martes, 11 de noviembre de 2008

5 de enero de 2004

Nacho se levantó primero, a las 9, y mientras el resto intentaba imitarlo, soltó una frase memorable: "No vuelvo hasta conseguir un dulce para el desayuno". Volvió al rato con una gelatina blancuzca que resultó ser grasa de chancho en boteia de agua mineral, la cual untamos al pan con ahínco indiferente. Aunque lo habían cogido de palgo una vez más, como se suele llamar al hecho de ser estafado.

La puerteamos una última y emotiva vez en la colonial ciudad de Trinidad y nos despedimos simbólicamente de los personajes del barrio: el borrasho y la limada que nos miraba fijamente en silencio de vereda a vereda. Luego de saludar a Maltica, a Iyelén y al beisbolista ausente, nos dirigimos hacia el punto de recogida, con Luciana rezagada por su tobiio lesionado. Allí esperamos a que llegara el "amarillo", funcionario que, otrora de uniforme amarillo y ahora de azul (aunque conservara su apodo original), se encargaba de anotar por orden de llegada a quienes querían viajar a dedo (hacer botella), parar a los coches que pasaban e ir depositándo a los viajantes según destino elegido. En ese momento el comunismo era todo. Luego de reservar lugar para la boteia, nos sentamos a la sombra a esperar un buen rato. Mientras los autos pasaban y el amariio se rascaba (terminó siendo un botón que ni siquiera tenía uniforme de ese color; era necesario eliminar la burocracia caminera), conocimos a la pionera estudiante de secundario que, oh coincidencia, nos vino a contar su obsesión negativa con el uniforme amarillo obligatorio, color que según ella la llevó a alejarse de los establecimientos educativos para acercarce a tareas más lucrativas (es posible que el uniforme de los amariios haya cambiado por los mismos traumas maoistafóbicos).

Cuando el sol pegaba fuelte, después del mediodía, nos paró un camión que iba directo a Cienfuegos por 10 m/n, otra vez gracias al cuento de que éramos estudiantes extranjeros y de ninguna manera turistas, oh no, ni allí. El paisaje desde el acoplado, rebosante de campesinos, era muy lindo, muy rico, pero Flor y Luc sufrieron la ausencia de vinchas para sus pelambres. En el camino subieron algunos muchachos que llevaban chanchos embolsados que trinaban, y que no parecía que fueran a jugar carreras de embolsados, sino más bien a encontrar su destino en una boteia de agua mineral para desayuno. Los bichejos invisibles y sólo audibles que nos acompañaron en el viaje a grito pelado causaron estupor en los sensibles ánimos protectores de Flor y Luciana. Por su parte, ellas fueron observadas todo el viaje por las camaradas miradas masculinas, también sensibles, y con ganas de cogerlas de palgo.

Llegamos a Cienfuegos, que nada tenía que ver con Camilo, y luego de cogel cabaio con una vieja que nos iba a conseguir lugar, sufrimos el acoso de siempre y nos hinchamos las pelotas por lo caro y dolarizado que estaba todo lo oficial-legal. Paramos a comer en el Guamá y, mientras un Nacho inusualmente pilas se movía en búsqueda de lugar para la noche, conoció a otra vieja, Irma, que no paraba de chocal palmas luego de vivar a los líderes. Flor se sumó a la búsqueda y Luciana y Luc quedaron a la espera. Allí conocieron a Alexander, un "operado del corazón" que llevaba una biblia con un dibujo del Che-Jesús, y que no paraba de abrazar a Luc con ánimos de dudosa finalidad.

Finalmente, al anochecer caímos clandestinamente, una vez más, en la casa de Wilfredo, anticomunista acérrimo. Nos cobró u$s 20 a los cuatro por lo que resultó ser un bulincico de mala muerte. Wilfredo no paró de paranoiquear: nos iba a levantar a las 5 de la mañana para salir a oscuras, sin ser vistos por la “policía castrista”. Nos bañamos y fuimos al comedor donde nos zampamos un arroz junto a su amigo Bárbaro (Bálbalo), chapa como pocos, que vestía una camisa de red que no ocultaba su panza hinchada de alcohol; y que flasheaba con Nino Bravo, la música ochentosa, Gaby Sabatini y el gol de chilena de Maradona en el ’89. Cuando se quería acordar de algo se retiraba a una mesa contigua de donde estábamos y se ponía en sobreactuada pose pensativa, con sus ojos también hinchados de etanol. Después apareció yirando un chabón que andaba merqueado por ahí y tiró la movida de la droga cubana (formas de conseguirla, poderes curativos, efectos también por demás sobreactuados), lo que generó una pelea con Wilfredo, que ya se imaginaba una temporada en las Isla de Pinos por culpa de nuestro supuesto oficio espía. Nos fuimos a acostar pero estábamos cagadicos, la casa y sus extraños moradores no nos inspiraban confianza. Una vez acostados escuchamos golpear tres veces seguidas la puelta, cada vez más violentamente. Resultó ser Bálbalo, parece que para preguntarle a Wil por el nombre de un tema que no recordaba. El dueño de casa lo cagó a pedos. Nosotros dormimos apenas un rumor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jajaja muy gracioso! Asi es chico, no es facil, tu sabes. Muchos recuerdos, como olvidarme de los churros de pasta de cerdo que me adormecieron la boca al minimo contacto, y los emparedados de tomate y pezuña! un clasico de la Isla. Segui con los recuerdos isleños.

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