martes, 11 de diciembre de 2012

Puente colgante



Centroamérica se nos muestra en los mapas como la metáfora de un puente, angosto y sinuoso, que une Sudamérica y Norteamérica. Un puente que, en el imaginario, está lejos de ser el levadizo de los castillos medievales y se acerca más bien a uno colgante, con todos los peligros y miedos propios del mismo. Y como en todo puente, hay un movimiento que lo transita constantemente y que, en este caso, es mayormente unidireccional.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), los países latinoamericanos con mayor cantidad de población migrante son los de Centroamérica, el Caribe, Colombia y México. Un dato curioso si tenemos en cuenta que Colombia y México son los dos polos del puente de tierra centroamericano. Y más todavía, si tenemos en cuenta que el narcotráfico en Centroamérica está dominado por los carteles de esos dos estados que cumplirían una especie de rol de “aduanas”: los colombianos dominan el margen del Océano Atlántico; y los mexicanos, la orilla del Pacífico. Esos dos océanos que flamean representados en las franjas azules de las banderas de las repúblicas de la región. Asimismo, el 90 por ciento de la droga que llega a Panamá desde Colombia, atraviesa el continente centroamericano hasta los Estados Unidos.

Gran parte de los migrantes centroamericanos busca como destino final los Estados Unidos, ese “sueño americano” en el que intentarán encontrar las mejores condiciones de vida y de trabajo que el desarrollo desigualmente combinado del capitalismo otorga a los países más industrializados. Y desde el cual enviar remesas a sus familias. “Remesas económicas, y también culturales y sociales como las maras”, acota Josefina Ludmer. Pero para llegar a destino por tierra deben sortear innumerables obstáculos, que en el mejor de los casos obliga a los viajeros a permanecer en otro país intermedio en el cual, tal vez, no hay grandes trabas residenciales y pueden encontrar algún empleo temporario. Y en el peor de los casos, son reclutados como sicarios por carteles del narcotráfico, abusados, extorsionados, secuestrados o asesinados.

Ese puente metafórico es un mosaico de Balcanes y volcanes, una plataforma de tierra y accidentes geográficos que supo estar integrada en una República Centroamericana durante el siglo XIX, y cuya unión, a fuerza de luchas y utopías, todavía hoy repercute en las memorias de estos pueblos que construyen transnacionalismo a cada paso.

Como una pasarela que empieza a ensancharse para anunciar la inminente llegada al Río Bravo, México es la última parada para muchos de quienes se aventuran en esta odisea y llegan lejos. Qué mejor imagen que las de Roberto Bolaño en su monumental novela 2666, en la que el paradójico desierto (poblado de asesinos, migrantes que esperan su chance de cruzar y mujeres indefensas) que sirve de frontera con los Estados Unidos está sembrado de muerte y de maquilas. Insignes flores de la aridez.

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