lunes, 29 de agosto de 2011

Peldaños


(Peldaños quiteños diseñados por Escher: para subir con transportador)


[De dos en dos los peldaños, el cuerpo flota grávido de espuma, como en una nave espacial.]

Yo me había negado a las reformas en la reunión de consorcio. No por llevar la contra así porque sí, ¿vio? Pero bueno, a las viejas como yo en el edificio no nos tienen muy en cuenta desde que se mudaron tantas parejitas con nenes chicos. Además, siempre subí hasta el primer piso por ascensor. Si arreglaban las escaleras, yo chocha, total… Imagínese que a esta altura de la vida las várices me revientan y sólo subía o bajaba las escaleras si se rompía el ascensor.

¿Cuándo comenzaron las obras?

Y, debe hacer un mes más o menos, y empezaron justo por el tramo de la planta baja al primero.

[Al principio, el fin era recomenzar el ascenso para volver, que era el verdadero fin (fin sin principio: nunca se percibe en el cuerpo la presión de escalar metros sobre el nivel del mar invisible y lejano; ni siquiera la presión de sumergirse en las entrañas de la tierra).] 

Cuando vino el arquiteto [sic] me pareció un muchacho regio, bien parecido, así como usté [sic], rubión, creo que alemán o austríaco, pero no decía ni jota. 

Le agradezco el cumplido, señora, pero, ¿cómo se dio cuenta de que era extranjero si no dijo una palabra? 

Y, vio que una se da cuenta de los turistas enseguidita. Así con la nariz gorda y roja de las copas que se tomaría. No sé porqué siempre me cayeron simpaticones los señores dados a la bebida. Esos que se les suben los colores a medida que bajan las botellas, ¿vio? 

[Subir arriba se transformó en una contingencia: ya no más pleonasmos. ¿Subir abajo?]

Mientras duró la obra ni me asomé a ver cómo iban los arreglos… Bueno, je, un poquito en realidad, vio de que a veces[sic] la curiosidad pica… No se vaya a creer que soy chusma, eh. 

Por favor. 

Nomás que un día empecé a escuchar ruidos extraños, como de una televisión que se prende y… luces. Sí, ruido de luces, ¿nunca escuchó luces?

(...)

Y de repente, de un día para el otro se hizo un silencio de tumba. Así varios días que estuvimos sin saber qué pasaba. Hasta que a la semana con la Telma, mi vecina del primero, nos asomamos a la escalera caracol para ver cómo había quedado.

¿Y qué pudieron ver?

Nada de nada. Estaba oscuro aunque fuera pleno mediodía, por el todopoderoso se la juro. Ahí fue cuando la Telma bajó para curiosear un poco: la vi doblar despacito con una mano tanteando y después de que se la tragó la curva no volvió a aparecer nunca más. 

[Nunca se piensa en la posibilidad de apoyarse en el lado vertical del peldaño, siempre en la base horizontal; hasta que el vértice se hace horizonte, y no se sabe dónde se pisa, ni si efectivamente se pisa.] 

Dígame, señora, ¿qué la llevó a evitar la escalera? 

Bueno, m’hijo [sic], el instinto femenino que le dicen; pero en realidad, no: fue miedo. Eso que soy curiosa, eh. Pero chusma nunca, no me malentienda. Igual, por favor, eso no lo ponga.

Pierda cuidado. ¿Del arquitecto volvió a saber algo?

No, también se lo tragó la tierra. O la escalera. Así como a los vecinos que se quisieron aventurar para saber qué pasaba. A todos los que se le animaron les hice de testigo, los vi doblar por la escalera caracol, siempre mirándome de costado antes de perderse…

[La voluntad está postergada. El espacio diluye sus puntos de referencia y no hay de dónde aferrarse ni a dónde ir ni a dónde llegar. Ni dónde estar.]

Después probamos todo: yo arriba, al borde de las escaleras para despedir al voluntario valiente que bajaba, y otra persona en la planta baja, al pie de las escaleras, esperando de que llegara [sic]. Pero eso nunca pasaba. A partir de ahí vinieron la televisión, la policía y la gente del gobierno. Bueno, y usté [sic]

¿La policía le contó algo sobre los resultados de la investigación?

Nada de nada. Sé que metieron cámaras con máquinas o cosas raras y apenas daban la vueltita a la escalera se apagaban o se rompían. Almitas de dios, ¡qué maldición!

[En el descenso y ascenso simultáneo es imposible saber si se está del lado de arriba o debajo de las escaleras, como en un espejo.]

Y dígame, ¿qué es lo que piensa usted sobre "el misterio de la escalera del arquitecto"?

Yo creo que el alemán ése hizo un pacto con el diablo, le vendió el alma a cambio de algo. Tal vez todos los que quisieron usar las escaleras terminaron allá abajo, en el infierno mismo. Encima que ahora las tapiaron… Si llega a haber camino de regreso… me da miedo de escuchar [sic] cualquier día de estos a alguien, a la Telma golpear las maderas del otro lado. Vaya a saber cómo vuelve. Si la que vuelve es ella. O alguna otra cosa… No sé, yo igual hubiera seguido usando el ascensor. Si usaría las escaleras [sic] ya estaría en la mismísima miércoles. Ay… por favor, no ponga eso que no me gusta ser malhablada.

Quédese tranquila, que todo lo que usted diga en el diario va a aparecer escrito como si lo hubiera escrito yo, todo prolijamente remendado. 

[...] 

¿En serio? No diga macanas, m’hijo, no me va a decir… Al contrario: usté va a hacer lo que yo le diga. Si ahora es como si yo le dibujara la mano con la que usté escribe lo que yo le estoy diciendo… Ah, sí, querido, es que desde que apareció el arquiteto ése en este edificio las cosas cambiaron, se quebró algo. ¿Nunca escuchó eso de que las apariencias engañan? Bué, ahí tiene. No lo voy a tomar a mal, eh, pero no se me suba al pedestal así como así, porque afuera usté puede ser periodista, pero acá, al pie de estas escaleras, lo parece. Mire que me cae bien, eh, hasta creo que es un buen partido para mi sobrina y todo. Pero no se crea que me va a decir cómo tengo que hablar. Y si usté escribe, bien, yo apenas sé mi firma. Pero no se confíe en que me va a cambiar las cosas que le cuento solamente por escribir algo a su manera. Y si no, pruebe de bajar las escaleras, yo le abro la madera de la tapia. Déale nomás, va a ver que usté piensa que baja las escaleras y que llega a la planta baja. Tal vez le viene bien para bajar los zumos. ¿Le pasa algo de que no habla…? No se me asuste, ya se me va a ir acostumbrando. Déale nomás, vaya tranquilito, que tiene una cara de difunto que no le vuá contar. 

[La razón queda de lado. No hay guía posible. Sólo condena. Condena a vagar con el rumbo que dispone el entorno. Un laberinto escalonado sin salida posible.]




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