martes, 13 de octubre de 2009

Las palabras y las cosas

Corría el año 1990 y junto a mis compañeros/as de cuarto grado del primario se nos planteó una duda existencial. Qué quería decir eso que sonaba en todos lados y nosotros cantábamos en el arenero y en el aula sin distinguir diferencias de ámbito: Entregá el marrón. Junto con Vení, Raquel, era uno de los temas del primer disco de Los Auténticos Decadentes que más repercutían los oídos de los habitantes de las tierras menemistas. Como suele ocurrir en esas situaciones, uno se pone a tararear y a cantar puras palabras, sin saber con certeza su significado. Hasta que hay un clic de lucidez que nos hace preguntarnos el sentido de lo que estamos repitiendo como autómatas.

En ese contexto escolar, no tuvimos mejor idea que preguntarle a nuestra maestra Claudia qué significaba entregar el marrón. Con la mejor cara de póker de sietes, con una cintura para eludir el adoquinazo que no pudimos advertir en ese momento, la seño nos dijo que -creía- el marrón se refería al billete de cien australes. Recuerdo que se me vino la imagen de la figura rojo comunista (o mejor, rojo punzó) del Sarmiento alfonsinista, y me costó asociar el color del billete con el color al que aludía la canción. Hubo un ruido general en nuestras mentes, algo que no nos dejó conformes con la explicación, pero le creímos a la autoridad institucional que todo lo sabe.

Años después, el destape cultural de la chabacanería se hizo moneda corriente: hoy un niño de nueve le pasa el trapo a cualquier veinteañero. Y por esas cuestiones que el Michel Torino Foucault nos fue enseñando en la vida alcohadémica, mixturadas con los recuerdos sedimentados de la infancia, no puedo dejar de asociar al Dominguín Sarmiento con su tremenda cara de ojete.

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