Hacia el anochecer, la terminal empieza a vaciarse, llevándose los últimos pasos apresurados de personas innombradas, en busca de los últimos micros que parten hacia los suburbios, hacia el anochecer.
Hacia el anochecer la terminal se llena de oscuridad, trayendo los primeros peligros anónimos, en busca de materializarse a través de sus primeras víctimas. Pero el peligro cotidiano no es más que una costumbre latente, mala costumbre de pensar en el peligro que nunca sucede. Y la permanente atención y la constante vigilia se tornan aburridas. Al fin y al cabo, el peligro siempre es potencial, acá nunca pasa nada. “Qué trabajo de mierda.”
Sólo puedo evitar el peligro si dejo de pensar en él. No tengo más que entretenerme con las palabras cruzadas que religiosamente luchan contra la soledad de la garita, sosteniendo con fe cada lanza (cinco letras, vertical (u horizontal, siempre seguirá siendo una lanza), primera letra "l", arma compuesta por un asta y un extremo puntiagudo) de tinta, que pugna por estaquear los espacios de blanca soledad. Entre bostezos y catarro de ex fumador, me despabilo, abro la revistita y me pongo cómodo...
Se supone que la calma de la noche debería estar garantizada por mi trabajo de estática vigilancia. Se supone que aquí debo permanecer, dentro de un prisma que debería ser a prueba de lanzas, solitaria caja sin sorpresas y con una única presa (cinco letras, horizontal, cosa apresada o robada (pero... ¿puedo considerarme realmente una cosa?)). ¿Y qué pasa si el sueño me arrebata de una noche más, una noche como todas, y me lanza dentro de su caja volátil, en furiosa cruzada contra la vigilia? Total, la terminal está más tranquila que nunca. Sin micros ya, ni gente que los haya perdido, con algún que otro perro cruzando el pabellón central y un coro de grillos periféricos que le canta al silencio y pone encuestión mi función en este lugar: termino siendo espectador (diez letras, que presencia u observa o sueña un espectáculo (¿no sería mucho para un coro engrillado?)) de un grupo de insectos que está lejos de un cruzamiento comercial y de cualquier grilla de definiciones lanzadas. Quizás se hayan propuesto cantar palabras nocturnas; o, tal vez, invertir roles y vigilar insomnes mi garita a la expectativa de ciertos sucesos; o por ahí canten sólo para luego callar (cinco letras, cri cri, guardar silencio, ¿en una caja?). ¿Y a mí qué me queda? Si me aburre cruzar la calle (camino por el que se transita, se cruza, se calla, cantan grillos, cinco puntos, soy el del medio, paralela... perpendicular... se acercan) y esquivar palabras y lanzarme hacia el anochecer. Y me duermo y me intentan robar el sueño. Y yo intento soñar horizontes verticales, o tal vez apresar cuadrados (figuras regulares de cuatro lados, blandas, horizontales, verticales, perpendiculares, paralelos, meridianos... sí, son cuatro y se acercan callados) blancos. Grillas blancas que blanden lanzas.
Las palabras se me escapan y se me mezclan, pierden el sentido dentro de la caja.
Las palabras mutan, pierden las cruzadas contra las herejías oníricas.
Y yo encallado en un espacio lleno de silencio, pierdo el sentido guardando blancura en una caja vacía. No quiero llenarlo más, me asfixio... ¡Basta de palabras, me rodean! ¡Déjenme salir!
Las lanzas de plomo atraviesan las paredes del cubículo que contiene mi cuerpo vertical e hincan mi carne, como afiebradas varas que, hacia el amanecer, coronan este sueño terminal (ocho letras, última estación en el recorrido de un tren, una línea de ómnibus, una vida).
Horizontal.
Luc Bec Sac 03-03 (4, 5, 6)
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1 comentario:
anulada por el aburrimiento, impasible frente a los rayos de luz (que no son aún del nuevo día qué dolor de cabeza putamadre lo bien que me vendría un protector de pantalla un protector-de-pantalla como si ella necesitara defenderse de mis ataques), tratando -sin éxito- de huir del “la bandeja donde me sirvieron los sorrentinos tenía restos de salsa pegados”. un asco. aquí, saludándole las ganas de ser una pizca de sal (pero qué pizca) en el mar muerto.
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