeza y observó su cabello desordenado en el extremo de la cama. El contestador emitió un quejido repentino y los timbres cesaron. César temió lo peor cuando advirtió la excesiva quietud de Emilia. El contestador dejó escapar la señal que daba paso al mensaje (si es que el o la muy cobarde se animaría a dejarlo). César se levantó del sillón decidido, reprimiendo sus náuseas, y se tiró sobre Emilia para hacerla reaccionar. Pero su peso torpe se encontró con un cuerpo ausente: su aparente cabello no era más que un tapado de piel viejo y en desuso de algún mamífero, y vaya uno a saber cómo había ido a parar ahí, a mamar y taparse de esas sábanas.

–Le habla Genaro –dijo el contestador–, todavía lo estoy esperando. No crea que es algo urgente pero bueno, en fin, usted sabe cómo se manejan estas cosas.

Se escuchó a continuación el tono entrecortado de la línea y volvió a sonar el piiiip del aparato que señalaba el final del mensaje. César se apartó del tapado, que había sostenido entre sus manos sin entender nada de lo que sucedía en torno, y salió corriendo en un zig-zag vertiginoso hacia el baño, tumbando todo lo que había a su paso. Cuando atravesaba la puerta chocó su brazo contra el marco y vomitó antes de llegar al inodoro.

1 comentario:

Esteban Valesi dijo...

Enhorabuena, Luc.

Un gustazo ver que te sumaste al efervescente universo blogger. Y con semejante derroche de audacia narrativa, para colmo.

un gustazo de verdad.

A bien tot y gracias por la data beatlera!