miércoles, 4 de agosto de 2010

La insoportable gravedad del ser



En el poema Transmigración, Oliverio Girondo manifiesta su masmédulo deseo de ser en otras entidades exteriores al cuerpo propio. Un exceso existencial que, en lugar de ser desechado a través de una perla sudorosa o seminal, migra como un nómade okupa con toda su carga de ser hacia otro cuerpo del cual se apropia y con el cual con-vive. Un entrevero parangonable al de las palabras que, en jerga libidinal, copularon para dar a luz su libro En la Masmédula. Allí indujo transmigraciones de sentidos que se encarnaban en otros envases palabreros extraños y parían, en una especie de big bang léxico, una nueva constelación de significaciones.

Es de creer que Girondo había leído hacia oriente. Como hicieron tantos otros escritores en este enclave americano de entrecharcos. La principal vía de conocimiento del ser propuesta por la filosofía del budismo Zen es la exteriorización del interior. Según Toshihiko Isutzu, en esta experiencia el yo pierde su identidad existencial y se funde con el objeto exterior, con el cual se identifica. El mundo objetivo deja de ser tal, y la subjetividad se extiende en el universo. Algo a lo cual la filosofía existencialista occidental se aproximaría en el siglo XX, sobre todo bajo el influjo de Maurice Merleau-Ponty.

Girondo llama a su experiencia transmigración. A través de ese proceso puede existir en los objetos del exterior y comprenderlos mejor, ya siendo tierra para sentirse “penetrado de tubérculos”, ya siendo chancho “para apreciar el jamón”. Pero también habla de la existencia en el otro, más particularmente en la otra. Todo hombre no sabe qué es ser mujer por la sencilla razón de que nunca lo ha sido. Es preciso conocer transmigrando la existencia a la entidad que se quiere conocer, una especie del devenir mujer tribuneado por Deleuze y Guattari en sus Mil Mesetas. Y toda una manifestación política para estos tiempos en los que el otro o la otra dejan de ser objetos de estudio para constituirse en subjetividades autónomas y activas.

Por otro lado, al igual que lo plantea la filosofía Zen, por medio de este camino es posible conocerse a sí mismo, conocerse en tanto sujeto en armonía con los otros sujetos y las cosas que lo rodean. Según el pensamiento oriental, esto es posible una vez que se borran las fronteras entre el interior y el exterior. De esta manera, uno puede fundirse en el exterior, lo cual es el primer paso para lograr la iluminación o experiencia del satori. Esto se logra en un momento determinado pero involuntario, en el cual el espíritu es perforado por un destello de luz que lo hace consciente de su existencia y de la del resto de las cosas en una comunión inseparable. El sujeto es él mismo y a la vez es el chancho y la tierra, el caballo y las cucarachas, el abejorro y las madreselvas.


Esta inquietud abrigada por la filosofía oriental también fue descripta por otras letras plumíferas. Así, por ejemplo, el azulgrana escritor del Boedo contemporáneo y cultor del Zen Fabián Casas, en su compendio de cuentos barriales Los Lemmings, relata la experiencia de su amigo japonés Uzu, propalador del Boedismo-Zen con frases del estilo: “Antes de encontrar mi camino, yo era el camino”. O como narra el protagonista del cuento “Asterix, el encargado”, que experimenta una iluminación de papel de arroz: “No me dolían los golpes, no sentía el cuerpo. Yo era Asterix, era yo, era nadie. Y comprendí que en esa noche extraña bajo las estrellas de una barriada remota se me había otorgado el don de la invisibilidad. Y tuve satori”.

Otro exponente transmigrante de las letras fue el escritor cubano Severo Sarduy que, a propósito, se consideraba exiliado por la migración azarosa de una beca en Francia y un irse-quedando. Fuertemente influenciado por Octavio Paz, Sarduy aseveró su orientalismo con un viaje por la India y China. En sus ensayos, el satori aparece recurrentemente. Según el cubano, durante esa experiencia que puede darse en el sueño, el amor y la escritura, el yo es como una “alucinación persistente”. El satori se produce dentro de una circunscripción de lo indecible, “brusca agrimensura de lo no verbal".

Estas experiencias se vinculan a la del texto de Girondo. El autor allí accede una iluminación, a su manera, claro, cuando intenta evadirse del mecanismo de pensar, que tanto aburrimiento le produce. Busca trasladarse o transmigrarse a los objetos, animales, plantas y sujetos donde él no está. Y a partir de esa traslación puede existir en el lugar de los otros objetos, existir como un todo interior-exterior, como un ser-con heideggeriano que conlleva al éxtasis. Y lo que resalta el poeta es que lo más importante de esta experiencia es poder “encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia”. La iluminación ocurre cuando menos se la espera y justamente es ese no esperarla, esa imprevisión, lo que aumenta la sorpresa al experimentarla y lo que permite conocer el mundo con un margen más amplio.

El poema de Girondo, por otro lado, habla de la imposibilidad de “dejar de ser”, del peso de la existencia que no se puede abandonar del que habla Jean-Paul Sartre. Esta insoportable gravedad de la existencia está inscripta en Oblómov, un célebre personaje de la literatura rusa creado por Iván Goncharov, en pleno siglo XIX, de noblezas y burguesías europeas hastiadas. Oblómov rechaza toda forma de acontecimiento y busca escapar de todo movimiento, refugiándose en la soledad y en la apatía de su casa de campo. Pero ni así puede desasirse de su existencia, porque alejado de todo es cuando más siente el kilaje (o bien el tonelaje, o el gramaje) de su ser. El narrador del poema de Girondo, por su parte, escapa a la forma de pensar humana pero no para evitar la existencia como tal. Por el contrario, quiere existir en las formas de otras cosas; no rechaza el peso de la existencia, sino la existencia puramente humana. Y es posible que en estos literatos que buscaban algún tipo de iluminación, la experiencia de la escritura haya sido el cauce por el cual derramar en ósmosis su ser en la tinta o extender en transmigración su cuerpo cyborg en el teclado.

3 comentarios:

Taller de Comunicación dijo...

Dolor e invisibilidad.
Transmigración.
Hace pocos días me traje un dolor a la mano, me quemé jodido, parece un golpe. Es curiosa la mirada al cuerpo que debiera ser sano. Es curioso su desvío y su silencio.
Lindo texto, Luc. Aguante el boedismo-zen.

Esteban Valesi dijo...

Siempre es un gusto leerte, Luc. Y más cuando escribís con esa tinta azulgrana, tan personal y porteña. Marche una "comunión plenaria" con la transmigración girondista:

http://www.youtube.com/watch?v=xiizEbxDOTk

Salutes.

Luc Pierrot dijo...

Aguante, Marian. La otra es sufrir el dolor con estoicismo, pero el boedismo-zen tira. ¿Transmigrar el dolor? ¿Transmigraña? Grazie y espero leer pronto esa tesina.
Tevs, qué buen aporte, el poema que recita Grandinetti (qué mal actúa!) va como piña. Che, ahora que estás en un barrio bohemio podés volver a escribir, se extraña.